En el cáncer se suele hablar de los que fallecen y los que se curan, pero no de este grupo de pacientes. Ellos recuerdan dos momentos decisivos en su vida. El primero, cuando les comunican que la peor de sus sospechas se ha cumplido. Es cáncer. La segunda, cuando la metástasis se descontrola. En los dos casos sienten que la habitación de la consulta se les cae encima. En el Día mundial contra el Cáncer, que se celebra este viernes, 4 de febrero, tres pacientes con quimio de por vida relatan cómo son sus vidas entre fármacos, agujas y salas de espera. Y, aunque a simple vista le pueda sorprender, son felices.
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Mili-Paciente
Emilia Fernández-Casas, a quien todos conocen como Mili, escuchó el diagnóstico que le cambiaría la vida en octubre de 2017. Un cáncer de colon con metástasis en los dos hemisferios del hígado que no tenía operación posible. «La noticia la recibí como una bomba de relojería. Los primeros meses fueron terroríficos, pensaba que me iba a morir. Luego me hice a la idea, solo queda aceptarlo», explica.
Después de recibir el mismo tratamiento durante más de cuatro años, su oncólogo Carlos se lo acaba de cambiar a raíz de tres nuevos tumores que le han aparecido. Su mayor deseo es que le siga sentando como el anterior, que le permitía hacer vida normal. «Ha habido días en los que no recordaba que estaba enferma, porque no he sufrido efectos fuertes. Al principio pensaba mucho sobre el tema, pero luego aprendí a ser feliz en estas circunstancias. Le doy más valor a las cosas porque la vida no es eterna, es un pis pas», recalca.
MILI-paciente
Además de la familia, hay otro pilar fundamental para estos pacientes: los 'amigos oncológicos' que han conocido por el camino. «Nadie me comprende como ellos, porque sienten lo que tú sientes. El resto del mundo está en la onda de estar sanos», admite la granadina, que cree que valora la salud ahora que la ha perdido.
Mili, que acaba de cumplir 60 años, trata de no pensar en el futuro, pero tiene claro que le gustaría «estar una larga temporada más aquí». «Lo que más me preocupa es que me cueste encajar las malas noticias, le pido a Dios saber aceptarlo y que no sufran los que tengo a mi lado. Cuando me vaya solo espero haber sido feliz en esta vida», asegura.
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José Alarcón-Paciente
En el Padul decían que el 'Peseta', como llaman a José Alarcón, estaba muriéndose. De hecho, en 2018 le dieron seis meses de vida: aquel cáncer de estómago con metástasis en el hígado tenía muy mala pinta. José rompió las estadísticas y a día de hoy el tratamiento que recibe mantiene su enfermedad a raya.
La quimioterapia inicial logró dejarle 'limpio', pero el proceso no acababa ahí. «Por prevención querían quitarme parte del estómago, pero mi calidad de vida se iba a ver muy afectada, solo iba a poder comer potitos. Lo pensé durante una semana y dije que no, que me quedaba así», cuenta José, de 73 años.
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josé-paciente
A cambio, recibe tratamiento cada 15 días en el Hospital Universitario Clínico San Cecilio, su segunda casa, donde le atiende su oncóloga Silvia. Acude los lunes y lo recibe 'in situ'. Cuando acaba, se lleva dos días más la quimio a casa en una petaca. Va directa de ahí a su reservorio, un pequeño dispositivo que se coloca bajo la piel y que introduce el fármaco en vena. Lo bueno es que evita los pinchazos constantes en los brazos. Lo malo, que durante tres días es una extensión del cuerpo.
Este tratamiento dista mucho del que recibió al principio, que le dejaba «los pies y las manos dormidas» y tenían que ayudarle hasta a vestirse. «Hago vida normal e intento no pensar en la enfermedad, porque te vienes abajo. No sabemos cuándo nos vamos a ir de este mundo, pero ahora mismo estamos aquí, así que a vivir», apostilla José, cuyo deseo es ver a sus nietos crecer, que son «lo más grande que hay en la vida».
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Carmen del Río-Paciente
Cuando a Carmen del Río le dijeron que la metástasis se le había pasado a los pulmones llamó a sus hijas para pedirles perdón. Ella no tenía culpa de aquello, pero de alguna manera se sentía responsable al pensar que podía faltar algún día. «Lloraba porque pensaba que mi vida nunca volvería a ser la que era», afirma. Esa es su batalla actual, la de seguir aquí, pero a su espalda lleva ya unas cuantas trifulcas.
Fue en enero de 2016 cuando le dijeron que aquel dolor de barriga insoportable era un cáncer de colon con metástasis en el hígado. Acababa de cumplir los 50. La operaron y le dieron quimio durante meses. Llegó a estar 'limpia', pero le volvió a salir en el hígado dos veces más. Después, en los pulmones. En total ha sido intervenida tres veces por el cirujano Karim Muffak y lleva más de 70 ciclos de quimio.
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CARMEN-PACIENTE
«Soy muy positiva y, a pesar de las malísimas noticias, pensaba que la enfermedad se podía parar. Siempre tuve esperanza, pero cuando me dijeron que no podían operarme más fue el día más duro que recuerdo, había luchado tanto que no lo entendía. Lo primero que piensas es que te queda muy poco de vida», admite Carmen, natural de Dílar, a sus 56 años.
Sus semanas se alternan, por lo general, en una mala y una buena. La primera es cuando recibe la quimio, que durante días trae aparejado cansancio extremo, diarreas, dolor en las articulaciones y, lo peor, las llagas. En la semana buena algunos de estos síntomas desaparecen o se alivian y le permiten hacer lo que mejor se le da: comerse el mundo. «Cuando me recompongo salgo a disfrutar de las pequeñas cosas. Planes en familia, un café con amigas, un paseo por el campo. Siempre estoy planificando algo para tener motivación», insiste. Desde hace tiempo su premisa es 'día que pasas llorando es un día perdido', así que intenta que las penas le duren «poquito».
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Carmen acaba de cumplir seis años con cáncer. Durante todo este viaje la ha acompañado Bea, su oncóloga, a la que quiere «con locura» y admira aún más. «Puse mi vida en sus manos y me ha traído hasta aquí. Nunca me ha soltado la mano y no lo va a hacer, creo ciegamente en ella. Es parte de mi familia, igual que el resto del personal del Hospital de Día de Oncología», concluye sin poder aguantar las lágrimas.
Beatriz González- Oncóloga
La oncóloga de la que habla Carmen es Beatriz González Astorga, especializada en tumores digestivos, de cabeza y cuello. La mayor parte de las veces llegan a su consulta sabiendo ya el diagnóstico, e inundados por el miedo. «Hablan poco y preguntan menos. Están expectantes, esperando a que empiece la conversación, pero lo que yo quiero es comprender qué saben y qué desean saber», explica. Y por más años que pasen, nunca se acostumbra a dar malas noticias. «No se te va de la mente cuando las dices», añade.
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Beatriz-oncóloga
El objetivo es siempre la curación total. Cuando no es viable, la meta pasa a ser cronificar la enfermedad: «Con cáncer se puede vivir», asegura. Los pacientes que más tiempo llevan con ella superan los 10 años. Su relación con ellos, inevitablemente, es «muy estrecha». «Acabamos siendo su médico de familia aparte de su oncólogo. Conoces a su entorno, sus cumpleaños, sus deseos de viaje, de futuro. Organizas Navidades, vacaciones de verano, bodas, comuniones, todo», manifiesta. Beatriz hace malabares para encajar tratamientos en medio de todas estas situaciones. Y siempre lo consigue.
A nivel personal, cada día aprende de aquellos a los que trata. Y si tuviera que destacar cuál es la lección principal que ha recibido de ellos, lo tiene claro: «A vivir».
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