![Juan Pablo, Lázaro y Aarón en la capilla del Seminario Mayor de Granada.](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/01/25/2024-01-19%20seminaristas-3-k8ZF-U2101340842443gVF-758x531@Ideal.jpg)
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Vocaciones en el Seminario Mayor
Los curas del mañana de Granada: «Dios no te manda un WhatsApp»Secciones
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Vocaciones en el Seminario Mayor
Los curas del mañana de Granada: «Dios no te manda un WhatsApp»Las vocaciones religiosas en Granada, tras el drástico bajón de las últimas décadas, se mantiene. En el Seminario Mayor San Cecilio hay 17 seminaristas y 9 en Redentoris Mater, que es la derivada misionera. «Es decir, que aquí en el Seminario Mayor van para curas, ... y en los Redentoristas, a las misiones, y también serán sacerdotes. Tenemos las dos vertientes», explica Moisés Fernández Martín, el rector.
Tres de ellos, Aarón, Lázaro y Juan Pablo, abren su corazón y su alma para compartir su vocación y explicar cómo sintieron la llamada del Señor para tomar los hábitos en un proceso largo, complejo, interior que, además, tiene que ser probada porque, como dicen entre risas, «Dios no te manda un Whatsapp».
Aarón se crió en Campotéjar en una comunidad cristiana muy activa. «Mi Fe ha crecido allí». Llevaba una vida normal. Estudió Medicina en la UGR, tenía novia.
A mitad de carrera fue su primera crisis vocacional. «Estuve a punto de dejar la carrera y marcharme con los frailes. Pero a la vez estaba enamorado y no tenía muy asimilado que podía ser feliz con una vida célibe».
Siguió con Medicina. Tras el noviazgo pudo ver que no estaba llamado al matrimonio. «Descubrí que el amor que tenía por ella era como más de padre». El momento de distanciamiento definitivo llegó al terminar la carrera. «Preparando el MIR, que uno vive como un ermitaño, el Señor aprovechó ese silencio para ir llamándome».
Era un gran cambio de planes. Ocurrió que el deseo de entregarle la vida al Señor y de vivir como Cristo tomaba más fuerza. «También uno se plantea si se está volviendo loco». Pero no. «La paz, al final, llegó cuando el Señor me dijo que Él era la resurrección y la vida y que si Él era el que me estaba llamando, no era para destrozarle la vida a nadie. Esto me dio la paz necesaria para dar el paso. Y no tardó el Señor en hacerme ver que tenía razón, que este es mi sitio, que el deseo de mi juventud de ser padre de familia y también médico, con lo que implica, pues en esta vocación se cumple de una manera que no esperaba pero que lo supera. El Señor no me ha hecho renunciar a mi deseo sino que me lo ha aclarado».
La vocación también puede explicarse. «Es un proceso de reflexión. Y por eso se dice que es una vocación, porque ves que viene de fuera de ti y es el Señor el que te llama. Lo ves interiormente y lo reconoces. Sabes que es Él quien te habla. Por eso puede haber confusión de que te estás volviendo loco. Porque no lo escuchas, es interior, por dentro. Y al final entre risas dices, 'a lo mejor estoy loco, pero no soy el único'».
Lázaro también es un muchacho de lo más normal. La primera llamada del Señor ocurrió con cinco años. Se soltó de la mano de su madre y se metió en la iglesia de San Antón. «Le dije a mi madre que el Señor me estaba llamando». De momento, aquí quedó la cuestión. El siguiente paso llega cuando estudiaba Ingeniería Informática. Al ser tan exigente, enfermó. «Caí en una depresión fuerte. El centro de la 'depre' fue por verme superado por una carrera que me gustaba y en tener el centro de mi vida en las amistades, en las afectividades». Entonces, abandonó la carrera.
Empezó a dar clases particulares de Matemáticas y comenzó a estudiar Pedagogía. En este momento volvió a aparecer la llamada del Señor. «Apareció la vocación, esa mosca que zumbaba durante toda mi vida».
Hubo entonces dos acontecimientos fuertes. Otras dos llamadas del Señor. La primera en una confesión. «Me impresionó mucho porque solté todo lo que llevaba. Que había tratado de llenar mi vida con una sexualidad desordenada. Descubrí que el Señor me amó durante toda mi vida en todas mis virtudes y todos mis defectos, sobre todo en esos defectos que más odiaba de mí».
El segundo hecho ocurrió en Torrenueva. «Fui a misa y el sacerdote en la homilía predicó algo que se me quedó grabado. Hablaba de un profeta, Elías. Decía que si por algo se caracterizaba era porque escuchaba la voz de la brisa suave, una voz sencilla que puede pasar desapercibida. Y cuando uno la escucha, descubre el amor de Dios, que Dios le ama en toda su existencia».
«Ahí fue cuando me sentí muy interpelado por esta homilía y bajé a hablar con el sacerdote. Le conté todo. Vi que el Señor me llamaba no para ser un profesor sin para ser sacerdote». «Fue muy bonito porque siempre he tenido mucho miedo para entrar en el Seminario. Vi con todos los detalles que era el mismo Señor el que me estaba llamando a entrar. Y entré, con un pie dentro y otro fuera, en un curso preparatorio, porque tenía mucho miedo. Pero en ese entrar descubrí que me gustaba más la vida de dentro que la de fuera. Y ya le dije al Señor que me quedaba dentro del seminario».
Juan Pablo también recibió pronto la llamada del Señor. Séptimo de trece hermanos, nació en el seno de una familia cristiana. A los 10 años, su padre le compró un billete a Toronto para asistir a la ordenación sacerdotal de su padrino. Cuando regresó del viaje le confesó a su padre:«Quiero ser cura como mi padrino».
Luego ocurrió otro hecho. Dijo en su colegio, la Sagrada Familia, que quería ser cura. «Incluso hacía remedos de misa, y con pan y coca cola hacía eucaristías de juguete». Con la adolescencia llegaron ciertas vergüenzas. «Los niños se reían de mí…». En ese tiempo le mandaba cartas a su madrina, monja en un convento. «Me decía que perseverara porque la vocación tiene que ser probada». Así que acabó el colegio y entró directamente al seminario, «porque sentía desde niño que iba a ser cura. Era algo que sentía interiormente y no me lo iba a robar nadie».
Empezó a sentir alegría, lo que no sintió en toda su adolescencia. «El seminario me lo ha dado todo. Me he desarrollado como persona en todas las dimensiones». Después de unos años, en un momento de crisis y de muchas dudas vocacionales y existenciales, lo quiso dejar para estudiar, formar una familia cristiana. «Echarme novia y dejarme de tonterías».
En ese momento, ocurrió la demostración de la vocación. «Me salió abrir las Sagradas Escrituras al azar. Abrí, puse el dedo y decía 'Tú eres sacerdote eterno según el rito Melquisedeq'. Es como si el Señor me estuviera diciendo: 'Tranqulízate y no tengas miedo. Porque desde pequeñito me eligió, primero mis padres y luego por mis hermanos, y luego por la vocación».
Moisés Fernández Martín, 35 años, alpujarreño de Albondón, es el rector del Seminario Mayor en Cartuja. Su objetivo está claro. «Mi misión principal aquí es formar a los candidatos al sacerdocio».
–¿Es algo complicado?
–Sí, es una tarea preciosa pero muy delicada. Hay que ir con cuidado y ayudarles a que tengan una formación consistente y madura que les permita afrontar los desafíos de la Iglesia y el mundo que nos toca vivir.
–¿Cómo se encara?
–Tenemos la suerte de que la Santa Sede, el Vaticano, propone un plan de formación en el que se dibujan las líneas de lo que la Iglesia pide para un sacerdote de nuestro tiempo. En cada momento histórico la Iglesia tiene que responder a las preguntas del hombre para que pueda encontrarse con Dios. En este momento ocurre igual. La idea es cómo puede el presbítero de hoy en esta época de cambio, como la llama el Papa Francisco, afrontar esta realidad.
–¿Cómo? ¿Qué se pide hoy de un presbítero?
–Tiene una formación humana, académica y espiritual sólida que permite ayudar en las distintas dimensiones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Se nos pide la escucha continua. Todo lo que supone acompañar en las alegrías y sufrimientos de las personas, con lo que tenemos primero nosotros mismos que tener una hondura humana y espiritual grande para dar respuesta desde la Fe. Hay que conocer todas las ciencias para proporcionar una respuesta seria. Siempre les digo a los seminaristas, que si tengo que hacerme una operación de corazón buscaría el mejor cirujano. Igual con la vida espiritual, que está en nuestras manos y cuanto mejor sea nuestra formación mejor ayudaremos.
–¿Cómo es el ciclo formativo?
–Abarca dos grandes partes. La primera son estudios filosóficos, la gente se sorprende, pero la filosofía permite un análisis crítico de la realidad. Y una segunda parte donde nos adentramos en la Teología. De aquí salen licenciados en Estudios Eclesiásticos. Dependemos de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso en Madrid.
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