Los primeros rayos de luz se cuelan por la ventana. Ángeles se levanta de la cama. Lo hace por inercia, no porque le apetezca enfrentarse al día que tiene por delante. Ya sabe lo que le espera. Después del desayuno, a sentarse en el ... sofá. De allí, a la cama a dormir un rato. De la cama, de nuevo al sofá. Y para terminar, a la cama hasta la mañana siguiente. Día tras día. Sola. Sin alguien con quien hablar. Sin quien le haga reír. Así ha sido su vida desde el pasado 8 de septiembre, cuando el centro de día Los Tulipanes, donde acude diariamente desde hace años, cerró sus puertas tras la instrucción de la Junta de que suspendieran su actividad todos los que estuvieran en localidades con una alta tasa de contagios. «Me iba a volver loca», cuenta Ángeles.
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Ya puede hablar de esa sensación en pasado y con una sonrisa en el rostro, porque ya no está sola. Ha podido reencontrarse con Francisca, Mercedes, Bernabé y el resto de sus compañeros, que han vuelto a «su otro hogar» tras dar marcha atrás el Gobierno andaluz en sus restricciones y permitir la reapertura de estos locales.
«Estaba deseando volver porque en mi casa estoy sola, triste y sin tener nada que hacer. Llevaba mucho sin tomarme medicación y tuve que volver a las pastilla para la depresión y la ansiedad porque ya no podía más. Solo quería dormir y llorar, y eso no es vida», señala la granadina de 88 años mientras realiza los ejercicios de coordinación y movilidad que le han programado para el día con el fin de mantenerse en la mejor forma.
Para Yolanda, hija de Isabel, otra de las usuarias, las semanas que el centro ha permanecido cerrado han sido un «horror». Su madre, con demencia senil, ha sufrido un gran deterioro al perder sus terapias y actividades, así como su rutina. «En casa tiene una actividad mucho más pasiva. Todo esto ha hecho que se deteriore mucho más y que esté peor. Estaba más nerviosa, más violenta y cabizbaja», afirma la mujer. Y añade: «Menos mal que han podido abrir porque temíamos que si no les mataba el virus, lo hiciera la pena».
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Silvia Luque, directora del centro, no puede evitar emocionare al hablar de «sus» mayores. En verano, tras el contagio de uno de sus trabajadores, tuvieron que echar el cierre para guardar cuarentena. Por fin, el 4 de septiembre pudieron retomar su actividad, pero ese mismo día les comunicaron que tenían que cerrar sus puertas por la alta tasa de contagios que había en Granada. «Ha sido muy duro tanto para los mayores como para el centro, porque aquí trabajan 33 personas que dependen de este salario. Además, estábamos muy preocupados porque sabíamos lo que iba a suponer para los mayores el cierre», indica.
A principios de septiembre, la Junta publicó una instrucción en la que aseguraba que los centros de día deberían suspender su actividad si se encontraban en un municipio con una incidencia acumulada en los 14 días anteriores de 70 contagios por cada 100.000 habitantes, como era el caso de la capital y gran parte de los pueblos del Cinturón. Sin embargo, la pasada semana la Junta modificó esta orden, lo que posibilitó que los centros volvieran a abrir a no ser que desde la inspección de Servicios Sociales estimen que no es oportuno, teniendo en cuenta el estado de la pandemia en sus pueblos.
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«En este tiempo en el que hemos estado cerrados, nos hemos encontrado a mayores en la puerta, desorientados y solos, diciendo que por qué no abríamos si ya era la hora. Esto les ha deteriorado mucho porque ellos aquí tienen su rutina, sus actividad y sus cuidados. Por eso, durante el cierre hemos ido a algunas casas para intentar ayudarles y acompañarles», cuenta la directora, que asegura que, a pesar de que en un principio Salud aseguró que les harían pruebas a todos los mayores y los trabajadores antes de la apertura, tuvieron que reiniciar su actividad sin estos test. «Hemos hecho algunos que hemos conseguido por ahí, pero desde la Junta no nos los han hecho. Aunque dicen que lo van a hacer en los próximos días», aseguró.
Para Bernabé, esta semana ha sido un reencuentro. Con sus quehaceres, sus terapeutas y sus actividades de ocio. Pero, sobre todo, con su «familia». «Esto se echa mucho de menos», cuenta mientras observa con una sonrisa en los ojos a sus compañeros de centro. Allí pasan las mañanas y las tardes. Juegan al bingo, hacen manualidades, se ejercitan y comen. Pero, sobre todo, se sienten escuchados, acompañados y queridos. Disfrutando de un lugar en el que poder escapar de la soledad y sentirse en casa y a salvo.
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