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Cuando José Ángel se fue a dormir, oyó algo inusual. «Escuché gritos y portazos y, al abrir la puerta, todo estaba negro por el humo». ... Un incendio en la planta inmediatamente inferior a la suya amenazaba con ahogarlos. «No se veía absolutamente nada. Fue angustioso llegar a la calle», reconoce. A su lado, su compañero de piso, Mario, asiente. «A mí me pilló estudiando. Pensaba que el ruido era por borrachos en la calle, pero al abrir la ventana me llegó el olor a quemado», detalla. Salieron a toda prisa. «Cuando pasaba por el cuarto piso, dije: como me quede aquí, no lo cuento. Me dio mucha impresión», resalta.
En la misma planta vive Olga. Le tiembla la voz y, en general, todo el cuerpo. Apenas ha podido pegar ojo y sigue dándole vueltas a lo que podía haber ocurrido. «Cogí a mi perro, pero los gatos se escaparon. Salí rápido, llorando, porque si no nos moríamos, pero pensé que los encontraría muertos al volver», asegura. Por suerte, se encuentran bien.
Fue su hijo quien se percató de las llamas. Bajaron en pijama, en medio de una marabunta de vecinos. «Los Bomberos llegaron de inmediato. Había gente aún dentro y les decíamos que bajaran, pero no podían. Los sacaron por fuera», explica. Le impactó especialmente la imagen de un bombero con un niño en brazos. «Pensé que estaba muerto. Fue un susto muy grande», admite.
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