En la madrugada del 18 de agosto de 1936, dos almas separadas por algo más de 100 kilómetros se dirigían a un mismo final. Uno junto a un olivo en la carretera que une Víznar y Alfacar; otro, en la carretera de Lucena a Jauja ( ... Córdoba). Dos fusilamientos con nombre y apellidos: el primero, sobradamente conocido, Federico García Lorca, a los 38 años. El segundo, el joven juez Salvador Villanueva, a los 28 años, una historia amenazada por el olvido, pero a la que su familia quiere dar voz.
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Salvador tenía todo lo necesario para triunfar en la vida. Así lo explica Pascual Rovira, natural de Rute (Córdoba), amigo de la familia y muy comprometido con la memoria histórica. Apoyándose en la información de dos historiadores de la provincia, Arcángel Bedmar y Francisco Moreno Gómez, cuenta que el joven era «brillante». Recibió una educación «muy esmerada», y estudió Filosofía y Derecho en Granada. Al terminar, se trasladó a Madrid para prepararse las oposiciones a juez, logrando ser el número 1 con solo 28 años. A la espera de incorporarse meses después a su primer destino en un juzgado de Sevilla, viajó hasta Rute para pasar el resto del verano. Y desde allí se lo llevaron.
El detonante fue una denuncia recibida al llegar Salvador al pueblo, según Pascual Rovira, «por envidia». «El padre, José Villanueva, afiliado al Partido Radical Republicano, poseía las destilerías más importantes de la zona. Era una familia católica y muy acomodada, con bastante dinero. Asesinar a Salvador era una forma de hundirles a ellos», explica.
El joven fue llevado al cuartel, donde le interrogaron. Según Pascual Rovira, este rechazó unirse a la sublevación y se mantuvo «como jurista fiel a la legalidad republicana». La denuncia interpuesta, unida a la firme postura de Villaueva, hicieron que no hubiera vuelta atrás. «Estuvo una semana encarcelado en el cuartel. Aquel día fueron a por él a las once de la noche en un camión y después se dirigieron a la cárcel del ayuntamiento, donde recogieron a otros reos. Entre ellos se encontraba Juan José Rodríguez, que trabajaba en la notaría y era secretario de la agrupación socialista; o el pintor y rotulista Miguel Guerrero. Les ataron las manos con alambres y fueron conducidos hasta la carretera de Lucena a Jauja», manifiesta.
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PASCUAL ROVIRA
La familia de Villanueva hizo todo lo que pudo para salvarle, sin éxito. Tal y como explica Pascual Rovira, aquella noche se efectuó «un plan de exterminio organizado contra parte de la intelectualidad de la época». «Lorca era el más conocido, no fue casualidad, era un símbolo de la República. La relación del granadino con Rute es curiosa, ya que Rafael Alberti vivió en este pueblo y le envió una carta desde allí en 1925», añade Rovira.
Después del fusilamiento, la familia de Salvador quedó destrozada. Los padres «comenzaron a tener delirios, se volvieron locos y murieron al poco tiempo». «Él era su único hijo, en el que habían puesto toda su ilusión. Cuando se fue a Madrid a prepararse las oposiciones, ellos se mudaron también para ayudarle y hacerle la comida mientras estudiaba. El tiro se lo llevó el joven, pero a ellos dos los mataron en vida», apostilla.
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El cuerpo de Salvador, como el de otros tantos, aún no ha aparecido. Su familia desea recuperarlo y tiene localizado un lugar entre el kilómetro 3 y 4 de esa carretera en el que posiblemente se encuentren los cadáveres. «En mi opinión aquella noche se cometió el acto más dramático de los últimos 200 años de la historia de Rute, tanto como por la personalidad de los fusilados como por el momento histórico. No se han recuperado los restos de ninguno de los que murieron aquel 18 de agosto», lamenta Pascual. Tampoco los de Lorca.
pascual rovira
Como decía este fragmento de la 'Fábula y rueda de los tres amigos', del propio Lorca: «Cuando se hundieron las formas puras bajo el cri cri de las margaritas, comprendí que me habían asesinado. Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, abrieron los toneles y los armarios, destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. Ya no me encontraron». Tampoco a Salvador. Pero los que le recuerdan no se dan por vencidos.
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