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Eusebio, en el centro, con miembros de su familia, dentro de la cueva de La Partera, en la que vivió y hoy es un museo FERMÍN RODRÍGUEZ

Memoria de Granada

Todo lo que Eusebio pasó en el Sacromonte

Tiene 89 años. Rescató a uno de los Quero para verlo morir en una mina, Lola Flores le invitó a comer, caminó hasta Bilbao... y ahora regresa con su familia a la cueva donde creció, que hoy es un museo

Domingo, 17 de marzo 2024

Eusebio Sánchez Carrillo tiene 89 años y asciende por el Camino del Sacromonte echando raíces, como si fuera un árbol con piernas capaz de andar. «Llevo toda la vida entrenando para esto», bromea con una carcajada bonachona mientras echa la vista atrás. «Antes subía con 80 kilos de papas a la espalda –resopla y coge aliento–. Lo que yo era». Superada la zambra de María la Canastera y la Verea de Enmedio, el hombre se toma unos segundos para disfrutar de las vistas. «Sigue siendo Graná», dice.

Más arriba, en la entrada del Museo Cuevas del Sacromonte, le espera su familia. Están sus hijas y nietos. Pero también sobrinas y primas que no veía desde hace 30 años. Los abrazos y los besos van y vienen sin parar. Luego, todos juntos entran al museo y se acercan a la cueva de la Partera como peregrinos a Santiago. «Esta era mi casa –susurra emocionado–. Esta es mi casa –repite, paseando la vista por las paredes blancas–. Esa es mi madre, Angustias –señala la foto de la Partera–. Éramos ocho hermanos y todos han doblado el ala ya. Soy el único que queda. Todo eso lo he pasado yo».

«Éramos ocho hermanos y todos han doblado el ala ya. Soy el único que queda»

La familia Sánchez decidió organizar un encuentro con el único objetivo de celebrar a Eusebio en el lugar donde empezó todo. Conchi, Guadalupe, Paula José Luis, Jorge, Encarni, Loli, Cristina, Maribel, Manuel... así hasta treinta sonrisas con ganas de compartir una paella y alguna que otra de las historias del hijo de la Partera. Los turistas, al escuchar que Eusebio vivió en esa cueva, se acercan para hacerse fotos con él, que frota sus dedos sentado en una silla de anea junto a la mesa camilla...

Eusebio, en su casa, antes de subir a las cuevas del Sacromonte. R. L. PÉREZ

Las manos de Eusebio parecen ramas de un olivo centenario. Y su voz, crujiente y cavernosa, hechiza los oídos como el bardo de otra era. «Los Quero. Los conocí a todos», carraspea. «Habréis escuchado que cuando encontraron a Pedro Quero iba un chaval y una mujer con él, nadie más. La mujer era la Tere. El niño era yo». Los hermanos Quero fueron muy conocidos en Granada por su lucha contra el Franquismo, en la posguerra. La Guardia Civil les temía tanto que los trataban como demonios a los que era mejor no mentar. En 1947, Eusebio estaba revisando sus trampas para los zorzales, por la ladera del Albaicín, cuando alguien dio el chivatazo de que Pedro Quero estaba escondido en Plaza Larga. «El hombre se tiró por una ventana y se lastimó las piernas. Salió por San Miguel Alto, donde yo tenía mis trampas. Pedro iba a gatas, no podía más con las piernas».

«Se mató. Los guardias civiles no se atrevían a tocarlo. Hasta muerto les daba miedo»

El pequeño Eusebio y Tere, la mujer de Pedro Quero, le llevaron hasta el Cortijo del Aire, en lo alto del cerro. «Lo metimos en la mina, pero nos vio la Tacones, que fue la que chivató al Pedro. A la mijilla vinieron los civiles y, ¡buf!, a mí no me cogieron porque la Rosa, la del Cortijo del Aire, dijo que yo era de sus niños». Los agentes rodearon la mina y Pedro no tenía escapatoria, así que le dijo a Tere que si le daban un cigarro se entregaba. «Esperó a que Tere se hubiera alejado lo suficiente y sentimos los dos tiros. Se mató. Los guardias civiles no se atrevían a tocarlo. Hasta muerto les daba miedo. Lo sacaron arrastrando de una cuerda... Todo eso lo he pasado yo».

La Partera

Imágenes de la cueva y Eusebio, en su casa. En la segunda fotografía, Eusebio de joven (centro) con sus hermanos. F. RODRÍGUEZ Y R. L. PÉREZ
Imagen principal - Imágenes de la cueva y Eusebio, en su casa. En la segunda fotografía, Eusebio de joven (centro) con sus hermanos.
Imagen secundaria 1 - Imágenes de la cueva y Eusebio, en su casa. En la segunda fotografía, Eusebio de joven (centro) con sus hermanos.
Imagen secundaria 2 - Imágenes de la cueva y Eusebio, en su casa. En la segunda fotografía, Eusebio de joven (centro) con sus hermanos.

En la cueva hay una fotografía de Eusebio de joven, con sus hermanos. «Yo soy la memoria del barrio, claro. ¡Soy el más viejo!», exclama orgulloso. «Cuando llegaron los gitanos, yo estaba allí: los Montes, los Bustamantes, los Cristinos... Incluso el día de la Mariquilla». Aquel día, Eusebio iba a rebuscar papas a la vega con la Partera. Allí estaba la madre biológica de la Mariquilla. «Sufría mucho porque no tenía para darle de comer. Mariquilla era un bebé y la llevaba en una cajilla de esparto. Así que se la dio al Pataperro, que tocaba la bandurria en el Rey Chico, porque su mujer no podía tener hijos... ¡Y mira lo que es hoy la Mariquilla!».

«Mi madre era analfabeta, pero sabía cosas. Más de una le debe la vida a mi madre»

Angustias, la madre de Eusebio, era la que parteaba a las mujeres del barrio. «Era analfabeta, pero sabía cosas. Más de una le debe la vida a mi madre». Pero antes de formar un hogar en aquella cueva del Sacromonte, la Partera, «fuerte y luchadora», recorrió largos caminos. «Yo tenía 14 meses y mi madre me llevó en brazos en la Desbandá de Almería... He pasado más que Jeremías, me cago en la leche», ríe Eusebio. La familia huyó a Francia a pie, donde pasaron un año. Allí murió el padre de Eusebio. «Dijeron que de una pulmonía, pero nunca supimos la verdad... De allí nos fuimos directos a las cuevas».

Fotografías, documentos y recuerdos de Eusebio. R. L. P.

A los nietos y sobrinos de Eusebio les encanta escuchar sus historias. «Algunas creen que no son verdad, sobre todo las de cuando era un chavea de 8 años y trabajaba como pastor en el Cortijo del Hospicio. «Pasaba toda la noche allí. Te tumbabas en un puñado de paja para echar dos horicas durmiendo. Luego a seguir trabajando...». Eusebio, entonces, mira la palma de sus manos y frota las yemas de los dedos como si pudiera acariciar algo. «Había un olivo muy gordo que no habían recogido. Se pagaban a 8 céntimos de gorda el kilo de aceitunas. El del cortijo me dice: llévalas a tu casa. Y junté en un saquillo 30 o 40 kilos». Eusebio bajaba alegre y distraído por San Juan de los Reyes y chocó con unos caballos de dos guardias civiles que estaban tomando el sol. «No me di cuenta. Los cogieron en lo hondo de la Cuesta del Chapiz... Me dieron un palizón que echaba sangre por todos lados. Me iban a tirar por un tajo, a un chavea de 7 años... Qué malos eran, coño». Eusebio cierra los puños y aprieta los nudillos. «Todo eso lo he pasado yo».

«Los curros más malos»

Eusebio muestra la fotografía de su boda. R. L. PÉREZ

Eusebio salió del Sacromonte para casarse con Dolores. «Pusimos una silla de cada color, en el Salar de Loja», recuerda divertido. En aquella época el trabajo era una cuestión difícil, pero a Eusebio nunca le faltó. «Siempre cogía los curros más malos, los más duros. Donde más se ganaba, allí me iba». Unos años más tarde, les dijeron que en el norte había mucho trabajo, así que decidieron probar suerte. «Nos fuimos andando a Bilbao, echamos lo menos dos semanas largas sin comer ni nada. Una manta en un saquillo con más piojos que el hambre y dos alpargatas que no duraron todo el camino. Llegamos descalzos». La determinación de Eusebio convenció pronto a los capataces de Bilbao, que le nombraron al poco tiempo jefe de grupo en una fábrica de acero. «Cuando salimos de la cueva no teníamos ni una gorda. Volvimos a Graná en coche».

«Echamos dos semanas largas sin comer ni nada. Una manta con piojos y dos alpargatas que no duraron todo el camino»

En Granada empezó a trabajar en empresas metalúrgicas, donde se jubilaría muchos años después. «¡Pero me han pasado tantas cosas! ¡Podría estar horas! Como aquella vez que Lola Flores nos convidó en la Venta Zoraida porque venía a la Abadía del Sacromonte... ¡Lo que era la Lola Flores! Ay, todo eso lo he pasado yo».

Al terminar la paella, la familia le entrega a Eusebio un regalo que abre sin prisa. Es un collage enmarcado de retratos de él y de todos sus hermanos. Llora sin remedio.

Eusebio y familia. R. I.

¿Cuál es la historia que más le ha marcado?

–La de mis hermanos. Esa es la más importante. Como mis dos hermanos mayores estuvieron en la zona roja, los dos terminaron en la cárcel con pena de muerte. No los fusilaron porque mi madre, que sabía latín, era amiga de una mujer influyente de Santa Fe a la que le hacíamos migas de vez en cuando... Pero mis hermanos no hicieron nada. ¡Cárcel sin hacer nada! Mi Pepe y mi Manuel...

¿Y la gran lección de la vida?

–Veo a mis nietos y es la alegría de mi vida. Lo único que pido es que ellos no pasen lo que yo... Les da alegría cuando cuento historias y vienen conmigo a todas horas. No se creen que tengo 89 años ni que todo esto lo he pasado yo.

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