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Sergio González Hueso
Granada
Martes, 31 de mayo 2022, 00:37
Al cierre de esta edición, el Plan de Emergencia por Incendios Forestales de Andalucía (Infoca) había dado por estabilizado el incendio que se originó el pasado domingo por la tarde en el cerro de San Miguel. Un fuego que ha arrasado 172 hectáreas de terreno, ... de las que 46 son de arbolado y el resto de matorral. Y pudo ser peor, pues durante alguna hora se temió por que las llamas alcanzaran la Abadía del Sacromonte, que ya ardió en el 2000 sin que todavía se haya podido reparar en su totalidad los daños que causó aquel suceso que a punto ha estado de repetirse 22 años después.
Si se ha evitado ha sido gracias al trabajo denodado que ha realizado un equipo coordinado de Bomberos de Granada y técnicos del Infoca que ha reunido a alrededor de 150 efectivos. Aunque fue el domingo cuando se vivieron los momentos de lucha más cruentos contra el fuego, ayer aún quedaban por la tarde varios medios aéreos y terrestres tratando de asegurar el perímetro y refrescando una zona que se ha visto afectada para indignación de los vecinos.
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El panorama ayer era desolador. Algunos de los pequeños cerros que completaban la postal de una Alhambra vista desde San Miguel se han teñido completamente de negro. También los más cercanos a la Abadía del Sacromonte, que ayer cerró sus accesos hasta que los Bomberos no controlaron que ningún tocón suelto se desprendiera a la carretera. A pesar de las restricciones de paso que hubo sobre todo durante la mañana, muchos ciudadanos curiosos se pasaron a visitar la zona del pinar de San Miguel para comprobar el impacto cruel de las llamas y, aprovechando la coyuntura, ver las labores de extinción que realizaban los medios aéreos. Concretamente, dos helicópteros que estuvieron sobrevolando este lugar durante varias horas. Allí descargaban todo el agua que recogían del pantano de Quéntar.
Con el sonido de fondo de los aparatos sobrevolando, Manuel, un vecino de la zona de 22 años, trasladaba su disgusto por cómo había quedado parte del paisaje de su infancia. «Por aquí venía con mi padre a pasear y a hacer excursiones, y ya no queda nada. Siento mucha rabia, porque podía haberse evitado», reconocía. Como él, muchos lamentaban ayer lo ocurrido, algo que, además, no les sorprendió. «Es el tercer incendio en poco tiempo, pero este ha sido sin duda el más grave. Tuvimos suerte porque el viento soplaba en dirección contraria a nuestras casas, pero... ¿y si no?», se preguntaba el joven, que le echaba la culpa de todo al poco control, a su juicio, que el Ayuntamiento hace de los campistas. La prueba de cargo para él, su padre o la vecina que alertó a las autoridades de lo que pasaba son las dos personas responsables del siniestro.
El alcalde de la capital, Paco Cuenca, que visitó ayer el puesto de mando que había montado el dispositivo de extinción en una explanada cercana a la Abadía, confirmó que el fuego lo provocó un «error humano», una negligencia que se achaca a una pareja de campistas que el domingo sobre las 16 horas perdió el control sobre una barbacoa encendida. El viento, las altas temperaturas y el pasto hicieron el resto. La Policía pudo detener a estas dos personas cuando intentaban abandonar el lugar de los hechos, que se localiza en una zona en la que es habitual ver a muchos campistas pasar la noche, ya sea con tiendas, caravanas o al raso.
Aunque la prohibición de hacer fuegos en el campo no entrará en vigor hasta el miércoles, (la temporada de riesgo comprende entre el 1 de junio y el 15 de octubre), la zona en la que estas personas supuestamente lo encendieron no se encontraba habilitada para ello. Precisamente en este lugar se pudo ver el domingo por la tarde a varios agentes adscritos a la Policía Autonómica indagando sobre los orígenes del suceso. Aunque el lugar estuvo durante varias horas perimetrado, ayer ya estaba libre y lleno de curiosos, que miraban lo que se rendía antes su vista entre restos de botellines calcinados y ropa o bolsas de plástico completamente deformadas por el calor del fuego.
Mientras las labores de extinción continuarán hasta que todos los puntos calientes formen parte del pasado, ya se ha empezado a pensar en el día después del trágico siniestro. El alcalde, que espera que a los responsables «les caiga todo el peso de la ley» encima, adelantó ayer en su visita a la zona que va a convocar una reunión mañana con las administraciones e instituciones implicadas.
El objetivo es «determinar y evaluar los efectos del incendio entre las distintas administraciones y pensar ya en la pronta recuperación de las hectáreas quemadas», dijo Cuenca, que recordó que se llevan ya varios años trabajando en la tramitación administrativa para que todo el entorno que se ha visto afectado por las llamas pueda llegar a convertirse en el mapa urbanístico de la ciudad en un parque público, lo que endurecería las medidas de control que pesan ahora mismo sobre este lugar.
El suceso ha causado mucha conmoción y preocupación. Entre ciudadanos particulares, pero también entre muchas administraciones y entidades, de las que algunas mostraron ayer su contrariedad públicamente por lo ocurrido. Una de ellas, la fundación Plant for the Planet, propuso un plan de recuperación de una zona que, recordó, es parte del proyecto del Anillo Verde de Granada en el que se aspira a plantar más de 200.000 árboles antes de 2030.
En una nota de prensa, la entidad mostró su solidaridad con la Fundación Abadía de Sacromonte, propietaria de parte de los terrenos que se han quemado, así como con el resto de dueños y afectados. Además, informó de que en esos terrenos se plantaron el año pasado con el apoyo de la familia Berendsen-Muñoz más de 16.500 árboles que, creen, «se han perdido casi por completo», alertan.
Por su parte, el Arzobispado, del que depende la gestión de la Abadía del Sacromonte, agradecieron a Dios que no hubieran «daños personales ni materiales en las viviendas cercanas ni en la propia Abadía». Un gesto que hicieron también extensible a quienes evitaron con su trabajo que el fuego se extendiera más de lo que ya lo hizo. Por último, pidió responsabilidad a toda la ciudadanía que visita al monte, algo que también hicieron el alcalde, vecinos de la zona y Bomberos.
Manuel Prados tiene 22 años y es vecino de San Miguel Alto. Un día después de que se originara el fuego en el paraje que ve por su ventana explica que está lleno de rabia pues «ya no queda nada» del sitio al que iba a pasear con su padre. El paisaje de sus excursiones ya no es como solía ser. No es verde, sino negro y humeante. Cuenta que más que miedo, sintió rabia e impotencia al ver cómo las llamas devoraban el monte y se acercaban a la Abadía del Sacromonte. «Nosotros tuvimos suerte, pues el viento soplaba en dirección opuesta a las casas», cuenta Manuel, que a pesar de la virulencia del fuego explica que nada de lo que le ha pasado le sorprende. Señala que cada fin de semana «hay 20 o 30 furgonetas» aparcadas bajo los pinos de San Miguel sin control. No solo es que enciendan fuegos, es que, como dice, «hacen botellones, montan ruido o dejan suciedad», critica este vecino, que espera que este «desastre» al menos valga para que desde el Ayuntamiento pongan coto de una vez a estas conductas.
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