![Evita una agresión machista parando el tráfico en Granada: «La tenía cogida del cuello»](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/06/07/heroe-militar-1-kBDD-U220371684762mwE-1200x840@Ideal.jpg)
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Antonio Losilla conduce por Pedro Antonio de Alarcón despacio. El tráfico. Son las doce y cuarto del viernes 7 de junio. Las ventanillas van abiertas y el aire disimula algo el calor dentro del vehículo. Antonio no va solo, le acompañan su mujer y sus suegros. Pero están en silencio. Tranquilos. De repente, el conductor tira del freno de mano y el coche se para en seco con una estridencia que no pasa desapercibida en la calle.
Antonio abre la puerta y sale disparado hacia una furgoneta aparcada en la acera. Allí hay hombre de unos sesenta años agarrando del cuello a su esposa, de la misma edad. «Ha pasado delante mía, el marido ha empezado a agredirla, a cogerla del cuello, a darle puñetazos...». Ahí fue justo cuando Antonio pegó el frenazo. «Me he tirado al hombre, he ido a retenerlo, tenía que evitar que le pegara, le inmovilicé y le dije que era un sinvergüenza, que de aquí no se iba».
El barullo en la calle es tremendo. Muchos se acercan a intentar defender al hombre que estaba pegando a su mujer, pensando que Antonio es el agresor. Su mujer y sus suegros, que se bajaron del coche al ver la situación, les explican a voces: «¡La estaba cogiendo del cuello! ¡Le ha dado un puñetazo! ¡Él -Antonio- lo ha parado!». El supuesto agresor, al ver el revuelo y que hay muchas personas llamando a la policía, intenta escabullirse, incluso llega a golpear a la mujer de Antonio en la mano. Pero no puede irse. Antonio Losilla lo tiene perfectamente inmovilizado. Antonio es militar. La policía llega en cuestión de minutos.
«La mujer, la víctima, tiene señales en el cuello -resopla Antonio, parado en la acera de Pedro Antonio, unos minutos después del suceso». Antonio Losilla está destinado en el Cuartel Cervantes, aunque ahora está de baja por complicaciones con una neumonía, pendiente de una intervención. «Pero no podía dejar que le hicieran eso. No podía dejar que la maltratara. A mí me gustaría que si a alguien que yo quiero le pasa eso, hubiera alguien que actuara en el acto...». La voz de Antonio se quiebra un poco, pero se recompone rápido, apretando los puños.
Y entonces, cogiendo aire, lo expulsa todo de una vez: «Mira su cuello -señala a la mujer, rodeada de policías que la van a llevar al hospital-... Le hemos dicho que denuncie y no quería porque es su marido. Tiene que denunciar, pero a lo mejor tiene miedo. A lo mejor lleva veinte, treinta o cuarenta años con miedo. Seguramente esa mujer estará maltratada de muchos años... Pero claro, por miedo no denuncia y luego pasa lo que pasa. Lo que vemos en la tele. La desgracia».
Un instante de silencio. Un segundo muy largo. Y termina: «Sé de lo que hablo. Mi madre. Mi madre sufrió esto. Lo he visto. Lo he vivido en mis carnes. Así que no podía hacer otra cosa más que parar».
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