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Sarai Bausán García
Granada
Sábado, 5 de octubre 2019, 01:33
Piedad tiene una de esas casas que consiguen hacerte sentir bienvenido desde el mismo momento en el que traspasas el umbral de la puerta. Desde ... siempre le ha gustado la decoración y tener su casa esmerada y perfecta, por lo que cada rincón de este bien llamado hogar está pensado al milímetro. Ni una mota de polvo, ni un trasto por medio. Todo lo que allí hay colocado tiene un sentido, y una historia. Un relato que no todos los días se puede ver en su pleno esplendor, porque la oscuridad no le deja. Porque su casa es hogar, pero también penumbra. Los cortes de luz constantes que tanto ella como el resto de los vecinos de su bloque, y del resto de los habitantes de los barrios de Cartuja, Molino Nuevo y La Paz, padecen, han convertido sus casas en un constante fondo en negro que rara vez se ilumina.
Cuando Piedad empieza a narrar la historia de su vida, su voz se rompe. «He pasado mucho, y no puedo dejar de penar ni de mayor», dice ante la compasiva mirada de su hija, con la que comparte nombre. Piedad ha tenido que luchar desde muy joven, y ahora sigue batallando con esa misma garra contra un nuevo contratiempo que puso su vida patas arriba hace casi una década: los cortes de luz. «Ayer mismo estuvimos toda la tarde y la noche sin luz. Hoy ha venido por la mañana, pero no sabemos hasta cuándo tendremos electricidad. Nadie se puede imaginar lo duro que es vivir así, porque te paraliza la vida y nos la quita. Nos mata poco a poco de ansiedad, tristeza e impotencia», explica la vecina. «Estos cortes de luz nos están dejando aislados y sin vida. Y en el caso de las personas mayores es incluso peor, porque apenas salen de casa y, al final, la soledad y la oscuridad les come por dentro», añade su hija.
Hoy tienen electricidad en su casa, así que han aprovechado para hacerse el desayuno y enchufar todos los aparatos que rara vez usan por la falta de suministro. Pero este día ha sido una excepción. «Hemos tenido que comprarnos un hornillo de camping gas para hacer la comida y tenemos la casa llena de linternas. Además, tenemos que comprar la comida justa que sepamos que vamos a gastar en el día, porque si no sabemos que va a ir directa a la basura porque no hay forma de mantenerla», explica su hija. La situación es tal, que Piedad madre ha tenido que acostumbrarse a pincharse la insulina que necesita diariamente a oscuras mientras sostiene una linterna.
Su madre vive sola, y eso le preocupa a Piedad. Ella pasa cada momento que puede con ella, pero en ocasiones tiene que dejarla sola en su casa. Y ahí le cunde el pánico. Porque, cuando la luz se va, «cosa que pasa cada día y durante gran parte del día», su madre se queda aislada, sin teléfono e, incluso, sin botón de teleasistencia, pues necesita estar conectado a la corriente.
Lo mismo les sucede a Encarna y Fija, madre e hija y vecinas del barrio de La Paz. Fina tiene una debilidad que hace que se le endulce el rostro con solo nombrarla: su nieta. Vive fuera de Granada, así que no puede verla tanto como le gustaría. Intenta hablar con ella a menudo y, en cuanto puede, le pide a su hijo que la traiga. Hace unas semanas, la pequeña vino a pasar unos días con su abuela, y Fina no cabía en sí de la felicidad. Pero esta sensación le duró poco. Tan poco como el tiempo que estuvo funcionando la electricidad en casa.
Cuando la luz empezó a irse y a dejar la casa en una oscuridad total durante horas, la pequeña empezó a asustarse y a increparle a su abuela que «¿por qué no pagas?». Por más que Fina le decía que ella pagaba, pero que eso no le aseguraba tener el servicio, la niña seguía sin querer estar en una casa repleta de sombras. Y, al final, tuvo que volverse a su ciudad con sus padres. «Yo estaba que me moría de pena, porque ya no es solo que los cortes de luz nos dejen aislados, sin poder ver siquiera las noticias o la tele y sin electrodomésticos en casa, sino que nos aísla del mundo y nos aleja de los nuestros», afirma la granadina.
Encarna lleva toda su vida viviendo en la casa del Distrito Norte, y es feliz allí. Tiene a su familia y a sus amigas cerca, y una casa que se conoce como la palma de su mano. «Pero parece que buscan que nos vayamos de un barrio en el que queremos vivir con dignidad», indica. Ha llamado en repetidas ocasiones a Endesa para reclamar que le den el servicio que se merece, pero «siempre nos marean y no nos dan ni respuesta ni solución».
«Es una indignación total la que se vive en el barrio, porque ya no es solo que vivamos a oscuras y que esto nos aísle y nos haga sentirnos des protegidos y solos, sino que no encontramos apoyo ni de las administraciones ni de la propia compañía eléctrica», indica María, vecina del barrio. Todas ellas valoran, y mucho, el gesto que tanto el Defensor del Ciudadano, Manuel Martín, y el párroco de La Paz, Mario Picazo, han tenido con los vecinos. Ambos se han encerrado en la Iglesia de San Francisco, en Camino de Ronda, para protestar por los cortes de luz que sufre el Distrito, que afecta a unos 10.000 vecinos y que ha convertido la situación en una «emergencia humanitaria que es inhumana e ilegal».
Susana tiene una tienda de alimentación en La Paz. Pero, cuando abre su establecimiento, no sabe cuánto tiempo podrá tenerlo abierto y durante cuántas horas. «He tenido que pasar el verano sin helados o trayendo unos pocos de mi casa a la espera de ver si se venden durante el día. Y cuando se va la luz por la tarde tenemos que cerrar, porque te juegas, encima, que te den un palo», afirma. Lo mismo le sucede a Mónica, dueña de uno de los bares de la zona. En un solo día se le puede ir a la luz tres o cuatro veces, «como poco». En esos momentos, su establecimiento se queda parado, porque es imposible servir cafés o hacer tostadas sin electricidad.
«Yo soy vecina de la zona, por lo que lo sufro tanto en el trabajo como en la casa. Es indignante», señala. Por ello, el presidente de la asociación de vecinos asegura que emprenderán las medidas necesarias para revertir esta situación. Los vecinos quieren luchar, pero les están dejando sin fuerzas. No saben qué más hacer para tener lo que se merecen: el servicio que pagan. Y están hartos de las «excusas de Endesa», pues «no han hecho ninguna inversión aquí para mejorar y mantener el tendido».
Desde la compañía, por su parte, indican que esta situación se debe a que el 60% de los vecinos de estos barrios están enganchados de forma ilegal, lo que satura el servicio. Asimismo, afirman que en los últimos tres años se han invertido un millón de euros solo en arreglar los daños causados. Para los vecinos, esto «no es suficiente». Y es que, como dice María, «necesitamos respuestas y que no dejen morir nuestro barrio. Necesitamos que no nos abandonen en la oscuridad».
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