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francisco herrero montero
Martes, 5 de enero 2016, 00:06
La vi entre la multitud que bajaba del metro, paso fugazmente por mi lado, su rostro aun conservaba la serenidad y la belleza que antaño me había subyugado y recordé por breves instantes como la conocí en una playa de Barcelona, con ese bikini negro, esa figura bien delineada y la suave paz de sus ojos, como nos reíamos , las conversaciones, los proyectos por hacer, las noches en el Pub, los paseos por las ramblas el primer beso , y la convivencia en un minúsculo apartamento húmedo y oscuro en el barrio de la Boquería, que para nosotros era la dulce tierra prometida, a pocos pasos de la imponente mirada azul del mar, donde nos amábamos y nos dejábamos llevar por las gratas sorpresas que la vida nos deparaba.
Pero con el paso del tiempo sobrevinieron malentendidos, discusiones, reproches, celos, y todo se rompió en mil pedazos, separándonos y eligiendo cada uno su camino.
A pesar de que mi vida transcurrió, por múltiples avatares , aunque bese a otras mujeres, enfrenté otros destinos y conocí el éxito y la fama, nunca la olvidé, y ahora solo , con heridas de la vida difíciles de curar, la volvía a ver, veinte años después, tendría marido , hijos , una familia , compromisos, otra historia.
Deseché una secreta ilusión y me dirigí hacia la entrada del metro, un grupo de niños cantaban villancicos y un papa Noel de oronda barriga y entrado en años me empujo antes de entrar en la puerta, en ese instante fue cuando la vi girar discretamente su cabeza y posar su mirada sobre mí.
Un impulso, un reflejo instintivo, que sé yo, me detuvo, mientras un plácido sentimiento que creía olvidado me embargaba y solo entonces comprendí que aun la amaba, que siempre la había amado y que quizás tenía tiempo de volver a apurar la dulce sensación de querer y ser querido, de recuperar la felicidad lamentablemente pérdida.
Antes de dirigirme hacia ella, observe como el metro marchaba raudo hacia un destino que ya no era el mío, y si no fuera por que no creo en milagros, juraría que vi como el papa Noel , entre la multitud, sonriente, me guiñaba un ojo, a través de la fugaz ventana del metro.
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