El gran legado de una jardinera
en la ciudad de los jardines
IN MEMÓRIAM ·
Ana Ibáñez FernándezIN MEMÓRIAM ·
Ana Ibáñez FernándezNos ha dejado Ana Ibáñez, bióloga, profesora y jardinera que ha sembrado durante años los rincones de Granada, tanto desde su puesto en la Universidad al frente de la jardinería, como en su labor de paisajista en parques públicos y oasis privados.
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Arriacense de nacimiento, ... su trayectoria vital, académica y profesional, florecería en Granada al realizar la tesis Estudio paisajístico del entorno de la Alhambra, impacto ambiental de los nuevos accesos (1991).
Su vocación se complementaría con el conocimiento del espacio junto a su marido, Eugenio Marques Garces, arquitecto (fallecido en 2003), con quien tuvo a sus hijos Ana, Eugenio y David.
Su labor docente comenzó en Las Palmas. Fue profesora en los IES de Churriana de la Vega y en el Mariana Pineda. En la UGR fue profesora titular durante más de veinte años, impartiendo las materias de paisajismo y jardinería en la ETS de Arquitectura y en Bellas Artes. Se ganó el reconocimiento profesional y el cariño de estudiantes y compañeros.
Durante más de una década compaginó la docencia con la gestión de los jardines de la Universidad y con trabajos de paisajismo. Sus manos dirigieron el Parque de los pueblos de América en Motril, o la intervención paisajística del Arrabal del Castillo en Álora, Málaga. En Granada, los 'Paseillos universitarios', los palacios de Buensuceso y del Conde de Luque, el espacio público Eras de Cristo y los jardines del Forum de negocios nos recuerdan su sabiduría y buen hacer. La recuperación del jardín de la Casa museo Manuel de Falla, uno de sus últimos trabajos, ha quedado huérfano, a la espera del cariño de sus manos y de la alegría de sus plantas.
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Amante de la belleza, en la obra humana y natural, fue una incansable viajera a la búsqueda de jardines por el mundo. Nos enseñó que trabajar con plantas da alegría, y compartirla, felicidad.
Su carácter fuerte y optimista le ayudó a enfrentarse a las muchas pruebas que le puso la vida –«La vida no es fácil», solía decir– aunque siempre supo transformar las vivencias amargas en positivas lecciones vitales. Siempre estaba dispuesta a ofrecer un consejo, a incentivar el esfuerzo o a ayudar a los que la rodeaban. Nos queda su legado y empeño por ayudar a la ciudad de Granada a ser aún más hermosa gracias a sus creaciones.
Tal vez el lector no la haya conocido, pero quizás alguna vez, paseando por la ciudad, haya sentido el aroma de un macasar en enero, se haya refugiado bajo la sombra de un tilo en verano o haya admirado la belleza de un arrayán que Ana plantó.
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Ana solía decir que los jardineros son generosos, pues lo que siembran será un regalo para otros y que por eso tienen un lugar asegurado en el Paraíso. Allí es donde podemos imaginarla ahora, construyendo vergeles, diseminando alegría y regalando felicidad.
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