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Jueves, 23 de noviembre 2023, 00:42
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La vida de Jorge es una divina tragedia que oscila entre el infierno, el purgatorio y un paraíso todavía sin escribir. Educado, elegante y con un gran sentido del humor, sobrevive a base de tabaco y trankimazin las largas noches al relente de la Vega de Granada, protegido por una escasa chabola de cartón y plástico ubicada en la rotonda de Neptuno, bajo la Circunvalación.
Jorge50 años
«Ahora estoy fatal. Ahora estoy hambriento. Nada más que metiéndole tabaco al cuerpo», confiesa. Jorge es un alma rota que entre calada y calada, pastilla y pastilla, respira con dificultad para tratar de analizar en qué momento se jodió su vida, qué momentos dulces atesora en una jornada sin huella, la posibilidad de escapar de un presente podrido de soledad. «Mi dolor más grande es no poder ver a mi madre y a mi familia. Antes iba a Loja a ver a mis padres, pero iba bien, estaba de puta madre. Ahora no quiero que se acerque nadie. Es que vaya, no quiero que nadie sepa dónde estoy, que sepan por el calvario por el que estoy pasando». Jorge apenas tiene cincuenta años y está envejecido, como si una tormenta de ceniza hubiera anidado dentro de su ser. Nacido en Loja, en una familia extensa, muy numerosa, pronto se enfrentó a su padre y se vino a la ciudad de la Alhambra a buscarse la vida. Pronto apareció el dinero fácil en unas aventuras que él cuenta ahora con picardía, sabedor de que han prescrito por el candor de la lejana mocedad.
Luego vino la vida familiar. Apareció el amor, contrajo matrimonio y tuvo un hijo que hoy trabaja en Maracena. Jorge se dedicó a todo tipo de chapuzas y trabajos con los que ganaba su buen dinero. «Desde repartir butano por el Barranco del Abogado hasta ser pintor de brocha gorda», cuenta con media sonrisa, mientras apura una vez más el enésimo pitillo.
Era entonces una vida en la que Jorge estaba «de puta madre», en sus propias palabras. Aunque luego se separara de su mujer, acariciaba un proyecto vital que le hacía mucha ilusión. «Pues mira, yo tenía un proyecto que era comprarme una cueva que hay ahí por el cementerio, por el Vithas parriba, donde está el segundo puente, concretamente enfrente. La iba a pintar, de hecho está arreglada ya la cueva, iba a ponerle luz y un buen día, mi niño, me deja su perro, un Husky siberiano chiquitillo».
Salió ese día a comprarle comida al perro con tan mala fortuna que un autobús le atropelló en la curva de Reyes Católicos cuando cruzaba en verde el paso de cebra, recuerda con tristeza. Dicen que los dioses encuentran hilarantes los planes de los hombres. El «porrazo», como lo identifica Jorge, le procuró todo tipo de dolores, le obligó a abandonar la cueva por su mala accesibilidad, le dejó sin trabajo y sin ingresos. Se abrieron entonces para Jorge las puertas del infierno.
El infierno
«Esto esto es un infierno, esto es un infierno, te lo digo yo». Jorge vive, sobrevive, dormita, recuerda y espera una vida mejor en una chabola a todas luces insalubre, húmeda y sucia. Es una estructura de cartones y plásticos que él mismo ha levantado. El cubículo puede tener apenas media docena de metros cuadrados y hay que entrar de rodillas. Uno no se puede poner de pie. En el interior, el colchón y un par de bolsas que contienen ropa y las escasas propiedades y utensilios de Jorge. Unos pocos platos, alguna taza, una bolsa con ropa, tres pares de zapatillas deportiva, un par de gorras.
También, la comida, que suele llevarle Cruz Roja una vez por semana. Apenas unos zumos, batidos y latas de conserva de sardinas o atún. Pan y bollos, también. También, una vez por semana aparece un muchacho que reparte alimentos. «Viene de la parroquia que hay junto al parque García Lorca. Son muy majos, me preguntan qué tal estoy y traen bebidas y buenos bocadillos».
Por si acaso, también cuenta con tres 'amiguitos'. Se trata de una porra de madera compacta, un cuchillo y un hacha. «El peor momento de cada jornada es por la noche. Pueden venir niñatos a hacernos perrerías. Y conmigo no juega nadie», reconoce un Jorge decidido, con una mirada que no deja lugar a las dudas.
El infierno de Jorge está lleno de tabaco y tranquimazin. Cada día, cuando se despierta, su primer alimento se compone de un pitillo y una pastilla. Diagnostica estos hábitos con precisión el estado devastado de esta persona sin hogar. A uno le entra frío y se le encoge también el alma. Luego está todo lo demás. La búsqueda de alimento, la espera de una llamada de la abogada del turno de oficio a ver si sale el juicio por el atropello, que alguien le traiga tabaco, una llamada a su teléfono móvil que contenga una noticia calurosa, amable.
Mientras, Jorge combate su infierno como puede. Su mejor arma es la provisionalidad. La comida está en bolsas, no hay estanterías. La ropa también está en bolsas, no tiene armario ni cajones. «No, porque me da la sensación de que me voy a echar mucho tiempo aquí, y me da paranoia».
El purgatorio
Jorge tiene también un as en la manga. Una paguilla. «Son unos 500 euros al mes. «Ni llega», reconoce. No termina de explicar de dónde sale la paguilla, lo que importa es que a principios de mes le saca del infierno por unos días. Es entonces cuando alquila un camastro en una pensión del Camino de Ronda que sale a 35 euros la noche.
Aprovecha entonces para comer en el bar de la esquina. «El menú sale a 12 euros, y como caliente. Me sale todo un poco caro y enseguida se me acaba el dinero, pero al menos durante estos días me puedo duchar, duermo tranquilo bajo techo y como bien». Son días que conforman un purgatorio de sábanas frías, lejos del infierno, pero todavía a años luz del paraíso.
El resultado es espectacular. Jorge parece una persona diferente. Lejos de esos tonos grises y ese aura borrosa que le rodeaba, aparece erguido, sin el peso tan imaginario como real que lleva sobre sus hombros. La mirada ha cambiado y ahora es vívida, le brillan los ojos y la sonrisa antes que ternura, desprende amabilidad. El cambio llama al cambio y Jorge aprovecha entonces para poner su vida en hora, aunque sigue sin reloj.
Su jornada
1
La luz y el ruido de los coches lo despiertan
2
Desayuna
Tabaco y Trankimazin
3
Después arregla la chabola y limpia el entorno
4
Sale y normalmente va a tomarse un café o comprar comida o a la farmacia
5
Va al Parque García Lorca
6
Vuelve a su chabola y se prepara un bocadillo y se echa una siesta
7
Se queda en la chabola y ve vídeos de documentales en el móvil
8
Algunos días por la tarde le visitan de la Cruz Roja o de la parroquia y le entregan comida y productos de aseo
9
Cena algo y se acuesta a dormir
Su jornada
1
La luz y el ruido de los coches lo despiertan
2
Desayuna
Tabaco y Trankimazin
3
Después arregla la chabola y limpia el entorno
4
Sale y normalmente va a tomarse un café o comprar comida o a la farmacia
5
Va al Parque García Lorca
6
Vuelve a su chabola y se prepara un bocadillo y se echa una siesta
7
Se queda en la chabola y ve vídeos de documentales en el móvil
8
Algunos días por la tarde le visitan de la Cruz Roja o de la parroquia y le entregan comida y productos de aseo
9
Cena algo y se acuesta a dormir
Su jornada
1
La luz y el ruido de los coches lo despiertan
3
2
Después arregla la chabola y limpia el entorno
Desayuna
Tabaco y Trankimazin
4
Sale y normalmente va a tomarse un café o comprar comida o a la farmacia
5
Va al Parque García Lorca
6
Vuelve a su chabola y se prepara un bocadillo y se echa una siesta
7
Se queda en la chabola y ve vídeos de documentales en el móvil
8
Algunos días por la tarde le visitan de la Cruz Roja o de la parroquia y le entregan comida y productos de aseo
9
Cena algo y se acuesta a dormir
Su jornada
1
La luz y el ruido de los coches lo despiertan
3
Después arregla la chabola y limpia el entorno
2
Desayuna
Tabaco y Trankimazin
5
Va al Parque García Lorca
6
Vuelve a su chabola y se prepara un bocadillo y se echa una siesta
4
Sale y normalmente va a tomarse un café o comprar comida o a la farmacia
9
Cena algo y se acuesta a dormir
8
7
Algunos días por la tarde le visitan de la Cruz Roja o de la parroquia y le entregan comida y productos de aseo
Se queda en la chabola y ve vídeos de documentales en el móvil
Es el momento de llamar a su hijo y de acercarse a Maracena a visitarle. «El otro día fui a verle, pero estaban todos esperándome. Menos mal que les vi de lejos, y me di la vuelta. No quiero que me vean así». Una vez más, hay una fuerza interna dentro de Jorge que le lleva a permanecer y a luchar.
Jorge recoge chatarra. Hace paquetes y la traslada en un carrito que se ha apañao. Va despacio y con cuidao. No le renta mucho, pero sí le sirve para un cafelillo y, sobre todo, para asegurarse la provisión de tabaco. «Esa mijilla de chatarra para tener algo de dinerillo y por lo menos para subirme por aquí arriba y tomarme un cafelillo, para comprarme un paquetillo de tabaco, para hablar a lo mejor con alguien porque si no es que ahí abajo solo es la desesperación total».
El paraíso
El paraíso está lleno de buena gente. Jorge dice que lo es. «Yo soy una persona bastante buena, porque siempre he estado trabajando, siempre ligado al trabajo. He tenido muchos amigos, no he tenido problemas con nadie. No le debo a nadie nada, pero yo qué sé…», no termina la frase, tratando de buscar un final que explique su situación.
Jorge conoce la solución. «Claro, yo claro que podría vivir de otra manera. Si me dieran la oportunidad de meterme en algún sitio, perfectamente. Si me dijeran ahora: 'Coge tus cosas que te vienes'. Eso para mí sería una inyección de vida. Y en poco tiempo te aseguro que en semanas estaría el doble de como estoy ahora». Es su idea, su clavo ardiendo de esperanza. Que los servicios sociales le ayuden.
Pero no llega. «De aquí yo acabaré en el cementerio seguro. Es que lo aseguro al cien por cien. Si a mí los servicios sociales no me ponen una solución, porque hay albergues, sitios donde meten a la gente. ¿Por qué no me pueden meter a mí y restaurar un poco mi vida, tío, que es lo que quiero?». Se pregunta, angustiado, dolido, herido por dentro y por fuera.
Personas atendidas en centros asistenciales de Andalucía en 2022
72,9%
Hombres
27,1%
Mujeres
47,7%
7,4%
Entre 45 y 64 años
Más de 64 años
25,3%
19,6%
Entre 30 y 44 años
Entre 18 y 29 años
Principales causas del sinhogarismo
Porque perdió el trabajo
36,7%
Por tener que empezar de cero tras emigrar a otro país
22,3%
Por separación de la pareja
19,3%
Porque le desahuciaron
de la vivienda
15,6%
Por hospitalización
14,8%
Porque cambió de localidad
14,7%
Porque no pudo pagar
más el alojamiento
14,2%
Por problemas de adicción
14,1%
Fuente: INE
Personas atendidas en centros asistenciales de Andalucía en 2022
72,9%
Hombres
27,1%
Mujeres
47,7%
Entre 45 y 64 años
7,4%
Más de 64 años
25,3%
19,6%
Entre 30 y 44 años
Entre 18 y 29 años
Principales causas
del sinhogarismo
Porque perdió el trabajo
36,7%
Por tener que empezar de cero tras emigrar a otro país
22,3%
Por separación de la pareja
19,3%
Porque le desahuciaron
de la vivienda
15,6%
Por hospitalización
14,8%
Porque cambió de localidad
14,7%
Porque no pudo pagar
más el alojamiento
14,2%
Por problemas de adicción
14,1%
Fuente: INE
Personas atendidas en centros asistenciales de Andalucía en 2022
72,9%
27,1%
Hombres
Mujeres
7,4%
19,6%
Más de 64 años
Entre 18 y 29 años
47,7%
Entre 45 y 64 años
25,3%
Entre 30 y 44 años
Principales causas
del sinhogarismo
Porque perdió el trabajo
36,7%
Por tener que empezar de cero tras emigrar a otro país
22,3%
Por separación de la pareja
19,3%
Porque le desahuciaron
de la vivienda
15,6%
Por hospitalización
14,8%
Porque cambió de localidad
14,7%
Porque no pudo pagar
más el alojamiento
14,2%
Por problemas de adicción
14,1%
Fuente: INE
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72,9%
27,1%
Hombres
Mujeres
7,4%
Más de 64 años
19,6%
Entre 18 y 29 años
47,7%
25,3%
Entre 45 y 64 años
Entre 30 y 44 años
Principales causas del sinhogarismo
36,7%
Porque perdió el trabajo
Por tener que empezar de cero tras emigrar a otro país
Por separación de la pareja
Porque le desahuciaron de la vivienda
Por hospitalización
Porque cambió de localidad
Porque no pudo pagar más el alojamiento
Por problemas de adicción
22,3%
19,3%
15,6%
14,8%
14,7%
14,2%
14,1%
Fuente: INE
Jorge fue expulsado del paraíso. Vive en el infierno de una chabola y a veces pasa por el purgatorio para tomar aire. No tiene vida ni futuro. «Me lo imagino negro». Aunque algo le pide resistir. La idea de volver al paraíso. Para Jorge, un techo y un colchón, quizá unas olivas con tripa de anchoa. Y salchichón.
Texto Javier F. Barrera
Imagen y sonido Javier Martín
Infografía y maquetación Carlos J. Valdemoros
Publicidad
Edurne Martínez y Sara I. Belled (gráficos)
Pablo Rodríguez | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Jon Garay
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