
Me siento consternado al escribir estas líneas para honrar mi amistad con Paco Martín Morales, en el día que me entero de su muerte. Aunque parte del dolor que siento lo vengo arrastrando desde el terrible día de su accidente en agosto de 2010, cuando una trampa del destino lo condenó a vivir una vida incompatible con el torrente de energía y creatividad que era su esencia hasta ese trágico momento. Hoy, al saber que no puedo acudir a darle mi adiós, que no puedo consolarme con los suyos, mi desolación es máxima.
Publicidad
Noticia Relacionada
Aquí, en la soledad de este momento de tristeza y distancia, recuerdo el largo tamo de la vida en que nos acompañamos. Recuerdo a su bella y dulce madre y el amor que se profesaban; y las visitas a la encantadora tía Eloísa en Almegíjar, donde Paco era el rey; y el homenaje que se le rindió en La Alpujarra, al que asistieron los grandes talentos del humorismo gráfico español, porque lo respetaban como uno de los suyos; y cómo olvidar el día que lo acompañé a recoger el Premio Mingote, que le otorgó el diario ABC, junto a su mujer y su hermano; y las interminables conversaciones a bordo de su Citroën, por las peligrosas curvas de las angostas carreteras de La Alpujarra profunda, flanqueadas por abismos, a las que ni miraba, para mi pavor, solo por mantener el hilo interminable de una charla que para él era parte de su vida. Muchos años, muchas risas, mucho cariño y mucho respeto. Un reguero interminable de recuerdos que se agolpan en la memoria de casi medio siglo de amistad, pidiendo paso para mitigar el dolor, que se acrecienta viendo el vacío que deja su muerte.
Respecto a Martinmorales como figura pública y cronista de su tiempo, diré que esgrimió la sátira como el arma más eficaz contra la arrogancia de los poderosos de toda laya. Como artista, hay que ser muy valiente para poner a los poderes de un país algo autoritario al borde del ridículo. Enfrentarse a tribunales cuasi inquisitoriales por la dignidad de defender la libertad de expresión. La Política, el Clero, la Guardia Civil, la Justicia y el Rey, estamentos intocables hasta hace un cuarto de hora, han pasado por su mirada insobornable.
Pero su trabajo ha cubierto gran parte de los entresijos de la condición humana. También ha ahondado en las vidas y miserias de la gente común, desde sus paisanos emboinados, a la llegada de las «suecas». Ha dibujado las mil y una transiciones por las que ha pasado el costumbrismo en este país. De lo rural a la digitalización. De tener que mandar las viñetas con el autobús de línea, a dibujar sus personajes en el ordenador, esa fue su propia evolución.
La orfandad en que nos dejó fue terrible para sus seguidores. La de ahora es insufrible para nosotros, su familia, que acompañaremos a Magdalena y a Ricardo en su dolor.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.