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Isabel sostiene a Mariana junto a la caja que les sirve para protegerse por la noche. J. E. C.
«Graná entera me conoce como la del carrillo»

«Graná entera me conoce como la del carrillo»

Tiene 80 años, nació en el Albaicín y ha pasado su vida vendiendo de todo por el centro de la ciudad, desde chumbos hasta calcetines. Vive en la calle, en un pequeño jardín de un edificio administrativo

Domingo, 7 de marzo 2021, 13:38

Su cabeza asoma por encima de las rejas como aquellos fraguel rock de trapo, siempre tan atareados. En la Plaza del Duque de San Pedro de Galatino, al final del Paseo del Salón, están acostumbrados a ver su pelo rubio y revuelto arriba y abajo, de un lado a otro. Desde que se mudó aquí, al jardín de un edificio administrativo, vive al ritmo de la luz; la luz del sol. Lava la ropa todos los días, en la fuente, y saluda con la frente bien alta, sin levantar sus manos del carro repleto de cosas que siempre la acompaña. Al notar que alguien se acerca, suelta la escoba, se asoma por la reja y dice sin mediar más presentaciones: «¿Quiere verlo? Entre, entre, por allí».

Para entrar en el jardín no hay que atravesar ninguna puerta. Al final del muro hay una pequeña apertura que da salida a la calle. Los setos del estrecho pasillo están cubiertos con un puñado de telas. En el centro, sobre un remolino de mantas, descansa un pequeño perrito que mueve el rabo en cuanto descubre que hay visita. A su alrededor está el carro, botes de champú y de detergente, bolsas con comida y un vaso de plástico lleno de jamón de york. «Esto no es mío, guapo, es para Mariano. Que te crees tú que se va a morir de hambre», ríe despreocupada, mostrando las encías desnudas. «Antes tenía un par –se golpea la mandíbula con dos dedos fuertes y gruesos–, pero ya no. No pasa nada. Anda, vamos a ponernos al sol».

Isabel y Mariano. Una de las cajas con las hojas recogidas. Y mantas tendidas, recién lavadas. J. E. C.
Imagen principal - Isabel y Mariano. Una de las cajas con las hojas recogidas. Y mantas tendidas, recién lavadas.
Imagen secundaria 1 - Isabel y Mariano. Una de las cajas con las hojas recogidas. Y mantas tendidas, recién lavadas.
Imagen secundaria 2 - Isabel y Mariano. Una de las cajas con las hojas recogidas. Y mantas tendidas, recién lavadas.

Al final del pasillo hay un jardín recogido donde tiende la ropa y guarda el colchón. Como la escoba sigue en su mano –no la ha soltado en ningún momento–, se pone a barrer las hojas secas que le quedan sobre la hierba. Tiene varias cajas del tamaño de una lavadora llenas con las que ya ha recogido. Va descalza, con unos calcetines oscuros. Los ojos parecen amarillos y su piel es acero plegado.

–Me llamo Isabel Jiménez.

–¿Cuántos años tiene?

–Soy del Campo del Príncipe.

–¿Y qué edad tiene?

–Pues venía de allí, del barrio, mi madre vivía en la Iglesia de San Cecilio, en una casa que había al lado, muy fea y llena de cristales.

Isabel tiene 80 años y, avisa, está un poco sorda. «La edad, yo qué sé». Que ella recuerde, ha estado «malica» varias veces, pero ahora se encuentra «estupenda». «Duermo muy bien aquí y hablo correcto, ¿no le parece?». Habla con lucidez casi todo el rato pero, de vez en cuando, brota de algún sitio oscuro un recuerdo o una historia que es difícil de interpretar. Quizás sean miedos, quizás pesadillas. Sea lo que sea, ella lo cuenta como si fuera real, aunque no lo sea. «Tengo bonico el sitio, ¿verdad? –cambia de tercio–. Me ha dado el dueño la llave –se da unos toquecitos en el pantalón– y puedo estar aquí mientras lo tenga limpico. Esto estaba abandonado».

La del carrillo. J. E. C.

El viaje

A estas alturas de la película, si es usted granadino es muy probable que ya conociera a Isabel, aunque no fuera por ese nombre. «Llevo 70 años vendiendo en Graná. Hay mayores que al pasar por esta avenida me reconocen de cuando vendía chumbos de chica. ¿Que qué más vendía? ¡Buf! –resopla mientras menea la mano– ¡De todo! Alcachofas, calcetines, condones... ¡No te rías, que es verdad! He tenido mucha cara, a mí me quiere todo el mundo. También he vendido flores, pascueros, coca colas en Semana Santa...». Isabel suelta la escoba, se acerca al centro del pasillo y se coloca detrás del carro. «Pero a mí me conocen por esto. Graná entera me conoce como la del carrillo».

Isabel disfruta del sol.

De pequeña, sus padres la mandaron a estudiar un año a Montoro, pero se volvió por una enfermedad. Después la riada arrasó la casa de su madre, en el Barranco del Abogado, y emigró a Barcelona a trabajar. Fue madre de Alberto. Un niño al que quiso «con locura» pero que se mató cuando tenía 32 años. «El otro coche vino con más fuerza y se lo llevó». Ha trabajado toda su vida para mantener a la familia, incluso cuando volvió a Granada y conoció a un «individuo». «Lo peor que me pudo pasar. Era un drogadicto asqueroso. Yo no sabía que era asqueroso. Ni drogadicto». Por las noches, susurra, si cierra los ojos, a veces, escucha la voz de su hijo. «Tengo al muerto dentro de mí». Luego da una palmada, levanta las manos como si fuera una folclórica de relumbrón y ríe: «Si hubiera dinero se escribiría un libro. Pero como no hay, por lo menos lo contamos, ¿no verdad?».

«Lo peor que me pudo pasar. Era un drogadicto asqueroso. Yo no sabía que era asqueroso. Ni drogadicto»

En los últimos años Isabel ha dormido con Mariano y su carrillo cerca de la Biblioteca de Andalucía. Y en un local de Arabial, que le cedieron unos vecinos. Y en otro manojo de rincones de las calles de Granada. «Gracias a los granadinos no he llegado a pedir limosna hasta hoy. Estoy muy enamorá de mi Graná. Como me conoce todo el mundo, si llego a un bar y voy a pagar el café me dicen ¡que está pagao! Adoro a mi Graná. Bueno, a algunos no», guiña un ojo.

Barriendo, junto a la caja de la televisión: «Cree siempre que algo maravilloso está a punto de suceder», se lee. J. E. C.

Hoy seguirá ordenando la ropa, dice, porque está cambiando la de invierno por la de verano. «Tengo ahí un cubo de basura mu limpico que me sirve de armario. Es que me dan mucha ropa y es muy bonita». Coge varios vestidos muy floridos que descansaban sobre el seto y se los coloca encima, como si estuviera de compras en el centro comercial. «Bonitos, ¿verdad? Este lo guardo para Semana Santa». Antes de salir a la calle, con Mariano y su carrillo, coloca en la verja de entrada el cartón de una enorme 'smart tv' que le sirve para guardar cierta intimidad. En la caja se lee esto, en inglés: «Cree siempre que algo maravilloso está a punto de suceder». Fuera, muy sonriente, la granaína se despide con voz orgullosa: «Ea, pues ya sabes donde está tu casa. ¡Que te busques la vida!».

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