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josu eguren
Viernes, 13 de febrero 2015, 13:03
Cada cierto tiempo, en un intervalo de dos o tres años, los elogios de una parte sustancial de la crítica más prestigiosa, o acomplejada, se alinean con los del gran público (eufemismo de populacho) para producir fenómenos análogos al de la aparente unanimidad en torno a 'Birdman', quizá la película más falsa e impostada que haya visto este crítico en la última década y, fuera de toda duda, a la que con más dureza maltratará el tiempo de cuantas se estrenen a lo largo de la temporada. Es tentador dejarse arrastrar por los cantos de sirena de la autoproclamada "opus magnum" de Alejandro González Iñárritu: 'Birdman' se abre al espectador con los primeros movimientos de cámara dentro de un agotador plano secuencia en el que las piezas del guión, el texto y los actores convergen, colisionan o se disipan de una manera fascinante pero, a medida que la apoteosis de la forma guiada por Emmanuel Lubezki se aposenta en la retina, el poder convocado por la virguería artística se transforma en una denuncia contra el aparataje formal que lo abarca.
Siguen sorprendiendo las elipsis dentro del plano con las que Lubezki empasta la cronología narrativa y sin embargo son la evidencia de que el dispositivo tramado por Iñárritu es mucho más importante que lo que resuena en su interior. Ya es un lugar común la alusión a las capas narrativas y los elementos metacinematográficos que conforman el vientre de 'Birdman', la redención de un actor que en su descenso al infierno del estrellato perdió toda conexión con su familia y el arte (el guión lo firma Iñárritu en colaboración con Armando Bo y Nicolás Giacobone, que toman prestados elementos de 'El último Elvis' para labrar el entramado dramático) pero, lejos de exponerse para producir una reacción crítica del público, solo tratan de forzar su continua aprobación con diálogos ingeniosos y situaciones sobreteatralizadas. El discurso contra la deriva del blockbuster ('Birdman' lo es en el fondo) y el cine franquiciado entonado por Iñárritu refulge como la explosión de una supernova cuyo brillo se agotará tan pronto como el último criticucho de cine local haya escrito su correspondiente reseña laudatoria.
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