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Trinidad se aferra con fuerza a la caja en la que descansan los restos de su padre, Francisco del Águila. La abraza con emoción. También ... con nerviosismo mientras no puede evitar temblar. «Me lo quitaron antes de que lo conociera», solloza. Lo asesinaron cuando la mujer tenía solo cinco meses. «Pero ahora ya lo tienes contigo», le dice su hija. A su lado, María Eugenia llora. El momento la enmudece. Besa una vez tras otra la caja donde recibe también los restos de su padre, Marcelino Gámiz Garzón. «Esto solo lo entiende quien lo vive», expresa uno de sus familiares. Sus nombres corresponden a dos de las muchas víctimas del régimen franquista que fueron enterradas en las fosas comunes del barranco de Víznar y que las exhumaciones del terreno han sacado a la luz nueve décadas después.
El albergue Interjoven de la localidad acogió este lunes la entrega de los restos de dos víctimas identificadas por el departamento de Medicina Legal, Toxicología y Antropología Física y Forense de la Universidad de Granada mediante cotejos de ADN. Decenas de personas acudieron a un emotivo encuentro al que también asistieron la catedrática de Historia Contemporánea de la UGR Teresa María Ortega; el profesor y coordinador del proyecto Barranco de Víznar, 'Lugar de Memoria', Francisco Carrión; la directora general de Patrimonio Cultural y Memoria Democrática, Zoraida Hijosa, así como el alcalde de Víznar, David Espigares, y otros miembros del equipo de gobierno.
El objetivo principal, además de la recepción tras las exhumaciones, fue transmitir un mensaje de compromiso con la democracia. Así lo expresaron sus interventores en diversos discursos en los que destacaron la necesidad de «recuperar la dignidad arrebatada» tanto a las víctimas como a sus familiares para «no dejar en el olvido a aquellos a los que se les arrebató la libertad».
Francisco del Águila y Marcelino Gámiz fueron asesinados en 1936 con apenas nueve días de diferencia. Francisco era mecánico del tranvía de la Sierra. Fue detenido en la capital granadina a pesar de que no se le conocía actividad política alguna. Su familia guardó durante años una carta de su puño y letra en la que pedía ayuda. Un día, sin previo aviso, dejaron de tener noticias suyas. Un amigo avisó de su muerte. Fue el mismo día en el que su hija Trinidad cumplía cinco meses. Marcelino, natural de Loja, fue maestro y destacó por su perfil izquierdista y su aproximación laica en su labor como docente. No trasciende información sobre su detención, aunque el Registro Civil de su localidad indicaba que murió «en las inmediaciones de Víznar a consecuencia de una herida de arma de fuego».
Trinidad del Águila sostiene en sus brazos una foto que guarda enmarcada, como oro en paño, en la que aparece junto a sus padre. Se dirige al cuadro bajo la atenta mirada de sus hijos, nietos y bisnietos, que se abrazan y se suman a las lágrimas de la mujer. «Esto es ganar en vida», señalan. Ni en sus mejores sueños habrían imaginado que la edad les alcanzaría para vivir este momento. Les invade la rabia de la injusticia que durante años ha rodeado la historia de su familia, pero el sentimiento de alegría y fortuna aflora cuando recuerdan las cientos de personas –algunas presentes en ese mismo acto– que aún no pierden la esperanza de recuperar los restos de sus seres queridos. «Es más que suerte, esto no se puede expresar con palabras», recalcan.
Sus rostros transmiten cansancio. Un cansancio que emana de décadas de lucha marcadas por el desasosiego. Pero también alivio. Respiran hondo y agradecen la labor de los miembros del equipo multidisciplinar de la UGR que se han encargado de la exhumación. Completan la gratitud con abrazos que los responsables acogen emocionados en un ambiente envuelto por aplausos y la entrega de Trinidad y María Eugenia. La vida de ambas mujeres cambió hace doce días, cuando recibieron la llamada que les informaba del hallazgo de los restos de sus familiares. Desde entonces, reconocen que no hacen más que llorar.
Las lágrimas corren aún también por el rostro de Trinidad. «Ya no me lo podrán quitar más, me lo llevo», dice. Sus hijos la apoyan y ven cómo la mujer encuentra descanso tras 90 años. Después, se abrazan y comparten mensajes de ánimo a quienes siguen en la búsqueda. Desean que todos reciban la llamada que para ellos marcó un antes y un después en sus vidas.
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