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A un lado del océano, un señor mayor rodeado de militares y banderas en la Casa Blanca blandiendo los aranceles como un arma contra el ... mundo. Al otro, los representantes de los 43 países asociados a la Unión por el Mediterráneo sentados en el Palacio de Congresos coincidiendo en que el multilateralismo y la cooperación, los dos enemigos señalados por Trump desde su regreso, son la vía para afrontar los importantes retos a los que se enfrenta el planeta en este momento.
Menos de 12 horas de diferencia entre ambas escenas, un mundo de distancia. No entre Washington y Granada, dos motas de polvo en el vasto universo, sino en las visiones. El americano retorció los números y las palabras para atacar a todos por igual, sin distinguir amigos de rivales. Los socios mediterráneos evidenciaron en la capital nazarí que es posible dejar a un lado las diferencias que se perciben rápidamente, por ejemplo, en torno a lo que sucede en Gaza. Lo importante, como insistieron, es abordar una hoja de ruta común que aspire a generar estabilidad y riqueza y ponga fin a los conflictos que se desarrollan en zonas del Mediterráneo.
En ese último mensaje puede resumirse lo vivido este jueves en el foro por el futuro del Mediterráneo, una cita moldeada con paciencia y diálogo y que acabó, a falta del desenlace de las dos últimas sesiones que se celebran este viernes, en un cancionero granadino de esperanzas.
En una cumbre internacional no hay espacio para la poesía. Es cosa seria, rigurosa, entregada a la racionalidad que es propia de la diplomacia, donde las palabras funcionan más como marco que como puerta. En la de Granada sí cupo. Lo hizo primero la presidenta del Congreso, Francina Armengol, que aludió a los versos de Federico García Lorca para hablar de un Mediterráneo que es «mar divino de nuestra sangre y nuestra música». Resonancia curiosa la de una cita que proviene de una carta a Falla en la que el poeta aludía no a la capital nazarí, sino a Málaga. La responsable habló de la región «como viaje y destino», unas palabras con las que abarcaba el deseo de los que surcan sus aguas alejándose de la pobreza y del horror.
La poesía la afianzó después el Rey Felipe VI, que evidenció de nuevo que lleva siempre un pedazo de Granada con él. Eligió el lema de los Granada-Venegas que corona el dintel de la Casa de los Tiros. «El corazón mande», canta la piedra, que citó el monarca para invitar a los participantes a dejarse guiar «por el espíritu de concordia» en las deliberaciones. Elección más que simbólica la de Su Majestad. Escogió precisamente la sentencia de la que hicieron bandera los descendientes de la familia real nazarí a partir de 1492. Integración entonces y ahora. Cooperación para afrontar los retos de un mundo cambiante.
Hay poesía en la conciencia del paso del tiempo y, por eso, la hubo también en el discurso de la comisaria europea del Mediterráneo, Dubravka Šuica. Fue fugaz en su discurso, pero se percibió más en el ambiente de la sala Federico García Lorca, donde tenía lugar la reunión. Entre socios, con la mirada brillante, recordó su primera visita a Granada, en los 90, durante un viaje de estudios. Su país, Croacia, padecía aún el conflicto bélico desatado en los Balcanes tras la fragmentación de Yugoslavia y la capital nazarí emergió, a buen seguro, como un lugar de paz y convivencia.
Algo de eso se advertía este jueves en la ciudad, que de nuevo estuvo a la altura de la ocasión. Solo había que reparar bien en lo sucedido a ambos lados del océano en apenas unas horas. A un lado, aranceles. Al otro, respeto y diálogo. Allí, una guerra comercial en ciernes. Aquí, a pocos pasos de la Alhambra, cooperación internacional para superar las diferencias, resolver los difíciles retos que Europa, Asia y África tienen ante sí y forjar un futuro de esperanzas.
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