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La hermana Emilia. Imagen del archivo de IDEAL

La Granada de Emilia Riquelme

La religiosa, que será beatificada el 9 de noviembre, fundó en su ciudad la Congregación de Misioneras Santísimo Sacramento

Domingo, 3 de noviembre 2019

«Esta casa es como un barco. María Emilia quería que su orden zarpase y se extendiera por todo el mundo». Leonor Gutiérrez, superiora de las Misioneras del Santísimo Sacramento, comienza así una visita guiada por el hogar de esta congregación, el mismo que fundó la madre Riquelme hace casi 125 años. Este mes de noviembre María Emilia Riquelme va a ser beatificada en Granada en una ceremonia que se va a celebrar en la Catedral y que traerá a la ciudad a fieles seguidores del mensaje de la religiosa granadina de todos los rincones del mundo. Es el mejor momento para conocer esta casa y a aquella religiosa granadina que cumplió su sueño de dedicar su vida «al Señor, a la educación de la niñez y juventud y a las misiones en los países más necesitados».

Emilia Riquelme y Zayas nació y murió en Granada. Vino a la vida en el seno de una familia de ilustres apellidos granadinos, era sobrina del fundador de la residencia para huérfanas de militares del palacio de la calle Tablas, e hija de Joaquín Riquelme, teniente general que vivió en sus carnes los avatares de la política decimonónica. Corría el mes de agosto de 1847, su ciudad celebraba el día de la Virgen de las Nieves, Isabel II reinaba en España y un lojeño, el general Narváez, presidía el gobierno con puño de hierro.

Su madre, descendiente del Gran Capitán, la deja huérfana cuando tenía siete años, una experiencia que marcaría su vida y que le revela su destino cuando, siendo muy joven, siente la presencia de la Virgen con Jesús en brazos. Lo tenía claro, debía dedicar su vida a Dios, pero muere su hermano Joaquín y decide posponer su decisión. «Era muy buena y obediente y constantemente sacrificaba mucho, como una santa», cuentan de ella.

Tras la muerte de su padre, toma los hábitos y, animada por el arzobispo José Moreno Mazón, decide crear su propia orden. Era una época de fundaciones como las Escuelas del Ave María o las Hijas de Cristo Rey. Emilia apoya su ideario en tres carismas, la Virgen, la Eucaristía y las misiones. Vestidas con hábito blanco y azul, comienzan a trabajar las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada.

Una congregación misionera

Pero antes había que construir un hogar. Emilia vuelve a su ciudad a finales del siglo XIX. Eran unos años muy complicados en Granada, no hay trabajo, el sector agrícola está poco desarrollado y la industria inexistente, circunstancias a las que hubo que sumar catástrofes naturales como aquel histórico terremoto de 1884, o epidemias como el cólera, que sesgó en 1885, casi cuatro mil vidas.

La mujer era especialmente vulnerable. Las que podían trabajar, solían hacerlo en telares, talleres de modistas, fábricas y molinos de papel, en jornadas maratonianas con salarios que se reducían a la mitad, e incluso una tercera parte de los que cobraba un varón. «Emilia fue una mujer que apostó por la mujer en su tiempo. Apostó por su educación para que fueran más libres, una dimensión que ha acompañado toda nuestra misión», explica Leonor.

Sin embargo, Granada va a encarar los últimos años de este siglo con el optimismo de un incipiente desarrollo marcado por la industria azucarera y la llegada del ferrocarril, transformaciones económicas que tendrán su reflejo en el urbanismo de la ciudad con, por ejemplo, el comienzo de las obras de la Gran Vía o el avance en la cubierta del Embovedado del Darro que van a mejorar la higiene y la salud pública. La ciudad pone la primera piedra del monumento a Isabel la Católica de Benlliure y Emilia comienza a construir su Casa.

Elije para ello la Huerta de San Jerónimo, un terreno entonces algo alejado del centro, treinta marjales de fértil tierra agrícola con abundante riego, cerca del hospital de San Juan de Dios, las Hermanitas de los Pobres, el convento de San Jerónimo y el camino de Fuente Nueva. El terreno lo adquirió su abuelo, Agustín Riquelme, y estaba cargado de una historia que no era ajena a la religiosa. La huerta había formado parte del monasterio que los Reyes Católicos regalaron a los Jerónimos tras la conquista de Granada y fue objeto de la desamortización de Mendizábal. De estilo renacentista, tuvo el primer templo dedicado a la Inmaculada de Granada, y al pie del presbítero, una losa de mármol cubría los restos del Gran Capitán, ilustre ascendiente familiar.

Interior de la Casa Madre Ramón L. Pérez

Dirigida por el arquitecto Jacobo Gil, empezó una obra que concluye en 1893. El 25 de marzo de 1896, Emilia abre la Casa Madre de su congregación. Inmaculada Aizcorbe, en su libro sobre la vida de la religiosa describe con detalle el hermoso edificio: «Consta de dos plantas de alzada, desván, azoteas y galerías acristaladas para cuando baje el viento frío de Sierra Nevada. El aire y el sol se cuelan por todas partes mezclados con olores de barniz y cal reciente. Todo está pintado de blanco y azul, salpicado de detalles femeninos, alegre y acogedor. Tiene un patio interior de estilo sevillano, enlosado de mármol blanco y lleno de macetas, bajo el surtidor de la fuente».

La casa puede visitarse hoy en día en una ruta que las riquelminas llaman 'El Sendero'. En el corazón de este hogar está la capilla, de líneas góticas y finas vidrieras donde reposa el cuerpo de Emilia que será trasladado a la Catedral para presidir los actos de su beatificación.

Leonor Gutiérrez, superiora de Granada, en la habitación de Emilia Ramón L. Pérez

El recorrido por este convento es un recorrido por su vida y su mensaje. Aún se conservan los muebles de su casa familiar, los del recibidor, los del despacho de su padre y la sobriedad de su habitación, donde junto a su pequeña cama hay un cuadro de la Virgen del Carmen que la acompañó siempre, unas sillas de anea y un cuadrito con un mensaje en francés «Señor atráeme hacia ti que es demasiado sufrimiento vivir sin ti».

Oratorio de la Casa Madre Ramón L. Pérez

Las primeras misioneras

María Emilia Riquelme murió en 1940. Ella no pudo ir a las misiones pero vio la partida de la primera expedición en diciembre de 1934. La Madre Arderiu fue al frente de un grupo de religiosas que viajaron a Brasil en el Neptunia. El largo viaje comenzó en Gibraltar y las llevó a la bahía de Todos los Santos donde llegaron el día de Navidad. El libro 'Cumbre y sendero' de Inmaculada Aizcorbe cuenta aquella aventura, la fascinación de las religiosas ante aquellos paisajes de montañas y flores, de palmeras que llegaban al cielo, las humildes cabañas que se reflejaban en el río Paraguasú y las piraguas que se acercaban hasta el vapor con el que se adentraron en la selva para desembarcar pasajeros. En el atardecer del 27 de diciembre anclaron en San Félix, bajo una lluvia torrencial. «En una oscuridad tremenda, no se veía un alma y no se podía recurrir a nadie… era pintoresca aquella caravana que avanzaba a tientas, esquivando cualquier funesto resbalón, con sus veinte bultos de regular tamaño, entre los que figuraba un armonio plegable». En Cachoeria cogieron el tren a Contendas ante la curiosidad de los locales que se agolpaban en las ventanillas para mirar a esas mujeres con esos trajes tan extraños. Hasta la medianoche no llegaron a la 'Pensión divina' antes de emprender la última etapa de su viaje en coche, siguiendo el cauce del río Contas hasta Caetité, en el estado de Bahía, un lugar que los mapas europeos no mostraban. Hoy la orden continúa con aquella misión de Brasil y tiene casas en países como Bolivia, Filipinas, Angola, Colombia, Portugal, México y Estados Unidos.

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