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JORGE PASTOR
GRANADA
Domingo, 7 de octubre 2018, 00:48
Faltaban unos pocos minutos para que fueran las dos y media de la tarde. Era martes, 11 de septiembre. La carretera de circunvalación colapsada, los niños saliendo de los colegios, gente tomando el vermut en los bares... y, de repente, el mundo se tambalea. Un ... segundo. Quizá dos. Tiempo más que suficiente para que buena parte del medio millón de personas que viven en Granada y en el área metropolitana se asustaran. «No hace falta conocer el peligro para tener miedo», dijo Alejandro Dumas. Fueron muchos los que comenzaron su almuerzo ese día sobresaltados y lo terminaron también sobresaltados. Sí, porque tres cuartos de hora después Granada volvió a temblar. Y media hora después otra vez. Y dos horas después otra vez. Y después otras dos veces casi seguidas. Y al día siguiente más. Estábamos inmersos en lo que los especialistas denominan un 'enjambre sísmico'. Es decir, una sucesión de terremotos que se producen en un espacio más o menos acotado y en un intervalo de tiempo también más o menos determinado. La etiqueta #terremotogranada se convirtió en tendencia en las redes sociales y el servicio coordinado de emergencia 112 recibió decenas de llamadas. No hubo daños materiales. Tampoco, afortunadamente, personales. Pero se generó alarma. «Granada es una tierra nerviosa», ironizó alguien en Twitter. Pero hacía tiempo que no se vivía un episodio igual por estos pagos.
¿Qué sucedió? Pues básicamente lo que lleva sucediendo desde hace millones de año. Que la placa tectónica africana y la ibérica chocan, y cada cierto tiempo -imposible saber cuánto-, como consecuencia de esa fricción, la energía acumulada escapa por la parte más frágil de la corteza terrestre. O sea, por las fallas, las 'cicatrices' de Granada. Y es que en el cinturón de Granada, considerado como la zona de mayor peligrosidad sísmica de España, por encima incluso de Lorca, se localizan una decena de estas fallas generadas en la época del Cuaternario, con una longitud de entre cinco y diez kilómetros, que siguen activas. Que son el origen de los cientos de temblores que se registran en Granada a lo largo de todo el año. Hasta mediados de septiembre se llevaban contabilizados 246, aunque tan sólo catorce fueron realmente sentidos por la población. La mayoría en esos días. Después ha habido otros. En Armilla, en Otura, en Alhendín, en Atarfe, en Huétor Vega... La mayor parte de ellos con una magnitud que no superaba los 2,5, pero a poca profundidad. Por eso hubo tantos granadinos que los sintieron. Lo que aún no está claro es a qué falla o fallas se debe imputar tanta inestabilidad. Los científicos necesitan tiempo para llegar a conclusiones precisas. Los datos iniciales que proporciona el Instituto Geográfico Nacional, de quien depende la Red Sísmica Nacional, son demasiado imprecisos. Se pueden consultar en la web a los pocos segundos y tan sólo sirven para satisfacer la necesidad de información más inmediata -lo normal es que se corrijan los valores primigenios en las jornadas siguientes e incluso en las horas siguientes-.
Ana Crespo-Blanc es catedrática de Geodinámica Interna de la Universidad de Granada, fundadora de la empresa (spin off) Geándalus, especializada en turismo geológico y jefa de proyecto de investigación en el Parque de las Ciencias de Granada. Es una de las personas que más sabe sobre fallas en Granada. «Son las que marcan la peculiar topografía del territorio», comenta Ana, quien explica que, a diferencia de las fallas destructivas de Italia, las de Granada son dispersas y de pequeño tamaño por lo que, comparativamente, el poder de liberación energético es menor y los efectos también son menores. A pesar de ello, la ciencia trabaja con un escenario estimativo, imposible de predecir, de un seísmo de magnitud máxima de seis focalizado en la falla Padul-Nigüelas.
En cualquier caso, Ana Crespo-Blanc hace un llamamiento a la tranquilidad y subraya que, dentro de lo impredecible, «lo más probable es que los terremotos en Granada sean pequeños» y recuerda que desde los años ochenta las construcciones se ejecutan con unas normas de sismorresistencia. Los arquitectos trabajan hoy día con un pico de aceleración del suelo equivalente a 0,24 veces la aceleración terrestre. Estamos hablando de unos dos metros por segundo al cuadrado. «Lo que sí sería interesante es que se abundara en la sensibilización de los ciudadanos, a fin de que supieran cómo habría que actuar en caso de que se produjera un movimiento de mayores dimensiones», dice Crespo-Blanc.
En este sentido, el Instituto Geográfico Nacional dispone en su portal de internet de una serie de gráficos y trípticos, descargables con un sólo clic, con pautas de comportamiento en el supuesto de que un seísmo sea más fuerte. Antes de que ocurra -nunca se sabe cuándo- conviene disponer en casa de una serie de elementos como un botiquín de primeros auxilios, linternas de dinamo, agua embotellada y comida no perecedera, un silbato, radio con pilas y un extintor. También se recomienda tener siempre identificadas las zonas seguras y las salidas de emergencia en el hogar, el colegio o el lugar de trabajo. Para minimizar peligros es conveniente asegurar objetos que se puedan caer como cuadros, espejos o lámparas. Durante el seísmo, lo recomendable es refugiarse debajo de una mesa y mantenerse tranquilos en la medida de lo posible. Dentro de los edificios hay que alejarse de muebles, lámparas, y fuera, en el exterior, distanciarse también de las propias construcciones, muros y postes eléctricos.
Pero volvamos a las fallas. Muchas de ellas, activas e inactivas, son fácilmente observables. La de Nigüelas, por ejemplo, está a las afueras del pueblo. Incluso se puede trepar por la montaña, con mucho cuidado, para inmortalizarse junto a ella -más bien sobre ella-. La de Dúrcal también se ve a simple vista. Se halla unos metros por debajo de las canteras de arena. La panorámica aérea es espectacular. Por otra parte, los que suban, a pie o en bici, al Llano de la Perdiz también encontrarán otra. Basta con tomar el camino forestal que conduce hasta el Canal de los Franceses. A unos doscientos metros se advierte una evidente diferencia de color en la ladera. Si nos situamos frente a la línea que delimita ambos tonos, se aprecia un conglomerado de cantos consolidados, grises, que se formó hace unos dos millones de años. Es la misma formación sobre la que se erigió la Alhambra. En la izquierda la visión es rojiza -el contraste es más que evidente-. Se trata del mismo material pero más moderno -en torno a medio millón de años menos-. La caída en vertical entre ambas secciones es de unos treinta metros.
La historia sísmica reciente de Granada, determinada a su vez por el desplazamiento de sus fallas, tiene unos cuantos hitos fielmente recogidos por la historiografía y que son estudiados por los investigadores. Se calcula que el de 1431, el que se produjo el mismo día que la batalla de la Higueruela, fue de 5,5. El Palacio de los Alixares, situado donde hoy se encuentra la dehesa del cementerio municipal de San José, no lo aguantó. Quedó completamente destruido. La Alhambra, sin embargo, sí resistió. Y lo hizo porque el monumento está 'preparado' para los terremotos. La base de las columnas del Patio de los Leones tiene una lámina de plomo -el mismo sistema que la basílica de Santa Sofía de Estambul-. Además los fustes no son perfectamente planos. El basamento es ligeramente cóncavo y la columna ligeramente convexa. Todo ello amortigua el movimiento de las ondas. Las consecuencias de aquel sismo, que retrasó sesenta años la conquista de Granada tras la huida de las tropas cristianas que ya sitiaban la ciudad, son aún patentes. Cerca del Llano de la Perdiz está la Alberca Rota, de la época nazarí. Su nombre no es casual. Se observan dos grietas en forma de aspa. Se produjeron a raíz de aquel temblor fechado el 1 de julio de 1431 y otras réplicas que hubo ese mismo día.
Ahora demos un salto de 453 años en la línea del tiempo. Estamos en 1884. En Alhama de Granada. Se estima que el terremoto alcanzó una magnitud de 6,5. Una sacudida terrible que causó entre 1.000 y 1.200 muertos. Fue en la noche de Navidad, por lo que la devastación fue aún mayor. Se generó una corriente solidaria dentro y fuera de España. La reconstrucción de Ventas de Zafarraya la pagó el gobierno municipal de la Habana. Lo mismo que hizo la Cámara de Comercio de Madrid con Santa Cruz del 'Comercio'. A raíz de este evento sísmico, un equipo de geólogos llegados desde Francia realizaron el primer mapa geológico de la región andaluza.
Avancemos un poco más. La vida cambió en Albolote y Atarfe un 19 de abril de 1956. Sucedió pasadas las seis y media de la tarde. Según cuentan los periódicos de la época, un terremoto de magnitud cinco, por aquel tiempo asolador, arrasó gran parte de estos municipios. Causó doce muertos, medio centenar de heridos y destrozos y hundimientos en más de un centenar de hogares. «Dios sabe lo que hubiera sido de la ciudad de haber continuado unos segundos más. Demos gracias al Todopoderoso de que así no ocurriese», decía la crónica de IDEAL. Franco vino días después a inaugurar el embalse del Cubillas y visitar Albolote, donde se entrevistó con el alcalde. En aquella reunión se acordó la expropiación de la Granja del Chaparral, propiedad del marqués de Ibarra, para dividirla en parcelas y que después del trágico seísmo, los vecinos de Albolote tuvieran tierra para labrar y ganarse el pan.
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