La cal, más viva que nunca
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Costumbres ancestrales ·
La sabiduría popular ha encalado las cuevas de Guadix como un poderoso desinfectanteJesús Javier Pérez
Guadix
Martes, 30 de junio 2020
La sabiduría popular y algunas normas de salud pública pintaron de blanco los pueblos del sur de la Península. La cal refrescaba en los meses más duros de la canícula al repeler la radiación solar; se convertía en una capa protectora de los muros, muchas veces construidos con materiales modestos y toscos; impermeabilizaba y era, además, un poderoso desinfectante. El uso higiénico y bactericida atribuido por la tradición y la sabiduría popular a la cal se encuentra refrendado por el estudio 'Efecto bactericida de la cal hidratada en solución acuosa' de Carlos Muñoz, Arturo Collazo y Francisco J. Alvarado publicado en abril de 1995 en el Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana.
La crisis sanitaria de la Covid-19 ha recordado su uso, después de que en las últimas décadas su utilización se haya ido arrinconando ante otro tipo de pinturas usadas para embellecer las fachadas. Pero la cal no sólo fue una cuestión estética y sus poderes higiénicos la hacen estar más viva que nunca.
La Edad Moderna, pródiga en epidemias, popularizó el uso de la cal como desinfectante, por su alta alcalinidad, tanto en las viviendas como en algunos edificios públicos y religiosos. En la época ilustrada y gracias a la legislación impulsada por el rey Carlos III se encaló el interior de numerosas iglesias, lugar de concentración de fieles y de cadáveres, pues éstas eran usadas como enterramiento. Fue una de las cuestiones de salud pública que tan entretenido tuvieron al monarca ilustrado.
La llegada de la primavera, en la mayoría de las casas populares, se conjugaba con el verbo encalar. Con los primeros rayos del sol de la primavera salía, y sigue saliendo, a la puerta de la casa el cubo y las brochas que se empapaban de cal, convenientemente 'apagada' y, en muchos casos, largas pértigas en las que se encajaba la brocha para llegar a las partes más altas de la vivienda y a las que no se llegaba ni con la ayuda de la escalera. Todos los utensilios de la tarea iban añadiendo de encalado en encalado una costra de cal más espesa según se aproximaba al extremo del artilugio.
En la tarea del encalado se afanaba toda la familia y era, dependiendo del tamaño de la casa, una cuestión que podría durar varios días con dedicación casi exclusiva. La tarea comenzaba con el apagado de la cal viva, una operación siempre delicada. La cal viva al ser hidratada alcanzaba altísimas temperaturas. Durante el apagado de la cal había que evitar cualquier tipo de salpicaduras.
Esta operación solía hacerse en espacios al aire libre –patio, jardín o la misma calle– para evitar las emanaciones que desprendía el apagado de la cal. Con todo este proceso se conseguía la pasta de la cal, que era la empleada para pintar.
El encalado en sí era una faena que empleaba a toda la fuerza familiar, aunque eran las mujeres de la casa las que solían llevar la voz cantante, la ingeniería de la operación y la decisión del momento en el que se debía proceder al encalado. La cal se superponía año tras año también en los muros de la vivienda y las capas de cal se podían contar como los anillos de un árbol para calcular su antigüedad. Una vez que terminaba el encalado, los cubos, brochas y algunos restos de la cal quedaban en algún rincón de la casa hasta al año próximo o para un repasito puntual que provocase unas lluvias inesperadas o un desconchón fortuito.
La sabiduría popular solía mezclar el blanco de la cal con azulete, el mismo que se empleaba para resaltar el blanco de la ropa, o con otros tintes de origen natural, como la almagra, para proteger zócalos y otras partes de la casa expuestas al roce o al paso de animales o personas. La decoración cromática quedaba, en todo caso, sometida al arbitrio de la persona encargada de dirigir la operación y que podía transformar lo meramente funcional a lo decorativo.
La cal también ha dejado su huella paisajística en la comarca de Guadix. En los pueblos de la comarca los cerros arcillosos contrastan con el blanco encalado de las fachadas de sus cuevas y construcciones anexas. Si hay una imagen que defina a Guadix, junto a la torre de su catedral, son las blancas chimeneas de sus cuevas emergiendo de la tierra y que a veces adoptan una apariencia casi humana y otras veces la de un fantasma cubierto con su sábana blanca y sus negros ojos.
El salpicado de blanco y ocre se convierte en un juego rítmico que recorre el horizonte de la ciudad. La forma irregular de las fachadas de las cuevas y su encalado le dan a estas la apariencia de pequeños iceberg a la deriva en el desierto. Un parral o un pequeño jardín delantero son la señal que de que no estamos ni en un lugar ni en otro, ni en el Ártico ni en el Sahara. Es un paisaje espectacular, dicen que lunar, pero muy terrenal, mitad obra de la naturaleza y mitad obra del hombre.
La estampa se puede contemplar desde cualquiera de los miradores de la ciudad de Guadix en el cerro de La Bala, cerro de la Magdalena... Estos modernos balcones turísticos reproducen el encalado tradicional como para ser un miembro más de la amplia familia de muros blancos. También complejos turísticos, como Trópolis, que quieren mostrar la cultura de la comarca, el modo de vida y el fenómeno del trogloditismo adoptan el encalado como forma.
Otro uso higiénico sanitario que se daba a la cal era el de desinfectar el agua. Los aljibes se vaciaban primavera, se limpiaban y se blanqueaban para desinfectar. También era común que antes de que estuviese extendido el uso de la depuradora en las piscinas particulares, era común vaciarlas y blanquearlas para desinfectarlas al comienzo del verano. Entre otros usos que se daba a la cal estaba el pintar la base de los árboles para evitar las plagas al ser considerado un potente biocida.
Sin embargo, la cal fue un compañero habitual de la construcción desde hace milenios y fue uno de los ingredientes del opus caementicium, el artífice del milagro constructivo de la expansión de Roma.
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