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Gerardo recoge algunas flores secas de tumbas aleatorias en Guadix. Lo hace con mimo y cuidado. Con fe y dedicación en medio de un silencio ... sepulcral. Después, continua su paseo por el cementerio, casa de muertos para muchos, pero también de algunos vivos, como la congregación de los hermanos Fossores de Guadix.
Su misión principal es velar por el mantenimiento y cuidado de estos entornos, una tarea que fray Hermenegildo ejerce desde hace 58 años y que Gerardo asume desde hace unos días. Además, otros dos novicios se preparan para seguir el mismo procedimiento y convertirse en guardianes del cementerio.
El nerviosismo aún se aprecia en el rostro de fray Gerardo cuando se cumple una semana de sus votos como hermano Fossor. Cuenta que aún trata de asumirlo y que el pasado miércoles marcó, sin duda, un antes y un después en su vida. «Recibí la llamada de Dios», dice acerca de su llegada a la orden que nació en la localidad hace 72 años, donde aún perdura. Su semblante permanece serio y mantiene la mirada fija mientras explica cómo la fe ha guiado siempre su vida. El devenir le ha llevado a hacer votos temporales a sus 50 años con el objetivo de renovarlos de forma permanente dentro de tres.
Pero su función no implica solo limpiar, regar las plantas, quitar las flores secas o barrer las calles del cementerio. Va mucho más allá. Son los encargados de transmitir en la tierra que Cristo resucitó, de acompañar en el momento del enterramiento o de ejecutar la reducción de los restos cuando se quiere enterrar a dos personas juntas.
Lo hacen con sus propias manos, un procedimiento para el que, aseguran, se requiere «fe, valor y respeto». La labor la puede acometer un trabajador sin más, pero no es lo mismo. «Nuestra fe es lo primero que un familiar percibe en un momento tan delicado», detalla fray Hermengildo. Es algo que se siente, que sus autores no alcanzan a expresar con palabras.
Los hermanos Fossores hacen vida en un espacio contiguo al cementerio. Inician su jornada a las 7.00 en punto, tras un tiempo de aseo personal que les hace estar listos para reunirse en la capilla y dar pie a las lecturas. Continuan con oraciones particulares, tiempo de meditación y rezo. Después, celebran una eucaristía diaria en la capilla que tienen dentro de sus instalaciones.
Esto hace que estén preparados para comenzar el mantenimiento de los alrededores. Durante la mañana les informan si habrá algún entierro por la tarde. En caso afirmativo, se encargan de preparar ese punto para que luzca adecuado.
Así discurre su vida día tras día. Año tras año. Ellos mismos se reparten las tareas del hogar. Las salidas del recinto se limitan a cuestiones médicas y otros actos religiosos puntuales. Razón por la que fray Hermenegildo detalla la importancia de que los novicios valoren sus aptitudes para encarar este modo de vida. «La base principal es saber a qué se van a comprometer», afirma. Este compromiso se traduce como la responsabilidad de seguir una organización y alcanzar un encuentro pleno con Dios.
A las espaldas de Hermenegildo y Gerardo, esperan José y Vicente. Ellos son los rostros que dan vida a los novicios que esperan a dar el paso para convertirse en hermanos Fossores.
Este periodo supone un tiempo de preparación, pero no implica una formación académica, sino reflexión y pensamiento sobre aquello a lo que se comprometen.
La fe y la vocación ejercen un papel esencial. También su atuendo, que hace que uno se sienta dentro de El nombre de la rosa. La unión de todo ello es lo que los distingue de un trabajador municipal cualquiera. «Los empleados no entienden por qué hemos elegido este camino», explica fray Hermenegildo al tiempo que añade que «es bueno que no nos comprendan».
Ellos tampoco terminan de saber de donde nace su vocación. Sin embargo, asumen con claridad que es un «misterio». «No me habéis escogido vosotros a mí, yo os he escogido a vosotros. No lo digo yo, lo dice el evangelio», destaca el hermano Fossor.
Vicente, Gerardo y José secundan sus palabras y expresan, según su propia vivencia, cómo ha sido el camino que han seguido para llegar hasta allí. Proceden de Argentina, Colombia y Nicaragua. Pese a sus diferencias, coinciden en haber tenido unas vivencias paralelas que les han llevado a coincidir en Guadix.
Vinculados a la existencia religiosa, llevaban más de una década a la espera de poder dar el paso. Conocieron la existencia de esta orden a través de internet. Su historia y peculiar dedicación les llamó la atención. Lo demás, se cuenta solo.
La congregación nació en Guadix en 1953 y, aunque posteriormente se extendió a Jerez de la Frontera, Huelva, Vitoria y Pamplona, a día de hoy solo permanece en Logroño y la localidad accitana, la casa madre de la orden. Es aquí donde perviven y despiertan la atención de aquellos que desconocen su labor y observan a cada hermano Fossor a su paso por el cementerio.
Ellos se alegran de mantener su presencia en la ciudad, pero reciben con cautela las simpatías acerca de la pervivencia que la incorporación de nuevos miembros pueda tener para la orden. «Solo Dios es conocedor de nuestro futuro», añaden al unísono. Después, emprenden su paseo por las calles del cementerio.
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