Samir Torres acaba de cumplir 29 años e investiga en su tesis doctoral un insecticida biológico para atacar a la mosca de la fruta, una fórmula que también podría tener otras aplicaciones como la lucha contra el mosquito culpable de expandir enfermedades como el dengue ... y el virus de Zika. Detrás de cada investigador hay una historia de esfuerzo, constancia y superación, pero también de esperanza, y no sólo por sus logros académicos en la Facultad de Ciencias de Granada. La de Samir está marcada por la miseria extrema y la violencia que rodearon su infancia y juventud. Natural de Honduras, ha sido becado por una entidad bancaria de su país. También consiguió estudiar un máster de Biotecnología en la Universidad de Granada gracias a otra beca.
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Samir representa la esperanza de muchos de sus compatriotas, el deseo de miles de jóvenes de salir de la pobreza para así colaborar a que otras personas puedan vivir con dignidad en su país. Porque él sabe qué es la pobreza más absoluta. Samir pudo asistir a la escuela gracias a que un día pasó por su casa un grupo de colaboradores de Acoes, la organización que inició un sacerdote de Huéneja hace 26 años en Honduras. Estas personas propusieron a su madre buscar unos padrinos en España. Gracias a Mari Carmen y Javier, sus padrinos, Samir empezó a estudiar, pero esta ayuda no era suficiente: Samir es el segundo de seis hermanos de una familia de la colonia San José de Pedregal de la capital hondureña, Tegucigalpa.
Cuando terminaba las clases, con tan sólo 6 años, salía a vender con su hermano mayor tamalitos y fritas, unos panecillos y tortitas y así ayudar a la economía familiar con el dinero que conseguían. «Mi padre maltrataba a mi madre y ella ya tenía muchos problemas para alimentarnos, algunos días comíamos de las sobras de algún negocio cercano, otros de lo que nos daba una vecina», relata este joven hondureño. Cuando terminaban de vender, los dos niños volvían a su casa, una favela controlada por una de las bandas más violentas de Tegucigalpa, la Pandilla 18. Como la vivienda tenía una sola estancia, no quería molestar a los que dormían y Samir salía a la calle para hacer los deberes bajo la luz de una farola; si llovía se protegía con un paraguas.
La exigua economía familiar llevó a su padre a plantear una trágica salida: «Escuché a mi padre decirle a mi madre: 'vamos a beber veneno todos y vamos a morir, no podemos seguir así, no hay ni para comer, mejor morimos todos para que ya paremos de sufrir», recuerda este joven hondureño. Tenía unos 13 años. Cuenta que eso le marcó tanto que aumentó sus esfuerzos para aliviar la carga para su madre y sus hermanos. Iba andando al centro escolar para darle el dinero del autobús a su madre y ayudaba a una vecina que cocinaba para una fábrica pelando patatas. «Regresar a casa sin haber vendido toda la mercancía de tamalitos y fritas me hacía sentir fatal, porque yo me sentía responsable frente a mis padres, pensaba como un adulto porque tenía la responsabilidad de un adulto, tenía que ayudar a mis padres y a mis hermanos», explica. La iglesia y la asociación Acoes también colaboraban con comida, ropa, libros y algo de dinero y él se lo entregaba todo a su madre.
Por otra parte, en el colegio no tuvo una situación fácil: «Me decían desnutrido, que si tenía sida, porque era muy delgado, me pegaban o robaban la mochila». Además, hasta que la asociación Acoes no le compró las gafas para su miopía, su rendimiento escolar no mejoró. Las clases de educación sexual le revelaron a Samir que lo que su tío hacía con él «estaba mal». Fue consciente de que su tío «abusaba sexualmente» de él. Aquella situación le llevó a pensar en el suicidio; lo intentó tres veces con pastillas. «Estaba cansado y sin fuerzas, no quería seguir sufriendo», recuerda. Samir explica que su tercera tentativa fue la definitiva y la asume como si lo hubiera logrado porque desde ese día renació. «Me hubiese perdido estudiar en España, hacer este doctorado, hacer un máster, hacer mis sueños realidad, ayudar a la sociedad con esto que estoy investigando, todo se hubiera parado ahí si esas pastillas hubieran funcionado», señala Samir. Por eso, ahora no sólo ayuda a Acoes dando clases a jóvenes en riesgo de marginación social, «también contando mi experiencia, les explico que hay que valorar lo que uno tiene, que con su edad me hubiera gustado tener unos padres que pudieran pagarme la escuela y dedicarme solo a estudiar, y tener una infancia como un niño normal, pero a pesar de que no pasó así, también pude disfrutar de la vida y tener mis momentos». Piensa que sus vivencias le ayudan ahora a valorar todo lo que hace, lo que ha conseguido, a apreciar cada día. Pese al contexto de violencia y miseria en el que creció, este joven ha sabido extraer lo mejor de su situación: «Todas esas dificultades me han preparado para llegar hasta aquí, no sólo en el aspecto académico, también como persona. Cuando veo a alguien que sufre ayudo a esa persona como me hubiera gustado que me hubiesen tratado a mi».
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Samir tiene claro al pensar en su futuro que jamás olvidará su pasado. «Tengo una foto que me hice cuando estaba en la universidad en la que se ve mi ojo a través del agujero de la suela de uno de los zapatos con los que acudía a clase; la guardo para recordar de dónde vengo si logro llegar a donde sueño estar algún día», explica Samir.
Tiene proyectos, quiere verse como docente, como investigador y ayudar a su país con unos laboratorios móviles para hacer análisis clínicos: «En Honduras hay gente que se muere porque no sabe lo que es un hemograma, por eso, pensé en preparar un camión con el equipo necesario y llevarlo a las poblaciones rurales para que todos puedan hacerse una analítica y para que los médicos de Acoes o de esos pueblos puedan recetar los tratamientos o, por lo menos, para que puedan diagnosticar sin que esas personas tengan que ir a la ciudad porque supone un coste enorme para los que viven en esas zonas».
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Si lo consigue, al igual que la investigación de su doctorado, habrá sido por su propia perseverancia y constancia. «Yo sé que no soy el más inteligente del mundo, ni el más sabio, pero uno puede crecer cuando tiene interés, y aunque hay tiempo para el juego y para divertirse, no me gusta perder mucho el tiempo en cosas que no tienen sentido; a mi me gusta reflexionar sobre las cosas en que soy débil y las remedio estudiando, aprendiendo, para eso la Universidad de Granada me ha ayudado mucho y no sólo en lo académico, también en habilidades sociales y emocionales».
La primera vez que Samir vino a España se vio sorprendido por «castillos que sólo había visto en televisión, como la Alhambra»; por la nieve, la limpieza y el orden de las calles, por la seguridad, por cómo se trata a los animales y por el helado de Los Italianos que probó cuando conoció a sus padrinos en persona, la familia que durante más de 20 años ha estado apoyándole desde España.
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Al concluir la conversación con IDEAL, Samir vuelve a sus estudios, la entrevista se ha realizado en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, donde este joven pasa la mayor parte de su tiempo para seguir siendo la esperanza de muchos otros jóvenes que como él, gracias al esfuerzo y constancia han logrado o están intentando salir de la miseria.
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