![Con la llegada de la pandemia las bolsas rojas con ropa infectada forman pequeñas montañas.](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202204/03/media/cortadas/c1-kDTH-U1601526454788DFE-984x608@Ideal.jpg)
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Javier F. Barrera
Granada
Domingo, 3 de abril 2022, 00:01
Cuando un paciente entra en el hospital Virgen de las Nieves –Materno Trauma, el Ruiz de Alda–, lo primero que hace es enseñar el DNI. Luego se desviste y se pone el camisón, que por cierto, hagas lo que hagas, siempre se te ve el culo. Ese camisón está siempre inmaculado. De hecho, su higiene y limpieza está certificada por el instituto alemán Hohenstein, en Boennigheim, cerca de Stuttgart, los mejores del mundo en esta especialidad desde 1946. Los responsables de tanta blancura son los profesionales de la lavandería industrial que se ubica en un edificio junto a Traumatología. Es la zona sucia, oculta y que nadie ve. Pero es también el principio y el fin de un proceso sanitario excelente.
Cuando se traspasan las puertas que dan paso a las entrañas de la zona sucia contra el covid se encuentran toneladas de ropa sucia y de ropa infectada por el coronavirus. La LCI (Lavandería Central Industrial del hospital Virgen de las Nieves) tiene un horario de 8h a 22h de lunes a sábado. Trabajan cerca de cien personas en todo el proceso. El equipo lo forman los dos jefes, Montse y Juande más dos responsables de equipo en cada turno para coordinación. Hay lavanderas, pinches de lencería que una vez terminado el proceso de lavado preparan los pedidos de cada hospital, planchadoras, costureras, mantenimiento, conductores y limpiadoras. «Recibimos ropa hospitalaria sucia de todos los centros sanitarios de la provincia de Granada, y por operatividad, de la región sanitaria sur de Jaén», cuenta Juan de Dios Amate, también responsable de la LCI.
«Al año se limpian prácticamente tres millones de kilos de ropa. Una barbaridad. Esto supone diez mil kilos de ropa sucia al día. El 60% de ropa son sábanas. Son 5.700 kilos, entre medio kilo que pesa cada sábana, 11.400 sábanas diarias por 2.20 metros que miden, salen casi treinta kilómetros, la distancia que media entre ir y volver desde el Ayuntamiento de Granada hasta el de Santa Fe», según sus cuentas.
Otro dato. La ropa hospitalaria se somete a una media de 150/200 lavados. «Pero esto es teoría, porque muchísimas prendas se ensucian tanto que hay sábanas que no duran ni un solo lavado». Lógico.
Cuando llega el camión con la ropa sucia, se clasifica por artículos, según el tipo textil. De felpa. Las toallas y las mantas y los muletones, que son las mantitas de los bebés. De algodón. Ropa plana blanca. Sábanas y sábana entremetida, colchas y funda de almohada. De tergal. Es la ropa del paciente. Camisones, pantalón, chaqueta, bata y toda la uniformidad del profesional que se compone asimismo de chaqueta, pantalón y bata. Luego, por otro lado, las almohadas.
También se clasifican en origen en el centro sanitario en bolsas de colores. La bolsa amarilla es para la felpa, la azul para el tergal, la blanca para la ropa de cama y la roja es ropa covid o cualquier otro tipo de infección. Aquí está todo mezclado.
Al llegar a esta zona sucia de la LCI, se agrupan y ya van a las lavadoras. María Fernández, subdirectora del hospital Virgen de las Nieves para todas las responsabilidades que no son sanitarias, comparte que son parecidas a un túnel de lavado de cualquier gasolinera. «Son muy grandes, pero compartimentadas en trece departamentos con cuatro de espera. El otro módulo tiene cinco».
La desinfección es química y térmica. Química porque lleva sus productos, detergentes especiales y térmicamente porque el túnel de lavado tiene hasta una temperatura de más de 80 grados que mata a los bichos por los dos sistemas. Y luego, por si las moscas, el secado es a doscientos grados.
Tras el lavado, la ropa sale de la zona sucia y pasa a la zona limpia tras atravesar una barrera sanitaria. Ahora se seca, se plancha y se dobla, según la pieza que sea. Antes se preparaban los paquetes y se embolsaban. «Era un plástico microprocesado para que no se diera efecto invernadero. Pero ahora se ha eliminado el plástico. Se pone a cada paquete una fajita de papel y se transporta en carros cerrados y cubiertos para garantizar el proceso de higiene», explica Montserrat Bartolomé. Por todo este proceso han sido distinguidos ahora con un certificado de calidad.
–¿Qué supone el certificado de calidad para vosotros?
–Nos da seguridad porque sabemos que el trabajo que estamos haciendo es realmente bueno, que mandamos la ropa bien lavada y bien desinfectada y en condiciones de uso para el enfermo.
–¿Qué reacción ha habido en el equipo?
–Al equipo les ha supuesto un orgullo tener la certificación porque les reconoce su labor. Hasta el punto que los compañeros de tarde se molestaron un poquillo porque la entrega de los certificados se realizó por la mañana. Así que la repetiremos».
Las condiciones de trabajo en la LCIson las siguientes. Una lavandera gana 1.100 euros por siete horas de trabajo, cinco días a la semana, con media hora de descanso diaria y catorce pagas al año. Además, realizan una labor social que también ha sido distinguida. «Dentro de la plantilla tenemos un porcentaje de personas con capacidades limitadas tanto físicas como psíquicas adaptadas al puesto de trabajo. Son 'border line'. Se les ha dado formación para que aprendan y se adapten».
Están muy orgullosos por ello. «Para ellos es darles vida y también para sus familias, porque están contratados y tienen un modo de vida con autonomía, tienen relaciones sociales y se les trata como uno más.
Llama la atención las montañas de bolsas rojas. Las que provienen de pacientes infectados con covid. Asusta. Pero nada más. Las bolsas rojas, que son de plástico hidrosoluble que se disuelve en el agua como un azucarillo en un café caliente. Durante el confinamiento del año 2020 hubo problemas de desabastecimiento de este tipo de bolsas, porque las solicitaban todos los hospitales ante el volumen increíble de pacientes covid.
«Yahí lo dimos todo». «El desabastecimiento de bolsas rojas implicaba que los compañeros tenían que abrir manualmente con su traje EPI estas bolsas covid. Esto supuso una mayor responsabilidad para todo el equipo de la LCI».
Fueron momentos muy duros. Toda la línea de combate contra la pandemia empieza y termina aquí, en una lavandería en la que todo lo que entra sucio y contaminado, infectado, sale limpio y completamente desinfectado para se usado por todos los profesionales sanitarios, desde celadores a cirujanas.
«Cuando llegó la pandemia, recuerdan ahora, al principio, ante lo desconocido del virus, todos decidimos tirar adelante». «Recibimos formación por parte de la unidad de salud laboral y la de riesgos laborales. De igual forma que hay plantas covid en los hospitales, la LCI era una planta de riesgo porque se recibían ropas covid a toneladas».
Se realizó un plan de formación intenso, se utilizaban los trajes protectores EPI, les dieron las herramientas y les dieron la formación. Se generó además un protocolo de trabajo seguro para cumplir con toda la normativa. «Pero luego depende de cada trabajador llevarlo a cabo. Ylo han hecho tan bien que ni uno solo se ha contagiado», confiesan emocionados.
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Amanda Martínez | Granada
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
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