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Granada ha amanecido confinada por la lluvia. «Es una sensación parecida a la pandemia, ¿verdad?», se preguntaba Rocío a primera hora, en una plaza de Gran Capitán en la que no se movía nada. «Se nota que no hay colegio. Yo voy a por mis nietos, que sus padres trabajan», añadió la mujer. Y sí, este miércoles por la mañana ha llovido: un manto suave y constante. «¡Esta lluvia es una maravilla para los olivos! -exclamó Pepe, abogado, tomando un café- Creo que estamos exagerando... pero bueno, mejor prevenir».
Prevenir, esa era la clave. El martes por la tarde, cuando la Aemet activó la alerta naranja en la Cuenca del Genil y en Granada capital, Educación decidió cancelar las clases en algunos municipios de la provincia. Le siguió la Universidad de Granada, que ya entrada la noche publicó un comunicado en el que advertía que no habría actividad en ninguna de sus facultades. «¿Los universitarios no tienen clase por precaución, pero los niños pequeños sí?». La pregunta saltaba por los grupos de padres en el Whatsapp. Sin embargo, no fue hasta las dos de la madrugada cuando se tomó la decisión: no habría clase.
El mensaje se movió a toda velocidad. A las siete de la mañana, la inmensa mayoría de familias de la ciudad sabía que el miércoles sería un día raro, extraño y sin colegio. A pesar de todo, sí que hubo algún que otro alumno que se presentó en la puerta de su centro sin haberse enterado. Como Jesús, de 11 años, que llegó a Maristas con mochila, paraguas y hasta la raqueta de bádminton, que hoy había entrenamiento. «¿Qué pasa?», preguntó el chaval, alumno de Sexto de Primaría, al encontrarse la verja cerrada. Joaquín Martínez, director del colegio, le abrió rápidamente y le explicó la situación: «Hoy no hay clase, Jesús, ¿hay alguien en casa?». Jesús, como otros antes que él, volvió a casa sin problema. «Han venido 3 o 4 familias a las 8.00, poca cosa. Pero algún despistado ha habido. No pasa nada, para eso estamos nosotros», contó el director de Maristas.
Granada pasó la mañana tranquila, viendo la lluvia caer desde la ventana. Aunque algunas empresas ofrecieron a los padres quedarse en casa, para acompañar a sus hijos, algunos tuvieron que recorrer a los héroes habituales: los abuelos. Francisco, por ejemplo, se llevó a Carmela, su nieta, al despacho. «Qué le vamos hacer. No hay cole, pues se viene conmigo».
Por su parte, los profesores revivieron una actividad que creían olvidada: las clases a distancia. Bueno, no exactamente. Al no haber colegio, muchos docentes enviaron, a través de las distintas plataformas, tareas que los niños y niñas pudieran hacer en casa. Nada obligatorio, advertían. «Por si tenéis que ir con vuestros padres a la oficina o estáis aburridillos, así podéis aprovechar un rato al menos», escribía una profesora.
Los comercios abrieron con normalidad. «Estamos pendientes de lo que pase, pero por el momento parece que tampoco es muy grave», decían en una tienda Alhóndiga. María y Lola levantaron la persiana de Serendipia, su juguetería, como todos los días. «Entendemos que todas las medidas adoptadas son por el miedo... Por lo que ha pasado con la DANA... Claro, eso lo entendemos todos, pero, por ahora, eso es lo único que hay, porque la lluvia es muy normal. Ojalá siga así el resto del día». En la peluquería Underground, en Moral de la Magdalena, arrancaron a medio gas: «La mitad de los clientes ha mantenido sus citas, la otra ha cancelado», advirtió Toy, uno de sus responsables.
Pese a la alarma invisible sobrevolando el cielo, Granada llegó al almuerzo sin ninguna incidencia grave. No obstante, algunas actividades culturales se cancelaron; los parques se cerraron; y los municipios más afectados pidieron a los vecinos que extremen las precauciones. Mientras tanto, en la calle reina una vieja sensación conocida, un déjà vu que nos devuelve a un lugar común. No, no estamos confinados. Pero lo parece.
Seguimos pendientes de la lluvia. Ojalá no vaya a más.
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