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Una pequeña vibración suena en el estudio de Ana mientras ella mira fijamente el brazo sobre el que dibuja desde hace horas. A su espalda, una gran cristalera muestra unas vistas envidiables propias del 'Mirador de Sierra Nevada', como se le conoce en la comarca ... a Diezma, el pueblo en el que nació y se crio y al que volvió a vivir hace tan solo algunos meses para trabajar en lo que realmente le apasiona, la aguja y la tinta en la piel. Sin embargo, sus inicios en el ámbito se produjeron prácticamente por casualidad. El azar hizo que le regalaran una máquina de hacer tatuajes cuando apenas tenía 17 años con la que empezó a practicar con familiares y amigos. «Se me daba bien, o eso me decían», explica entre risas. Nueve años después, sus diseños y trabajos dan fe de ello. La joven acumula miles y miles de seguidores en Instagram, donde expone su talento y, además, es invitada cada año a convenciones por todo el mundo para tatuar.
Al principio, no le prestó demasiada atención a la posibilidad de dedicarse a ello y empezó a estudiar la carrera de Bellas Artes en Granada. «Trabajaba de camarera por las noches para poder pagarme el grado y, por las mañanas, iba a clase, por lo que pensé en tatuar a algunas personas para sacarme un dinero extra y dejar así el mundo de la noche, porque al final no rendía en la universidad», destaca. La razón de poder subsistir le llevó tres años después a tatuar, y lo hizo tan en serio y con tanto éxito que dejó de estudiar para dedicarse por completo a ello. Lo que no era más que un hobby se convirtió en una prometedora carrera que le ha llevado a tatuar con los mejores del mundo y a ser invitada a convenciones internacionales por toda Europa y Estados Unidos.
Sin ningún curso específico de formación, Ana reconoce que la clave de su éxito reside en que «ha sabido moverse» y en haber tenido la oportunidad de trabajar junto a Samuel Rico, uno de los tatuadores españoles más reconocidos a nivel nacional e internacional. «Estar a su lado me hizo aprender prácticamente todo lo que hoy sé», asegura. La observación en lo que él hacía le permitió desarrollar una técnica casi perfecta respecto al realismo que ejecuta, una capacidad que siempre ha ido acompañada de una gran dedicación. «Obviamente, al principio no lo hacía como ahora. No es que me haya tocado una varita mágica y por eso lo hago tan bien. La única forma de conseguir una técnica mejor es dedicarle más horas, además del talento que obviamente debes tener», asegura.
Tras pasar un par de años en Granada, se trasladó a Madrid a trabajar con Rico y desde allí buscó la oportunidad de dar el salto a Estados Unidos, donde el arraigo de la cultura del tatuaje le permitió adquirir un gran prestigio y reconocimiento. «Los comienzos nunca son fáciles. Me fui a la aventura, sin hablar apenas inglés, y allí me presenté en distintos estudios con mis dibujos para conseguir clientes», añade. Acompañada por Steve Soto, uno de los tatuadores más antiguos del mundo, siguió creciendo y mejorando su técnica convencida de que la dedicación y el tiempo que se invierte en un oficio es una parte muy importante del progreso que consigue.
Sin embargo, después de nueve años dando vueltas por todo el mundo, necesitaba volver a casa para estar con su familia y dedicarle tiempo a su hijo de un año, motivo por el que se ha establecido en un pequeño estudio en Diezma, con su gente de toda la vida. «Al final, lo que quería era estar con los míos».
La cercanía que Ana transmite -responde a algunas preguntas sentada en el suelo de su actual estudio- se aprecia también en el trato hacia sus clientes y en la confianza que espera que reciban de ella, un motivo más que le llevó a instalarse un este nuevo local privado en Diezma. «Es algo más íntimo y privado, sobre todo si te vas a hacer el cuerpo entero. La gente lo prefiere y yo también», indica. «Les gusta tener intimidad para atravesar ese momento especial o el cierto nerviosismo que implica tatuarse», destaca.
Esa confianza es la que, precisamente, hace que personas de distintas partes de España o incluso de Estados Unidos o Latinoamérica vengan al municipio de apenas 700 habitantes a que ella los tatúe. «Les da igual esperar meses porque quieren que sea yo. Incluso les gusta venir a un pueblo sencillo y respirar la tranquilidad con la que aquí vivimos», sentencia mientras continúa trabajando con el único sonido de la vibración y algunos pájaros que revolotean en el exterior.
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