Las dificultades de la vida en Granada florecen dos años después

Un millar de ucranianos se instalaron en la provincia huyendo de la guerra. Mantienen su agradecimiento por la acogida, pero recuerdan que los programas de ayuda van a finalizar y encuentran obstáculos para estudiar y trabajar

Sábado, 24 de febrero 2024, 15:30

Once días antes, Vladimir Putin había anunciado una «operación militar especial» que amenazaba a sus negocios, sus escuelas, sus casas. Una guerra que atentaba contra sus vidas. Europa activó el mecanismo para facilitar el movimiento de ciudadanos ucranianos por todo el territorio comunitario y los ... Estados empezaron a hilvanar una red de ayuda a los refugiados. Quienes tenían familia en el extranjero pudieron hacer la maleta y huir. Los primeros llegaron a Granada el 7 de marzo de 2022.

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Llegada de refugiados a la estación de autobuses. PEPE MARÍN

En las primeras semanas de guerra, el cuartel general de Granada fue la parroquia del Santo Ángel Custodio, en el Zaidín, donde el párroco ucraniano Svyatoslav Myronyuk coordinó la salida de comida y ropa hacia la frontera de Polonia. Por otro lado, la Archidiócesis pidió ayuda a los ciudadanos para que las familias locales acogieran a los refugiados y organizó caravanas de furgonetas para llevar la ayuda al borde de Ucrania. También la Asociación Guardias Civiles Solidarios (AGCS) se puso manos a la obra para colaborar: hasta noviembre de 2023 había movido 450 toneladas de materiales.

Los refugiados se alojaron en hoteles del Centro y recibieron ayuda para conocer el idioma y adaptarse a una nueva vida gracias a organizaciones como Cruz Roja. Pudieron escolarizar a sus pequeños, gratis incluso en los colegios privados. Y asentaron, sin perder de vista sus raíces, su nueva vida en Granada. Siguen agradeciendo toda la ayuda que reciben y el cariño de los españoles, pero tres años más tarde advierten de que su situación empieza a complicarse: están abocados a lograr ya cierta autonomía, pero tienen problemas para continuar sus estudios, homologar sus títulos o encontrar trabajo.

Nataliia, Polina, Inna y Serafima repasan sus primeros meses en Granada durante una pausa del ensayo del grupo de teatro 'Barvy' -uno de los puntos de encuentro de la comunidad ucraniana-. «Fue muy, muy impactante para nosotras, porque lo dejamos todo en nuestro país y llegamos aquí con una maleta. Teníamos ropa, ayuda para tramitar los documentos, medicinas gratis, la gente del hotel y Cruz Roja nos ayudaba…». A lo largo de los últimos tres años han llegado a Granada 1.041 ciudadanos ucranianos y han pasado por el sistema escolar granadino 693 menores.

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Ahora han ido encontrando acomodo en viviendas de la capital, compartiendo piso con otras familias españolas, con compatriotas ucranianos que han conocido en estos meses o, en el mejor de los casos, de forma independiente. Querrían reencontrarse con los familiares que dejaron en Ucrania, pero cada día reciben en sus móviles imágenes de bombas que caen «a cien metros» de las que fueron sus casas. «Mi marido está ahora en el hospital con heridas graves», cuenta una de las actrices.

En Ucrania está extendida hasta el 13 de mayo la ley marcial, que incluye un toque de queda que empieza a las diez de la noche e impide a los hombres de entre 18 y 60 años salir del país

En Kiev, Jarkov o Jersón es posible hacer una vida relativamente normal, pero la amenaza es permanente. Cuando suenan las alarmas, los ucranianos se cobijan en los sótanos que hasta el 24 de febrero de 2022 eran simples cocheras y ahora hacen las veces de refugio antiaéreo. No es raro, cuentan, pasar la madrugada dentro de un coche en estos búnkeres improvisados. Tampoco pueden estar en la calle. La ley marcial, que se ha prorrogado hasta el próximo 13 de mayo, impone un toque de queda desde las ocho de la noche a las seis de la madrugada. Además, impide salir del país a los hombres de entre 18 y 60 años, que pueden ser llamados a filas en cualquier momento para combatir al ejército ruso.

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Los familiares de muchas de las refugiadas alojadas en Granada siguen allí. En el corrillo, una de las ucranianas cuenta las semanas para que su padre, una vez cumplidos los 60, pueda viajar a España: «Vive junto a un edificio del Gobierno y caen las bombas cercas. En su trabajo siempre hay ventanas rotas». Ellas están en un callejón sin salida: no pueden regresar a una tierra en la que sobrevivir es casi cuestión de azar, pero se empiezan a agotar las ayudas para mantenerse en Granada. Las medidas temporales acabarán esta primavera -salvo que las prorroguen- y tendrán que empezar a vivir de forma autónoma.

1.613 Ucranianos

Están censados en Granada

693 Niños

Han pasado por el sistema educativo de la provincia

Tienen recursos para hacerlo. Nataliia, por ejemplo, es profesora de Informática, y Serafima tiene amplia experiencia como periodista. Pero todos los títulos son papel mojado: no consiguen homologarlos para que sean válidos en España. Polina tiene claro que quiere hacer vida en Granada, pero no sabe si podrá acceder a la carrera de Psicología: aquí está en primero de Bachillerato, pero según el sistema ucraniano ya debería estar en el último curso previo a la universidad: «Necesito homologar mi diploma escolar de Ucrania, pero por problemas con el idioma no puedo». Hay 345 ucranianos registrados como demandantes de empleo. 34 de ellos consiguieron un puesto de trabajo en enero.

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Obstáculos al margen, mantienen en todo momento una idea: agradecen la acogida en Granada. Citan un ejemplo. Cuando el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, aterrizó por sorpresa para participar en la Cumbre Europea, la comunidad se reunió a las puertas del Palacio de Congresos para tratar de salud al presidente ucraniano, ataviados con ropas tradicionales y cubiertos por una gran bandera. No lograron coincidir con el líder, pero recibieron decenas de abrazos de granadinos que pasaban por allí.

La comunidad que han formado lejos de su hogar y el cariño de los vecinos de Granada son un bálsamo y les motiva a superar las trabas administrativas y establecerse en España definitivamente. Pero no olvidan que a 3.500 kilómetros, sus familiares tienen que bajar al sótano para esconderse de los misiles de madrugada. Mantienen la recogida de materiales y dinero para ayudar a su gente en Ucrania, y destinan a los niños que se quedaron sin padres por la guerra lo que recaudan en sus actuaciones.

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