Y que perdonen los malqueda. Peor para ellos si se cabrean. Incluso ese alcalde de Cádiz, que le quita al himno de Blas Infante la ... palabra España. Pero si fue él mismo quien la escribió de su propio puño y letra.
¡Ay Kichi, que otra vez te has vuelto a pasar siete pueblos!
Menos mal que Cádiz es Cádiz y, aunque sea con gente como tú, no merma. Se agranda. Como el Himno que he vuelto a cantar de pie. Fue en la tele del sur el otro día, cuando los niños cantores sevillanos, impresionantes, lo pusieron de pie de nuevo. Olé en el mundo, qué escalofrío, qué carne de gallina que se me puso al escucharlo, al sentirlo. Debo decir que lo escuché con la Medalla de Andalucía colgada de la vieja percha de mi cuello, que ya anda agostado por los años y los daños.
Y lo hice de verdad. Y me siento orgulloso. A ver si no.
Durante un año completo, como sabrán algunos, hice las mañanas de Canal Sur Radio desde Sevilla, junto al Guadalquivir, del que es afluente el Genil, tan nuestro y al que un día quiero dedicar una crónica completa, porque es un río grande, aunque a nosotros nos llegue tan pequeño, menos cuando se sale, que mejor es que no se salga...
Bueno, que sigo con lo de la radio. Todas las mañanas, todas, también las de los sábados y los domingos, empezaba el programa de cuatro horas, cuatro, poniendo el Himno de Andalucía, cantado por tantas voces tantas veces. O sea, si hacen números, casi cien veces. Y siempre, siempre que lo cantaba, Granada, o alguien de Granada, se me iba la voz al pronunciar tu nombre, antigua ciudad mía, nuestra, madre y madrastra a la vez en tantas ocasiones.
¡El himno cantado por Estrella Morente¡ Y por nuestro Morente. Por cierto, que me hablan del hijo de don Enrique, que me cuentan que es un a joya cantando... En cuanto lo escuche, lo cuento.
Total, pues que canté el himno a los ochenta y tres, con más ganas que nunca, con más pasión que nunca. Se me cayeron grandes lagrimones, ahora que ya cada día lloro menos. Como cuando mi abuela Concha -de la que hablo tanto- me decía secándose no obstante con un viejo pañuelo aquella mirada suya que había visto tanto, tanto: «Me seco los ojos, Escolástico, por costumbre, pero ya no tengo lágrimas, ya no me quedan, se me han secado de tanto como he llorado, pero me los restriego por que, aunque no pueda, quiero, lo necesito».
Aparte de que en mi caso lloré, y las cámaras, hay cinco, lo recogieron. Pero lo más importante es escribir hoy que aquellos cincuenta niños, magníficamente uniformados de azul -elegantes, fuertes, sanos, deportivos, nuestros, disciplinados y artistas-, me demostraron que conocen los secretos de la máquina, del robot que llega implacable, y al mismo tiempo, saben del sabor de lo que dicen, de lo que cantan, de lo que pregonan. Salí del estudio, que además lleva mi nombre -todavía no sé la razón-, y donde tantos granadinos se retratan casi todas las semanas, muchas gracias, orgulloso de mi acento, de lo que decía el viejo Blas, al que siempre tuve conmigo siendo un fusilado de la cuneta de Andalucía, como tantos otros, de los dos lados... Hijo de la derecha, como yo, era, como yo soy, aunque cada día me duele mas el corazón, que, por cierto, tiene una pinza de titanio y a veces me duele como si me pincharan un tenedor... sí, tres, cuatro agudos dolores a un tiempo.
Ya apareció el maldito. Fuera, fuera, porque quiero hablar con amor, y dolor también, de García Trevijano, que se nos ha ido, sobre todo a los granadinos, a los noventa. Es curioso, es hermoso, que la foto que se está dando más estos días es de uno de los últimos retratos del político granadino al que tantas veces entrevisté en un pasillo de cristal lleno de ¡pilistras!, ese verde tan granadino que mi madre, a veces, limpiaba con aceite de oliva... Y aprovecho para hilar fino y sentirme orgulloso de que, entre los premios del aceite de verdad de Granada, hay uno de Píñar, de cerca de mi casa, donde me gustaría -a ver si lo consigo- regresar algún día.
Más cosas. Adiós a García Trevijano, que un día me dijo de él el Rey emérito: «'Granaíno' como tú es García Trevijano, que es un buenísimo amigo mío, y que me ayudó mucho con su consejo a pesar de ser el más republicano del mundo». Era verdad. Un gigante, ha dicho algún confidencial. Descanse en la paz de su sabiduría de jurista, que jamás perdió su acento granadino.
Y eso, Granada siempre con los cinco sentidos. Que he llamado a la hija de Blas Infante, que es tan mía y con la que tengo una foto parecida a la que ella se hizo con su padre hace tantos años. ¡Cómo pasa el tiempo, paisanos! Y que me alegro tanto de que le hayan puesto el nombre del inmortal Juan de Loxa, al que veía tan poco, pero quería mucho, a la Biblioteca del Albaicín. Gracias en su nombre.
¡Y que hermoso nombre el de Alhambra si lo que viene -que me viene otro nieto de mi hijo Nacho y María, perdón de María y Nacho-, es hembra! No me importaría que le pusieran ese nombre tan mío... Por cierto, que la niña ya anda, Macarena de mi alma ya camina que da gloria verla.
¿Por qué no hacer que se llame Alhambra la que viene? Por cierto, ¿qué día se celebra?
A propósito, que el otro día, Alfredo Amestoy, la doble A, dijo en la tele, también para toda Andalucía, aquello de: «Es que todo hay que decirlo, pero en el tiempo aquel, a Franco los que más le gustaban eran Carmen Sevilla, Pepe Blanco y Tico Medina». Oigan, y yo sin saberlo. Lo que sí sabía es que el día que nos pasábamos de la raya, mi compadre Yale, que en paz descanse, y yo, en nuestro diario Telemadrid y Telenoticias, ojo, nos multaban con cuarenta duros , doscientas pelas de las de entonces. Recibíamos ese palo con frecuencia. menos mal que por las tardes, a veces, íbamos a los cócteles del cine y nos encontrábamos las mismas gambas con gabardina que habíamos eludido la semana anterior en el Castellana Hilton.
A todo esto, el domingo pasado El País contó una historia mía con Marlon Brando, sí, Marlon 'Blando' -que fue como titulé la entrevista en la revista Careta-, que tenía encima de la mesilla de noche, -se hospedaba en el Hilton- un pañito con una mancha de sangre seca de los que usaba su amor, aquella princesa oriental, cuando tenía la menstruación...
Y aprovecho, como siempre, para recomendarles de todo corazón la lectura de un libro -pequeño pero grande, último por ahora de la Palabra Muda- de nuestro académico Antonio Enrique, que aquí hace la crónica del dolor universal, de la herida abierta sobre la que se echa sal marina: «Pero maestro -le digo-, lo que tú eres de verdad, pareciendo tan tierno, es un poeta feroz».
Porque hay un momento que dice, como si fuera un cuadro de Caravaggio pintado por San Juan de la Cruz: «Un espejo que te mira -y te sigue mirando- cuando ya te has ido. Lo que nunca muere pero mata. Lo que mata sin que mueras...»
Se lo recomiendo, que estamos en Cuaresma con todas las llagas puestas..., las que se ven y las que no se ven, que, sin duda, son las que más duelen.
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