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Gloria, en la Fuente de las Batallas, recuerda el verano de los terremotos en Granada. ALFREDO AGUILAR
Granada | «La gente dormía en la calle porque había terremotos por la noche y hacía calor»

«Dormíamos en la calle porque había terremotos por la noche y hacía calor»

Terremotos de 1979 y de 1956 ·

Vecinos recuerdan la Granada de 1979 y de 1956, cuando se vivieron escenas similares a las de este martes e, incluso, mucho peores

Jueves, 28 de enero 2021, 00:51

Lucía, una niña de tres años, explica en la puerta del cole que anoche la tierra tembló. «Hizo así, seño, así», dice mientras baila con todo el cuerpo y provoca una tierna risa en la fila de padres. Ella recordará el 26 de enero de 2021 como el martes en que salió a la calle en pijama por «un ataque de terremotos» en Granada. Una sensación nueva e inolvidable para ella que, sin embargo, sus padres y abuelos ya conocían.

El verano de 1979 fue el verano de los terremotos. Gloria vivía en la Avenida de Italia, en un cuarto piso. «Yo estaba en la pila, lavando, y me acordaré toda mi vida: empezó a moverse aquello y me dio un miedo que pa qué.... Ayer noté los tres y qué miedo otra vez». Sentados en un banco de la Fuente de las Batallas, el matrimonio de Encarna y Manuel, ambos de 70 años, recuerdan aquellos días. «Fueron muchos y muy seguidos, la mayoría de las veces de noche –dice ella–. Los vecinos del bloque se fueron todos, pero yo no porque tenía un bebé y estaba embarazada». «En los paseíllos –sigue Manuel– la gente dormía en la calle, con colchones, porque sabían que por la noche iban a venir más terremotos». ¿Qué diferencia hay entre lo que sintieron en el 79 y el de ayer? «¡Ninguna!» –exclama Encarna–. La sensación es la misma, sólo que en el 79 era todos los días. El tema de conversación eran los terremotos, a todas horas».

«Las familias enteras se iban a los cines de verano»

Encarna, en la Fuente de las Batallas. A. A.

Pepa, paseando por la Acera del Darro, recuerda la escena perfectamente, casi de recién casada: «La gente dormía en la calle porque había terremotos por la noche y hacía calor. Era una forma de estar juntos y apaciguar el miedo. Porque teníamos miedo. Era difícil irse a dormir y entonces no había tanta información como ahora». Guillermo, junto a Pepa, suma un pequeño detalle a la historia: «Además, para estar al aire libre, las familias enteras se iban a los cines de verano, que en aquella época había varios». Alfredo, en 1979, tenía quince años. Estaba en una butaca antigua, hablando por teléfono con su amigo César, cuando sucedió uno de los temblores más fuertes del verano: «Fue exagerado, ¡me levantó la butaca! Con las mismas dije 'César, ¿lo has escuchado?' Colgamos y salimos a la calle».

En la cola de la panadería de Mariana Pineda, los clientes, como el resto de la ciudad, tienen réplicas en la garganta:

–Yo prefiero la pandemia a los terremotos, de verdad –dice una joven–. ¿Y tú?

–No sabría decirte, es difícil –responde otro.

Manolo, maestro de Lanjarón, en la cola de la panadería. A. A.

Manolo, que es el último de la fila, tiene 30 años y unos meses: «Los 30 años no pesan, los meses es lo malo –bromea–. Vaya, que tengo casi 78». En 1979 trabajaba como maestro en Lanjarón y, pese a la distancia, recuerda los temblores. «Se sintieron menos, pero se sintieron. Era una cosa tremenda». Antonia estudiaba Derecho hace cuarenta años y eso es exactamente lo que hacía, seguir estudiando sin salir de casa. «Me quedaba siempre, la gente salía pero yo no. Me daba susto. Anoche, con el último, que fue terrible, sí que salimos».

Carmen, de visita a la Virgen de las Angustias. A. A.

Carmen se persigna frente a la Virgen de las Angustias, como todos los días. Tiene 65 años y ayer, como en 1979, sintió miedo. «Muchísimo miedo. Recuerdo el ruido de uno de los terremotos del 79 perfectamente, era como una apisonadora andando, como si fuera algo terrible andando por el cemento». Carmen, tras resoplar fuerte y mover las manos junto a su cara, como si quisiera apartar la escena de su cabeza, añade cómplice: «Pero, ¿sabes una cosa? La Alhambra está de pie y la Virgen de las Angustias está aquí, que es nuestra vecina, así que pasará lo que tenga que pasar pero no hay que tener tanto miedo. Tenemos que estar tranquilos, ser valientes, estar unidos y luchar».

El grande

Luis y Manuel, dos niños de 80 años, toman un café en la plaza Bibrrambla. Cuando sale el tema de los terremotos en Granada se retrepan en la silla con cara de «si yo te contara».

–¿Que si lo recuerdo? Íbamos a Deifontes de excursión con el colegio. El autobús paró en el Pantano de Cubillas, recién hecho, y todo empezó a moverse: PUM, PUM –golpea la mesa con gravedad–. Manuel, qué tendríamos, ¿12 o 13 años?

–¿Pero en cuál, Luis? –pregunta su amigo.

–¡En el grande! ¡El que se cayeron las casas!

–Pues sí, 12 años.

Manuel y Luis, en Bibrrambla. A. AGUILAR

El verano de 1979 no fue nada comparado con el miércoles 19 de abril de 1956. Un terremoto de 8 grados golpeó la provincia, destrozando casas en Albolote y Atarfe. Murieron siete personas y se llegó a hundir, por una réplica, una cueva del Beiro en la que perecieron sepultados un matrimonio y sus tres hijos. En la capital se desplomó la cornisa de la Audiencia, la cruz del Sagrado Corazón cayó sobre Gran Vía y se agrietaron la iglesia de San Matías y el Arco de Elvira.

María Josefa camina por la Alcaicería. Tenía 6 años cuando sucedió el gran terremoto del 56. «Mi madre tejía y de repente el armario empezó a moverse de un lado a otro, totalmente combado». Fernando, de 70 años, charla con sus amigos Celedonio y Quico. «Recuerdo el 79. Fue muy dramático para mí. Vivía en un séptimo y como había muchas escaleras pensé si hay que morir enterrado en cascotes, moriremos... Y en el 56 –continúa–, me pilló en el barrio Fígares. Tengo el recuerdo de ver la tierra moverse. Estaba jugando sobre un montón de arena y vi que el montón de arena desaparecía y aparecía. Los edificios se movían como flanes».

«Los edificios se movían como flanes»

Quico, Celedonio y Fernando, explicando que en el 56 los edificios se movían como flanes. A. AGUILAR

Dani ordena las mesas de la terraza del Restaurante Chikito. «Yo no recuerdo lo del 79 porque nací en el 80. Soy producto de un terremoto del 79, eso sí –bromea–. Ahora que, dentro de cuarenta años, cuando contemos esto, vamos a ser auténticos abuelos cebolleta: 'Niños, íbamos con mascarilla, había una pandemia y salimos en pijama a la calle por culpa de los terremotos'», dice imaginándose a unos nietos que todavía no existen. Nietos como los que hoy, en la puerta del cole, hacían «así, seño, así».

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