Idris y Anas hacen su nueva cama, en la Fundación Escuela de Solidaridad, en Atarfe. PEPE MARÍN

Solidaridad en Granada

Final de película para los últimos inquilinos del Multicines Centro

Idris, el peluquero que dormía en las escaleras del cine, ha encontrado cama, techo y trabajo en la Fundación Escuela de Solidaridad, junto a su amigo Anas

Sábado, 4 de marzo 2023, 00:33

Idris sostiene la llave en la palma de su mano, como si fuera un anillo único. Los pies le cuelgan de la cama y los ojos están perdidos por ahí dentro, en algún lugar profundo. En frente, los últimos rayos de sol se cuelan por ... la ventana hasta chocar con el espejo, que rebota el haz de luz hasta el techo, donde se proyecta una película invisible. «Gracias», dice. «Gracias a todos», repite. A su lado, Anas le pasa el brazo por encima y juntos ríen. Una risa nerviosa, extraña y cómplice, como si no creyeran lo que está pasando. Los dos amigos miran arriba y abajo, al techo y a la llave. Y piensan en que esta noche ya no dormirán en las escaleras de Multicines Centro.

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Idris, de 23 años, estaba solo el día que vinieron los periodistas a contar que Multicines llevaba una década cerrado. El chaval, que apenas habla español, les contó que vino nadando de Marruecos a Ceuta, que era peluquero, que buscaba trabajo. Luego les mostró su 'hogar', construido con mantas y cartones bajo la cartelera del viejo Palacio del Cine. El reportaje, publicado el domingo 26 de febrero, llegó a Dora Fanelli, una de las encargadas de la Fundación Escuela de Solidaridad. Dora fue a ver a Idris y le ofreció irse con ella a la casa madre, ubicada en la carretera de Córdoba, en Atarfe.

La historia que lo inició todo

Cuando Anas, de 24 años, regresó a las escaleras de Multicines, no entendía lo que Idris le contaba. «¿Que ha venido el periódico? ¿Que quieren ayudarte?», preguntaba. Anas e Idris se conocieron hace cinco meses, en el comedor de San Juan de Dios. Idris acababa de llegar a Granada. Anas, sin embargo, llevaba aquí once años. «Vine de niño, debajo de un autobús. Me mandaron a un centro de menores, luego a uno de mayores y encontré trabajo. Soy cocinero. Pero fue mal y he estado cinco meses tirado en la calle, con mi amigo Idris, en Multicines».

Dora citó a Idris el jueves, a las cinco de la tarde, en Casa Kuna, una tienda de segunda mano ubicada en calle Elvira que pertenece a la fundación. Idris llegó puntual, acompañado por Anas. «Suerte Idris, aprovecha», le dijo su amigo. Dora, al conocer su historia, no pudo más que abrir los brazos un poquito más. «No, venid los dos». Ahí, más o menos, Anas empezó a reír.

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En la Fundación Escuela de Solidaridad

142 personas

En la Fundación Escuela de Solidaridad

El hogar de la Fundación Escuela de Solidaridad es enorme. «Esto era una urbanización que nunca se terminó porque el constructor se arruinó», explica Dora, nada más bajar del coche. El complejo cuenta con diez casas distintas unidas por jardines y espacios comunes donde conviven, ahora mismo, 142 personas de 35 nacionalidades distintas. «Suelen llamar mucho, pero nunca habíamos tenido un periodo como este. Hay una cantidad de gente enorme que necesita ayuda». Ignacio Pereda, fundador de la Escuela y pareja de Dora, compró el solar hace muchos años con el objetivo de «acoger a personas que no tienen hogar». «Quería hacer familia con personas que no podían estar con la suya», subraya. Dora e Ignacio viven allí, con sus hijos Elvira, Tato y Rebeca.

Dora, Idris, Anas e Ignacio, en la entrada de la fundación. PEPE MARÍN

Aquí hay personas de todas las edades, desde niñas de 4 años hasta madres de 50. Niñas como Elvira, Abigail, Isabel o Sofía, que saltan y corretean alrededor de Idris y Anas, en el patio central. Ellos, todavía descolocados, devuelven la sonrisa. «Acoger a alguien siempre es una decisión difícil, es algo que tiene mucha trascendencia», dice Pereda, que lleva desde 1985 dedicando su vida a los desamparados de Granada. «Este proyecto no tiene ningún tipo de convenio económico. No recibimos subvenciones públicas por acogida».

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Así, hay una red solidaria de empresas, asociaciones y vecinos que les hacen llegar comida, ropa y productos básicos. Y, además, la fundación se ha convertido en lugar de encuentro y formación. «Vienen universitarios de toda Europa a hacer sus proyectos fin de carrera, sobre Antropología o Trabajo Social. O grupos de bachillerato que conviven durante unos días con todos. Les damos techo y comida y ellos dejan un donativo con el que salimos adelante».

Pereda y Fanelli preparan unos cafés calientes y bocadillos de atún con tomate. Con el estómago lleno, Idris y Anas recorren el patio hasta llegar a la casa diez, donde hay 12 habitaciones. Al entrar, un aroma a sofrito da una cálida bienvenida a los nuevos. Su habitación está tras la cocina y el salón, junto a las escaleras. Al poco de entrar, los amigos se sientan en una de las camas. Ignacio coloca las llaves en la palma de la mano de Idris. «Muchas gracias a todos. Qué bien. Qué bien. ¿Qué vamos a decir?», ríe Anas.

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Idris y Anas tienen que volver a Multicines, a por sus cosas. Pero antes, Dora les cuenta que aquí todo el mundo tiene una responsabilidad: el jardín, el huerto, los talleres, la oficina... «La idea es que venís aquí durante un tiempo. Es un momento de paso para construir un futuro mejor. Para eso hay que contribuir, ayudar unos a otros». Dora les explica que allí hay tanto cocina como peluquería, así que ambos tienen un trabajo por delante. «Tenemos el mismo valor. Cada uno tiene su trabajo, eso nos dignifica y nos hace parte de la comunidad. ¿Suena bien?». «¡Ya ves!», responde Anas. «Yo cocino todo lo que haya y enseño a quien sea, se me da muy bien la verdad», añade sonriente.

Idris, en la peluquería, y Anas, en la cocina de la Fundación Escuela Solidaridad.

Dora, por otro lado, le dice a Idris que tenían planeado montar una peluquería social, 'Cortando penas, peinando alegrías', donde enseñar a pelar y hablar sobre la importancia del autocuidado. «Bien, bien», responde él, alegre. «Si sois profesionales y demostráis lo que valéis, creo que saldréis pronto de aquí con una nueva vida», termina Dora, debajo de un cartel en el que se lee «Dejemos el mundo mejor de como lo encontramos».

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Última noche en Multicines Centro

Última noche en Multicines Centro

Es de noche y hace frío. Idris y Anas recogen sus cosas en las escaleras de Multicines Centro. Apenas dos mochilas con ropa y una bolsa de plástico de la que asoman dos pistolas de juguete. «Las encontramos el otro día. Se las vamos a regalar a los niños», dice Anas, sonriente. Cuando cierran la verja verde, no miran atrás ni un segundo. No revisan, no temen el olvido. «Se siente bien. El cambio es muy fuerte, la verdad. No esperábamos que íbamos a tener un techo, lejos del frío, del ruido, de la tensión de la calle... Muy contentos. Muchas gracias».

Idris y Anas, recogiendo sus cosas en Multicines Centro. PEPE MARÍN

Anas echa su brazo por encima de Idris y le dice «¡te tengo que dar clases de español!». Idris, sonriente, responde «ahora mejor, sí, ahora mejor». Hoy cenarán caliente. Tendrán un techo. Harán nuevos amigos y contarán sus historias. Se acordarán del mar, del autobús, de la sombra de la cartelera y del día que se conocieron en el comedor de San Juan de Dios. Y, después de hacer la cama, dormirán en paz. A partir de mañana, toca trabajar.

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La película debe continuar.

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