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Carlos Morán
Domingo, 6 de mayo 2018, 01:04
Lo que quedaba de la máquina de asesinar llamada ETA ha anunciado su desaparición definitiva. Deja una herencia de decenas de tumbas. Un espeluznante legado de viudas y huérfanos, de sufrimiento y luto. El pelotón de fusilamiento se retira, pero la aflicción de las víctimas permanece, ypor partida doble en aquellas que no han obtenido la reparación de ver al verdugo en la cárcel.
«El dolor no se disuelve. Ni la injusticia», dice con una voz temblorosa pero firme Encarnación Villena en clara alusión al término «disolución», que es el que ha elegido ETA para certificar su final. Encarnación es la única hija de Alberto Villena Castillo, un guardia civil natural de Padul que murió abatido a tiros por pistoleros de ETA en el puerto de la localidad vizcaína de Lequeitio. Ocurrió el 14 de octubre de 1978. Su pequeña sólo tenía dos años y él, 27. «Es que era un niño. Cuando les hablo a mis hijos del abuelo tengo una sensación extraña. Es que era un niño...», medita Encarnación Villena.
A pesar de su corta edad, ella fue consciente pronto de la ausencia del padre. «Desde que tengo recuerdo, preguntaba por él. ¿Dónde está mi papá? Y me decían: 'En el cielo'. Y yo no entendía nada. ¿Cómo va a estar en el cielo?», rememora Encarnación la traumática toma de conciencia de su temprana condición de huérfana de padre.
Aquella chiquilla desconcertada creció –hoy tiene 41 años–, pero nunca dejó de hacerse preguntas. Porque el duelo de las víctimas del terrorismo siempre está salpicado de interrogantes, de dudas que pueden convertirse en una tortura: ¿Por qué? ¿Quién fue?
La respuesta a la primera cuestión está clara: por nada. «Como tantos otros, mi padre era una persona inocente. No había hecho mal a nadie. No lo mataron porque hubiera una lucha entre unos y otros, que es lo que quieren hacer ver. Había unos que mataban y otros que morían. Me produce mucho desasosiego y tristeza que se quiera hacer ver otra cosa», confiesa la hija del agente de la Guardia Civil asesinado.
En cuanto a la segunda incógnita, ¿quién apretó el gatillo?, Encarnación teme que nunca llegue a saberlo. Y esa posibilidad le revuelve por dentro. Su padre cayó en los años del plomo, una época en la que los atentados mortales de ETA se sucedían con una intensidad diabólica. Apenas había tiempo para contar los cadáveres y mandarlos de vuelta a su tierra de origen para que fueran enterrados. Deprisa, deprisa. La tragedia, oculta tras el muro de la rutina.
Desde la distancia, las familias de los guardias y los policías destinados en el País Vasco estaban constantemente pendientes de los transistores, queriendo saber, pero con miedo a saber. Como la pena, esa necesidad de conocer la verdad perdura.
En este sentido, los crímenes que se produjeron entre finales de los años 70 y principios de la década de los 80 del siglo pasado son, seguramente, los menos documentados e investigados. Y el discurrir del tiempo, como es natural, no ha ayudado a su esclarecimiento.
Alberto Villena murió acribillado en 1978 y, al día de hoy, no se sabe quién acabó con su vida. La justicia, según explica su hija Encarnación, no les ha comunicado nada al respecto. Si se tiene en cuenta que, según el Código Penal vigente hace unos años, el delito de asesinato no podía ser perseguido cuando hubiesen transcurrido 20 años desde su comisión, es más que probable que el de Alberto Villena esté prescrito. Encarnación no tiene la certeza de que sea así, pero se teme que es lo más probable. Y eso le indigna. «Es que se van a ir de rositas», dice al borde del llanto.
Para Encarnación, independientemente de las disposiciones legales, los etarras deberían tener la decencia de decir quién asesinó a su padre y al resto de víctimas cuyos casos están archivados –o prescritos– por falta de autor conocido. «Ya sé que no me van a devolver a mi padre, pero me daría tranquilidad. Tenemos derecho a saber. No nos pueden quitar eso también», reclama.
Hace unos días, y en vista de que la banda terrorista –que estaba inactiva desde 2011, cuando declaró el «cese definitivo» de la violencia– iba a anunciar su desaparición, un grupo de intelectuales –la mayoría de ellos vascos– hizo público un comunicado en el que exigían a ETA que aclarase los «al menos 358» crímenes que están sin resolver, caso del asesinato del guardia civil paduleño Alberto Villena.
«Por un fin sin impunidad» era el elocuente lema de un escrito rubricado por personalidades con Fernando Savater, Joseba Arregí, Teo Uriarte, el escritor donostiarra Fernando Aramburu, autor de 'Patria', ola presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, Maite Pagazaurtundua, cuyo hermano Joseba murió tras ser tiroteado por ETA, igual que el de Consuelo Ordóñez, otra de las firmantes del comunicado.
Además de que señale a los autores de los atentados que no han sido esclarecidos, todos ellos reclamaban a la organización terrorista que hiciera una condena de su sangrienta existencia. Es lo que quiere también Encarnación Villena, la hija de Alberto, pero ETA no lo ha hecho.
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