Es, sobre todo, sacerdote. Ha celebrado –y otros dos compañeros– los cincuenta y nueve años de su ordenación, pero lo ha tenido que hacer en casa, donde permanece desde que se decretara el estado de alarma. Seguro que le vendrían a la memoria muchos ... recuerdos, como el vivido en 2016 cuando ofició la Eucaristía junto al papa Francisco en su capilla privada, un momento que contamos aquí, en este periódico.
Para Manuel Reyes, «lo más importante que hago en el día a día es la celebración de la Misa», que suele ser sobre las diez de la mañana. A su finalización coincide el momento de la Adoración Eucarística que se retransmite por la televisión, «es media hora de oración, preciosa». Y, al final, escucha la homilía que ofrece cada día Su Santidad, «hoy –por ayer– ha sido sobre Judas», y luego después, se reza el Ángelus.
Acompañado de su hermana María José, estos ratos de recogimiento tienen, después del almuerzo y el descanso, su continuación con los ejercicios espirituales, «los hemos cogido de Internet y llevamos ya diez charlas». También comparten el rezo del Rosario.
Todo ello en unos momentos «que son duros», reconoce, donde intenta transmitir el consuelo que tanto se necesita: «las Misas las ofrezco por las personas que han fallecido y sufren», algunas muy próximas. Aunque no pueda darles personalmente el pésame, recurre a los vecinos para transmitirse las noticias. Porque no falta nunca a su cita de las ocho, apoyando con sus aplausos las intenciones especiales que, con sus rezos, solicita para las personas que trabajan en tantos ámbitos y para las que «pido al Señor que les dé constancia».
Piensa que estamos encontrando «un nuevo tipo de relación humana y de interés por el contacto y el diálogo», aunque, de momento, sea a través de las tecnologías, sobre todo las telefónicas, que considera muy importantes. «Nos estamos ayudando mucho unos a otros»; por eso dedica mucho tiempo a hacer llamadas, «especialmente a personas que sé que están solas o a quienes tienen problemas de salud».
Y todo esto lo comparte con la rutina más casera. «Antes de oficiar la Eucaristía, arreglamos la casa». Habitualmente, cuenta con una persona que le ayudaba, pero, de momento, piensa más en la salud; sin olvidar que es un colectivo que hay que apoyar, no sólo espiritualmente, sino también en lo económico. Como a otros muchos.
De hecho, «tuve que afrontar muchas cuestiones laborales», porque como capellán Mayor de la Capilla Real, no podía dejar que se quedara en el aire la gente que trabaja allí, «tanto el personal propio como el de las empresas –de limpieza, seguridad o audioguías, entre otras– que colaboran». Ha contado con el asesoramiento de la abogada del Arzobispado, pero tenía que recibir, escanear y firmar los documentos, mucho trabajo de oficina que «he podido solventar porque tengo en casa mi ordenador y la impresora».
La lectura es otra de sus ocupaciones y recomienda uno de los títulos que tiene entre manos: «Poner nombre a los silencios: 'Dios, la Medicina y el problema del sufrimiento', escrito por Stanley Hauerwas, un teólogo estadounidense y editado por la editorial Nuevo Inicio, de la Diócesis, muy apropiado para este tiempo».
Y hay que cocinar, sonríe, porque también se atreve con los fogones y se permite más de un capricho, «el otro día estuvimos haciendo rosquillas típicas de huevo» y les salieron muy buenas «con la máquina adecuada y el libro gordote que lleva». Siguieron los pasos y salieron perfectas, «mi hermana es buena cocinera –presume– pero esto no lo habíamos hecho nunca».
No lleva mal el confinamiento decretado por el Gobierno, pero su sentimiento es «como una sana envidia de los sacerdotes que pueden estar en la calle», aquellos que, desde sus iglesias o los hospitales, están en primera línea. «Me gustaría salir, pero por edad, considero que es aquí donde debo estar».