Hasta para enfermar hay que tener buena suerte, y si no, que se lo digan a José Francisco. Hace seis años le comunicaron que aquellos gases insoportables eran en realidad un cáncer de colon. Comenzó un vaivén de operaciones y ciclos de quimioterapia que le ... dejaban completamente devastado. No podía soportar el dolor. Para más inri, su cáncer era de un tipo poco común, así que las opciones se reducían. Y ahí, cuando creía haber tocado fondo, cambió su suerte. Un ensayo clínico iba a analizar justo lo que el padecía. «¿Te quieres ir a Sevilla?», le preguntó su oncóloga. El sí fue rotundo. Hubiese ido al fin del mundo. Este sábado, con motivo de la celebración del Día mundial contra el cáncer, el granadino cuenta a IDEAL su historia de esperanza.
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José Francisco Sánchez Fernández, de 64 años, es natural de La Zubia, aunque lleva más de veinte años residiendo en Cumbres Verdes, en plena naturaleza. Poseía una empresa de construcción y disfrutaba de una vida tranquila, pero empezó a dolerle la barriga. Todas las semanas durante tres meses tenía que ir a urgencias, y siempre le aseguraban que aquello eran gases. Así hasta el 1 de marzo de 2017, cuando unas pruebas le pusieron nombre y apellido a su dolencia. Cáncer de colon. Y llegó la primera operación. «Me quitaron treinta centímetros de intestino grueso, donde engancha con el delgado, y me mandaron a la quimioterapia, doce sesiones. Las primeras fueron muy bien, pero conforme pasaban las semanas iban sentándome peor», reconoce.
A finales de año, una obstrucción intestinal le obligó a pasar por quirófano de nuevo. Segunda operación. Aún no se había recuperado del susto cuando le comunicaron que tendría que enfrentarse a una tercera. «El PET-TAC confirmó que habían aparecido unos nódulos en el peritoneo, el tejido que recubre la cavidad abdominal. Esa vez me intervinieron en el Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba y duró ocho horas. Me quitaron un metro y medio de intestino delgado, sumado a los treinta centímetros anteriores. De siete metros que tenemos, me quedé con unos cinco», cuenta.
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Aunque la operación salió bien, después se complicó su situación. A la semana sufrió una infección y permaneció dos semanas ingresado. «Siempre salía adelante, pero era como si me pusieran una zancadilla, y otra, y otra», recuerda. Y así, entre 'quimio' y descansos, llegó la peor noticia en 2019. El tumor se había extendido a los ganglios linfáticos -en el cuello- y ya no era posible pasar por quirófano. «Estaba desahuciado», afirma. La quimioterapia le volvió a sentar fatal. Peor que nunca. «Estuve en cuidados paliativos, con fármacos y parches de morfina. No me hacían nada. Me tiraba una semana hecho polvo, sin ganas ni de comer, y cuando estaba medianamente mejor, me tenía que volver a poner la 'quimio'», asegura.
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Poco antes de la pandemia, a finales de 2019, volvió la esperanza. Su óncologa del Hospital Universitario Clínico San Cecilio, Beatriz González Astorga, le hizo una propuesta. «Me explicó que en Sevilla había un ensayo clínico y que, si las pruebas lo confirmaban, podía ser compatible», cuenta José Francisco. Su mala suerte, por fin, se transformó en buena. «Me entran escalofríos cuando me acuerdo. Gracias a ella estoy aquí», indica.
No había garantías de éxito, pero al menos era una opción. Empezó a acudir a Sevilla, primero cada dos semanas y después cada mes, a recibir la medicación. Desde su segunda visita ya notó el cambio. «Pasé de tomar pastillas cada tres horas a no tomar ninguna. Ya no me dolía», cuenta. En medio le pilló la pandemia. Con hoteles y restaurantes cerrados en pleno estado de alarma, él y su mujer partían desde Granada bien temprano, llevaban toda la comida del día y utilizaban el coche como sala de espera. «Cuando acababa de recibir el tratamiento, vuelta a Granada por la tarde. Pero no nos importaba, el tumor se redujo muchísimo en pocas sesiones», comenta emocionado.
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Juan Francisco participó en el ensayo clínico durante dos años. Las revisiones empezaron a ser favorables y, desde hace un año, está limpio. «Me ha cambiado la vida totalmente, he empezado de cero. Es otro mundo, pero tengo asumido que esto puede cambiar. El cáncer es muy traicionero», confiesa con entereza. Juan Francisco mira fijamente su chimenea. Se pone de pie, abre la ventana y disfruta de las vistas. Coge aire y espira. Mira a su perro y le sonríe: toca pasear. Su rutina es sencilla, pero ahora le parece más maravillosa que nunca.
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