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Un desayuno en Granada que sabe a vidaLeticia M. Cano
Viernes, 9 de agosto 2024, 23:42
Miguel ya está listo y Adriana espera sonriente en la puerta. «¿Cojo ya los chalecos?», pregunta ella. Impacientes por empezar la ruta, comienzan a cargar todas las cajas en el maletero del coche. En ellas hay diferentes bolsas que contienen un kit de higiene, una botella de agua, un batido de chocolate, un trozo de tortilla, algunas piezas de fruta y un folleto informativo sobre cómo afrontar la época estival. La comida está en el maletero y ya tienen puesto el chaleco naranja que llama la atención hasta de los más descuidados. Este atuendo lleva una cruz roja que los caracteriza en la parte izquierda, a la altura del corazón. Justo lo que ambos voluntarios se dejan en cada parada de su ruta. «Hay que tratar a la gente con normalidad y con mucho corazón», dice Miguel, el coordinador del voluntariado.
Durante el mes de agosto, el Ayuntamiento de Granada ha aumentado el apoyo para las personas que no tienen hogar, financiando con 5.000 euros los desayunos que se entregan todas las mañana de agosto con la colaboración de Cruz Roja. Ambos llevan a cabo este Proyecto de Emergencia Social. «La administración ha dado una respuesta y nosotros aportamos nuestra ayuda con el conocimiento, la experiencia y algunos recursos propios», explican Fran, coordinador del proyecto y Carlos, responsable de comunicación de Cruz Roja Granada. La ruta dura en torno a cuatro horas y sus paradas pasan por el Realejo, Gran Vía, Recogidas, La Fuente de las Batallas y muchas zonas más de la capital. Los voluntarios reparten más de treinta desayunos diarios a pesar de que la mayoría de personas sin hogar se hayan trasladado a la costa debido a las altas temperaturas.
La primera parada es en la zona de la Palmita. Allí les espera Juan. Está sentado en un banco, de piernas cruzadas y con un andador enfrente. «¡Buenos días!», dice sonriente mientras acaricia su larga barba. Tiene 59 años y no recuerda cuánto tiempo lleva viviendo en la calle.
Miguel se ha sentado a su lado y poco a poco va mostrándole lo que contiene hoy la bolsa, ya que cada día el desayuno es diferente. « Mirad, yo vivo ahí», explica Juan señalando lo que se esconde detrás de unos arbustos. Su «hogar» es una tienda de campaña azul y en su «puerta» hay una silla de ruedas. El polvo rodea la estancia, pero «es lo que hay». Confiesa que ahora está pasando mucho calor, pero que también ha pasado mucho frío. La calle no da tregua.
Miguel y Juan entablan una larga conversación. Tienen mucho que contarse y el voluntario no deja de hacer preguntas a las que Juan responde encantado. El coordinador de este proyecto recalca la importancia de este acto y recuerda cómo hace pocos días llamaron a Diego, otra de las personas a las que atienden, por teléfono para preguntarle sobre su cita médica. «¡Hombre, que os acordéis de preguntarme…!», imita Fran sonriente. «Para ellos significa mucho, nosotros los tenemos en cuenta y les prestamos atención», añade.
Otra para más concurrida
La siguiente parada está tristemente más concurrida. Francisco, Erica, Juan Antonio y algunas personas más esperan la llegada de Cruz Roja. La voluntaria registra uno a uno los datos de las personas a las que atienden diariamente y cuando termina, hace la pregunta estrella: «¿Queréis un café?». A lo que la mayoría responde con un claro sí. «Gracias, Adriana, muchas gracias, de verdad», repite Juan Antonio cuando se lo entrega. «Oye, ¿sigues con el tratamiento médico?, pregunta Miguel preocupado mientras se acerca a darle su bolsa con el desayuno. Lleva dos años viviendo en la calle, su cuerpo está lleno de picaduras y a veces no alcanza para comprar lo que le recetan en urgencias tras una larga espera.
Juan Antonio cuenta que hay noches en las que no para de tiritar por la fiebre y que hay gente que piensa que es porque es yonqui. «Nosotros no nos drogamos, hay muchos prejuicios», explican. Francisco y Erica son pareja, siempre les acompaña su «hijo» Zeus, un pequeño yorkshire. Cuando la vida les sonreía ella era directora de recursos humanos y él era abogado, pero ahora la vida les ha dado la espalda y llevan un mes y medio viviendo en la calle.
Cuando se enteraron de la que sería su nueva vida se miraron «acojonados». Tuvieron que elegir entre pagar la hipoteca o pagar la comida. Solo tenían una opción y muchos miedos que ahora cargan en su mochila. «Al principio nos daba vergüenza que nos vieran en la calle», explica Francisco. Decidir qué ropa ponerse cada día, ducharse o afeitarse pasó a ser un hábito del pasado. «La calle te enseña lo que es la vida», dice Francisco. « Al menos cuando vosotros venís no nos sentimos tan invisibles para los ojos de la gente», explica mientras mira a Miguel.
«¿Qué necesitáis?, pregunta el voluntario. «Mañana hay que traerles un champú y una esterilla», añade el coordinador del proyecto. «Solo si podéis, eh», dice Francisco de fondo sin querer abusar de la labor de Cruz Roja. Tanto el perfil de las personas como el lugar donde se ubican son diferentes, pero todos siguen los mismos patrones al despedirse de los que portan el chaleco naranja. Dos toquecitos en el pecho, en la parte izquierda, a la altura del corazón y un breve silencio: «Siempre aquí», «gracias, de corazón».
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