
juan vicente córcoles de la vega
Sábado, 14 de agosto 2021, 00:39
Una noche más, al estar su sala con una tenue luz y quedar cerrada toda la galería, Flora se remangó las ligeras telas del vuelo de su vestido floreado y, flanqueando el marco, salió del cuadro. Antes había dejado sobre el suelo las flores que llevaba en su regazo. Con el índice sobre sus labios envió un silencio a todos los que componían la escena, a Céfiro, a Venus, a las tres Gracias y a Mercurio. El ir descalza le facilitaba ser silenciosa por pasillos y salas de la galería.
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En la sala siguiente siempre se paraba a ver 'El Bautismo de Cristo' del Verrochio, sobre todo el Ángel que pintó Leonardo por indicación del maestro. A continuación se detenía en 'La Adoración de los Magos' del maestro Da Vinci, con ese color monocromo que a Flora asustaba y que no comprendía muy bien. Se quedaba pensativa, muy pensativa, ella que venía de una obra con mucho color, con viento húmedo, con flores, con luz y sombras. En la sala veinte, en otra 'Adoración de los Magos', ésta del germano Durero, llamaba la atención el paisaje tomado del natural con ruinas de la vieja Roma.
Antes de pasar a otra sala, vio el largo pasillo y se asomó a una ventana, la que daba al interior de los Uffizi; vio la torre de la Signoría iluminada, recortada sobre una noche muy azul y oscura. No había humanos en la calle. Tras un tiempo serena y reflexiva, se fue a la ventana de enfrente. Veía parte de la ciudad con el Arno a sus pies, no lejos el Puente Vecchio, el que dio origen a la urbe con todas sus 'botteghes' cerradas, oscuras, silenciosas con el corredor vasariano por lo alto, que va del palacio Pitti a la Signoría. En el puente, aguas abajo, está Benvenuto Cellini, el gran escultor y orfebre inmortalizado por Romanelli. Cellini tuvo un gran protagonismo defendiendo a la capital del Tíber, en el Saco de Roma, cuando las tropas imperiales de Carlos V saquearon la ciudad. Siguió Flora, muy pensativa, con la mirada perdida en la oscuridad de la noche; se detenía donde veía alguna débil luz. Al frente, y algo elevado, tenía el Fuerte del Belvedere, de planta estrellada con unos bellos parterres verdes con la fuente de Neptuno.
Volvió a la sala a tientas sin precisar a dónde iba. Se encontró con el Tondo Doni del gran Miguel Ángel, la única pintura sobre un soporte móvil del maestro florentino, que representa a la Sagrada Familia, pintada en 1508, y en donde la Virgen marca el movimiento que buscaron los hombres de esa época; el fondo llamó la atención a Flora, una galería de hombres desnudos que homenajeaban al mundo antiguo, muy presente en la ciudad del Tíber, que se había incrementado con el hallazgo del sacerdote troyano Laoconte con sus hijos, en la Domus Aurea de Nerón. Esta obra fue encargada por el mercader Agnolo Doni para regalo a su esposa Madalena Strozzi.
Buscó una obra siempre admirada, 'La Virgen de las Harpías', de Andrea del Sarto; una Virgen con Niño, bellísima, entre San Juan Evangelista y San Francisco. Trataba de ver las Harpías que decoran el pedestal, esas mujeres aladas al servicio de Zeus que le quitaban la comida a Fineo. Estando observando esta obra, oyó un ruido en la calle y fue a la ventana a ver qué era; poniéndose de puntillas, vio a unos hombres que tiraban de un carro, con carga muy pesada, y se dirigían hacia el Puente Vecchio. Miró hacia oriente y observó que el amanecer estaba aún lejos. Con una respiración marcada, volvió a las galerías. Se detuvo en la obra de 'Leda y el Cisne', de Jacobo Comín, apodado 'Il Tintoretto'. Leda era hija del rey Testio y de Eurotemiste, que fue seducida por Zeus; para ello, bajó del Olimpo convertido en Cisne. En esta obra, Leda aparece recostada, desnuda, cogiendo al cisne por una de sus alas en un ambiente doméstico.
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El tiempo se le venía encima y fue rápidamente a la sala cuarenta y tres, donde otras pinturas llamaban su atención: las de Michelangelo Merisi 'Il Caravaggio'. Comenzó por el dios Baco, dios del vino y de la fiesta, un regalo que el cardenal del Monte le hizo a Fernando I de Médici por la boda de su hijo Cosme II. A Flora le gustaban las uvas y las hojas de parra sobre la cabeza, a modo de tocado; la jarra y la copa, de buen vidrio, con vino tinto, y el bodegón de frutas, perfecto en su composición y color; completa la pintura un Baco algo frío sentado a la moda clásica. De 'El sacrificio de Isaac' le impresionaban las tres caras, la del ángel, la de Abraham y la de Isaac, reflejando cada una de ellas esa expresión puntual ante la propuesta absurda de su Dios. Y la 'Cabeza de la Medusa' decapitada por Perseo; el rostro es pura expresión entre asombro y dolor, con las serpientes por cabellos, que patentizan la violencia del momento al verse muy alteradas, tal vez por el grito de Medusa.
Flora se quedó extasiada por las obras del Caravaggio, sabía que había sido un hombre de vida violenta, de un inconformismo constante. Ha pasado tiempo y tiene que volver rápido a su sala, a su cuadro, pues ha oído ruido de los conserjes que están desconectando las alarmas, abriendo de nuevo puntualmente el museo al público. Flora se ha apresurado, ha corrido recogiéndose su frágil vestido. Ha llegado a tiempo, se ha subido a la obra poniendo la pierna derecha y dándole la mano izquierda a Céfiro. Se ha tocado el pelo apartando las ramas del naranjo. Todo es normal. Un conserje ha entrado en la sala para ver si todo está en orden. Otea con la mirada toda la sala. Ha quedado sorprendido y extrañado al ver junto a 'La Primavera' de Botticelli pétalos de flores en el suelo. Flora guarda silencio.
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