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¿Quién no ha sentido alguna vez que el corazón se le parte en dos? El fallecimiento de una abuela a la que más bien considerabas madre, el pozo sin fondo al terminar la relación con el novio/a de toda la vida, el despido inesperado que cambió el rumbo de tu vida. Multitud de situaciones, una misma consecuencia. La tristeza más absoluta. Por suerte, el ser humano sabe recomponer sus trocitos mejor de lo que espera. Y sigue adelante. A veces ese dolor desaparece, otras veces se amortigua y, en el peor de los casos, nos acompaña de por vida. Hasta que un buen día sentimos un intenso dolor en el pecho que nos pone en alerta. Parece un infarto, pero no lo es. Es el síndrome del corazón roto y tiene mucho que ver con esas experiencias dolorosas.
Esta miocardiopatía, cuyo nombre clínico es síndrome de Takotsubo, representa el 1% de todas las sospechas de infarto. Cuando ocurre, el cuerpo libera de forma brusca hormonas del estrés, algunas paredes del corazón pierden fuerza y este adopta la forma de una vasija. De hecho, el término hace referencia a las vasijas que utilizaban los pescadores japoneses para atrapar pulpos.
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La inmensa mayoría de los que lo sufren son mujeres en época menopáusica. Tiene desencadenantes físicos -enfermedades neurológicas, cáncer o cirugías-, pero en las féminas son sobre todo emocionales. «La pérdida de un ser querido, un desamor, una discusión, miedo, ansiedad… todo eso influye», explica Diego Segura, cardiólogo del Hospital Clínico San Cecilio.
Ese dolor intenso lo experimentó a sus 60 años Modesta Romero una mañana de diciembre. Se levantó en su casa de Padul y comenzó a sentir una presión en el pecho y el brazo que iba en aumento. Los servicios de Emergencias la trasladaron al Clínico y comenzaron las pruebas. «Me ingresaron en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y, después de muchos análisis, una doctora me dijo que lo que tenía era el síndrome del corazón roto. No sabía qué era aquello», asegura la granadina, que trabaja en el colegio Cardenal Belluga de Motril.
Cuando a Modesta le explicaron el componente emocional del síndrome de Takotsubo detectó rápidamente el origen de su dolencia. Con la voz entrecortada, explica que su padre murió cuando ella tenía 11 años. Fue el primer golpe que le dio la vida, pero ni por asomo el último. Mientras estudiaba Filología Francesa en la universidad, el día que cumplía 19 años, sufrió otra desgracia: un coche atropelló a su madre y su hermano pequeño en Carchuna y murieron prácticamente en el acto. Ella y su otro hermano, Antonio, que por aquel entonces tenía 17, se quedaron «completamente solos». Dejaron de vivir y empezaron a sobrevivir.
Modesta Romero
«Pasamos de tener una familia a estar a merced de nada, a cuidarnos nosotros mismos. Fueron años horribles, lo siento como si fuera ayer. No se supera nunca. Mi familia tenía una tienda de comestibles, así que mi hermano dejó de estudiar y se puso a trabajar en ella para que yo pudiera acabar la carrera. Yo me encargaba de ir los fines de semana para que él tuviera esparcimiento», recuerda Modesta.
La historia de su familia ocupó parte de la portada de IDEAL del 1 de diciembre de 1981. El suceso motivó además una multitudinaria protesta por los numerosos fallecimientos que se producían al cruzar la recta del llano de Carchuna. En las páginas del periódico aparecían los dos huérfanos rotos de dolor al despedir a su familia. «Experimentamos una tristeza total y absoluta, pero tuvimos que seguir peleando, el instinto de supervivencia es grandísimo. Venirse abajo era un lujo», recalca Modesta. Consiguió terminar la carrera, pero la satisfacción estaba íntimamente ligada a la melancolía: «Sentí que no tenía a nadie a quien enseñarle mi título».
En medio de aquella soledad, el amor tocó a su puerta. Conoció a Mario Garay, un venezolano que vino a estudiar a Granada, y acabaron casándose en el Caribe, concretamente en Isla Margarita, donde él había vivido durante un tiempo. «Me marché al otro extremo del mundo porque aquí la boda hubiera sido muy triste», apostilla. En la actualidad vive con él y con su sobrina Elda, la hija de su hermano Antonio. Ella fue la que decidió llamar a los servicios de Emergencias aquella mañana en la que Modesta sentía que se le rompía el corazón.
Tras unos días ingresada, le dieron el alta y pudo irse a casa. Ahora se encuentra bien, a la espera de revisión, pero aún se emociona al recordar aquel dolor que parecía un infarto. Para evitarlo, Modesta lo tiene claro: «A alguien que esté pasando por una situación traumática le diría que llore mucho, todo lo que necesite. Que no sea políticamente correcto, lo que se queda dentro termina saliendo. Yo nunca lloré lo suficiente», indica la granadina, que no esperaba que a sus 60 años su corazón fuese a decir 'basta'.
Desde el 🏥 @clinicogranada queremos agradecer a Modesta sus palabras en esta carta 📩 al director publicada esta semana en @ideal_granada 🗞️#Gracias por percibir y describir de este modo el trato y la asistencia recibida. Nos da fuerza y energía nueva para seguir mejorando. pic.twitter.com/15drhZxkuh
Hospital Universitario Clínico San Cecilio (@clinicogranada) January 11, 2022
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