Aurora, nombre ficticio, tenía solo 16 años cuando un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado le incitó a huir de casa de sus padres en Brasil para iniciar el noviciado. Su familia no quería que tomara una decisión tan drástica a esa corta edad, pero ... una noche huyó hacia Argentina con el cura. «Si Dios te llama está bien desobedecer, me dijo. Yo creía que era especial, que tenía vocación y que el Señor me quería. Estaba completamente abducida», cuenta a IDEAL.
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Pilar García-Trevijano
Pronto se vio sola, vulnerable y sin recursos económicos en un país donde no hablaba la misma lengua. Tenía dudas y a cada duda le seguía una justificación. «Satán pone pruebas a los mejores guerreros de Dios para que caigan» y una serie de excusas que hizo que esta exmonja enterrara parte de su vida y su salud mental en la orden religiosa. El noviciado fue muy corto, menos de un año. Algo inusual en el seno de la Iglesia. Pronto empezó su aventura misionera en múltiples destinos, entre ellos España. «Yo era católica y una chica de parroquia, pero no para ponerme un hábito. Si planteabas lo contrario, te decían que no tenías la experiencia suficiente para saber si Dios te llama, ellos ven la vocación en ti. Año tras año la misma historia», añade.
Pidió salir tres veces de forma oficial, pero acababa «coaccionada». Hasta que enfermó seriamente. Cayó en un episodio de depresión y ella solicitó recibir asistencia psicológica, eligiendo su propio médico. La petición fue rechazada, la hermana superiora la derivó a un psiquiatra, vinculado a otra orden religiosa con polémica por conductas sectarias. «No era profesional. Filtraba nuestras conversaciones a la orden y me medicaron en exceso. Me decían que ofreciera mi sufrimiento a Dios y yo pedí un cambio de médico, me lo denegaron. Decían que yo estaba muy mal y no era capaz de tomar ninguna decisión por mi misma», relata entre lágrimas al otro lado del teléfono.
«Me mandaron a una clínica privada vinculada a esa orden religiosa y estuve en tratamiento tres años. Las hermanas trataron de iniciar mi incapacitación sin decírmelo, a mis espaldas. Llamaron a mi hermano para decirle que yo era una persona violenta y que había intentado suicidarme. No era verdad. A mi no me dejaron hablar con mi familia», manifiesta. Afortunadamente, su hermano se negó.
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Entre medias, fue trasladada a un monasterio de clausura para limitar su contacto con el exterior pese a que ella era una monja misionera. «Me vigilaban las llamadas, pero después de mucho insistir pude hablar con mi hermano y me contó lo que le dijeron», señala. En 2020 descubrió que no existían muchos de los informes psicológicos que aseguraba el IVE y que ella no tenía enfermedades incapacitantes. Logró ser expulsada del la congregación y, recientemente, ha denunciado los hechos en la comunidad autónoma donde reside.
La mujer, consciente de lo que ha vivido, cuenta que las preparan y forman para «sacar dinero a los devotos» y captar a personas, a mujeres jóvenes para la rama femenina, las servidoras del Señor y de la Virgen de Matará. «Nos obligaban a pedir donaciones en exceso, a mendigar y a mentir con que no teníamos recursos. Los manipulan cuando la realidad es que todo nuestro salario lo administra la orden y para subsistir tenemos que conseguir las cosas explotando a los feligreses», indica. Se recupera psicológicamente de lo que ha experimentado y, «decepcionada», se ha desvinculado completamente de la Iglesia. «He perdido muchos años de mi vida. Al salir de allí me veo sin nada porque no tengo estudios y he cotizado poco. Le he entregado mi vida a una causa que era un fraude», concluye.
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