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La ruptura del ayuno suele ser un auténtico festín, con varios platos tradicionales. Ramón L. Pérez

Dentro del Ramadán de una familia saharaui en Granada

Mohamed Salama visita a Mohamed Salem y a sus tres hijos en su casa de Peligros para romper juntos el ayuno del Ramadán musulmán, como indica el Corán, con la puesta de sol

Sara Bárcena

Jueves, 13 de abril 2023, 00:12

granada. En un pequeño salón, luminoso y con preciosas alfombras, reina una mesa repleta de comida. Alrededor, cuatro jóvenes y un hombre más mayor, saharauis y musulmanes, celebran el Ramadán, cuarto pilar del islam, noveno mes de su calendario, respetado por su religión en todo el mundo como el mes del ayuno, la reflexión y la comunidad. Sentado en el suelo, junto al sofá, está Mohamed Salam, de 35 años, que lleva más de veinte en Granada. Aunque vive en Pinos Puente, se ha acercado a Peligros para reunirse con Mohamed Salem Brahim Kamal, de 57 años, y sus tres hijos, a los que recientemente ha conseguido traer a España: Abba, de 33; Man, de 27, y Abdi, de 23. Se conocieron a través de la Asociación Granadina de Amistad con la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Juntos, esperan pacientes para romper el ayuno, como indica el Corán, con la puesta de sol. Es el permiso de la Luna.

Ellos se rigen por el calendario lunar, que suele ser de 29 o 30 días, así que las fechas del Ramadán varían según la Luna Nueva. «El año lunar tiene doce o trece días menos que el solar, cada año es un poco antes. Puede caer en primavera ahora, pero no volver a hacerlo hasta dentro de dos décadas», explica el joven Mohamed. Durante este mes sagrado, guardan ayuno completo desde el amanecer hasta el anochecer. «Ayunan las partes sensoriales como el comer o el beber, pero también el oído de no escuchar lo que no debe, la lengua de no decir lo que no tiene que decir…», apunta.

Mohamed consulta en una aplicación el minuto exacto en el que pueden empezar a comer. Esta vez, a las 20.41 horas

Los hermanos conversan con su padre. Visten unas túnicas conocidas como 'darraá', amplias y ligeras. «Mauritania y el Sáhara Occidental son dos países con raíces y costumbres muy parecidas. Compartimos dialecto, el 'hassanía', y la vestimenta es similar. Estos trajes para hombres y la 'melhfa' para mujeres», subraya Mohamed. Aunque la gente va «desapegándose» de las costumbres, los más mayores siguen vistiendo así: se sienten más cómodos. «Nosotros igual ya nos sentimos más cómodos con chándal», bromea.

Las agujas del reloj avanzan, ya queda menos. Mohamed se levanta, coge su móvil y, sorprendentemente, consulta en una aplicación el minuto exacto en el que pueden empezar a comer. Esta vez, a las 20.41 horas, según la Fundación Mezquita de Granada. A raíz del equinoccio de primavera, los días van siendo más largos y el momento de romper el ayuno llega un minuto o dos más tarde cada noche. «El último haz de tiempo del ayuno es el más difícil y es cuando la plegaria es más respondida por parte del Señor», señala Mohamed.

El ritual termina con una infusión de té. ramón l. pérez

Es la hora. Los cinco saharauis se lanzan sobre la mesa, hambrientos. No comen mucho, solo algo ligero, y proceden a lavarse. Las manos, la boca, la cara, los brazos y los pies, como antes de cada rezo. «Si entre rezo y rezo no ha habido actos que quiten esa purificación, como ir al baño, no es necesario. Y en caso de que alguien esté malo, o la gente mayor, que no se suele lavar tanto, se usa una piedra o arena», apunta Abdi, el hermano menor.

Una mesa moderna

Llega el momento de rezar. Abba, el mayor, se coloca delante para guiar la oración, como el imán; los demás, detrás. Empiezan de pie; después, de rodillas, y finalmente, con la cabeza al suelo. Así, varias veces. Al terminar, vuelven a la mesa; la comida se enfría. Dátiles, fruta, patatas, pescado… Su mesa no es una típica saharaui. En una zona desértica, «seguramente no habría fruta o patatas». Lo principal serían los dátiles, el pan, todo lo que se elabora con cebada y trigo, la leche y la carne. Lo que sí han mantenido es una sopa tradicional de Marruecos y Argelia, la 'harira', elaborada con pollo, verdura, cilantro, perejil y grano de trigo machacado, contundente y típica en este mes.

Años atrás, se era «más austero». «Era una forma de sentir, más o menos, lo que siente a lo largo de todo el año una persona que no tiene para comer», subraya Mohamed. Ahora, el que puede llena la mesa, pero si un vecino no puede, se procura compartir. Es un mes «de misericordia, de ayudarse mutuamente». Forma parte de la propia devoción visitar a los más débiles y ayudarlos; lo dice el 'zakat', el tercer pilar. Por eso, entre el día 27 y la fiesta de fin de Ramadán «siempre hay que hacer una donación a los más vulnerables».

Antes de irse, Mohamed debe terminar los tres tes que la familia le ha ofrecido; té verde que, para que se haga bien, se cuece dos veces y que, entre cocción y cocción, se mueve. «Ellos preparan la bandeja y el ambiente y esperan que tú correspondas y tomes todos. Si no, es de mala educación», indica el musulmán, mientras cumple su cometido. Antes de dar el último sorbo, recuerda que, según una creencia saharaui, «el primero es amargo como la vida; el segundo, dulce como el amor, y el tercero, suave como la muerte».

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