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Riadas en Granada
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«Le dije a mi nieto que la casa se inundaría en diez minutos; así ocurrió»Cuatro y media de la tarde en el número 10 de la calle Era de Diezma. Jorge León y su nieto José Abraham Jeremy miran tranquilamente la televisión. «Nos gusta ver juntos los documentales de La 2», dice el abuelo. El sosiego de aquella tarde del 29 de octubre estaba a punto de convertirse en una verdadera pesadilla. «Escuché dos truenos y le dije al chiquillo: en diez minutos se inunda la casa», recuerda el abuelo. Y, en efecto, en diez minutos la casa estaba inundada.
«El darro que pasa por debajo de esta vivienda, que se construyó hace más de cien años, no aguanta y el agua escapa por la cocina y por el cuarto de baño», explica Jorge, quien mira con orgullo a su José, un niño de once años con ojos verdes y cuerpo de hombre. «Él fue el primero que reaccionó y cogió la nevera para sacarla a la calle, pero el nivel subió tan rápido que fue imposible», relata Jorge, quien no olvida cómo el refrigerador, la tele, los electrodomésticos, los juguetes... flotaban sobre el agua. A pesar de ello, ni él ni José se plantearon salir del domicilio. «Nos ha pasado muchas veces», lamenta.
Jorge, que atribuye el problema al crecimiento urbanístico de Diezma y a unos saneamientos insuficientes, solo tiene palabras de agradecimiento para el Ayuntamiento y la alcaldesa Emilia Troncoso. «Ha venido varias veces y desde el primer momento ha estado muy pendiente de nosotros y de nuestras necesidades», comenta. «Nos alojaron inicialmente en un hotel y posteriormente en un piso de alquiler».
¿Hasta cuándo?La intención de Jorge y de su familia es regresar más pronto que tarde. Ahí viven habitualmente Jorge (53 años), sus nietos José (11) y Naizán (6), su hijo Jeremy (29) y su hermana Sonia (47). Pero sus deseos tardarán en realizarse. Básicamente porque el número 10 de la calle Era sigue siendo un lodazal. A lo que hay que sumar el hedor –hablamos de unas conducciones por las que circulan aguas sucias–. «Aquí no se puede estar porque está todo asqueroso y porque hay riesgo de contraer enfermedades», dice Aroa León, hija de Jorge.
Jorge y los suyos no cuentan con un seguro que cubra los daños. Tampoco se consideran responsables de la situación y entienden que las soluciones y los arreglos tienen que venir de fuera. «Mientras tanto –comenta Aroa– nosotros hemos tirado enseres y muebles que son inservibles».
Las losetas arrancadas de cuajo por los géiseres de inmundicia y el reventón de la alcantarilla recuerdan que en un modesto hogar de cien metros cuadrados y vigas de madera de Diezma estuvo a punto de ocurrir una verdadera desgracia hace tan solo tres semanas. Una desgracia que sí, tiene nombres y apellidos.
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Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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