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Los negocios, las tiendas, los autónomos no tienen palabras para expresar lo que piensan del cierre que empieza hoy. Unos dicen que es injusto, otros que llega demasiado tarde. Todos tienen inquietudes económicas porque lo que sacan en la tienda es lo que entra en sus casas. Si no abren la persiana, se quedan sin ingresos.
Antonio barre el piso de su tienda en la Avenida de Cervantes. Reparación de Calzado Corral es un espacio amplio atiborrado de herramientas, todo tipo de clavos, calzado, tijeras, cuchillos y enseres. Un batiburrillo que está dentro de la cabeza de Antonio ordenado a la perfección. Trabaja con esmero y la tienda, ayer lunes, era un trasiego de clientas.
Lola saluda y muestra un bolso de correa. Pregunta si podrá arreglarle la cremallera. «Es que no están los tiempos para tirar nada», justifica. Antonio le responde: «Si no, de qué íbamos a vivir de nosotros». Hay buen ambiente pese a que las noticias son aciagas.
«Llevo toda la mañana llamando a mi gestor. Quiero confirmar que mañana (por hoy) los negocios de nuestra clase tenemos que cerrar. Porque en este momento soy un mar de dudas, aunque sí es verdad que la última vez nos cerraron las puertas». Lo dice porque es un buen profesional. Por si acaso, ha dejado listo todos los encargos para poder entregarlos ese mismo lunes, por la mañana o por la tarde.
También por esta razón toma el encargo de la cremallera del bolso de Lola, porque sabe que se lo va a arreglar en un periquete. «Dame tu número de teléfono y te llamo en cuanto esté listo y te pasas a recogerlo cuando quieras. Estaremos abiertos hasta las ocho de la tarde», le instruye.
Antonio, sin embargo, está muy preocupado. «El único sustento que entra en mi casa es el de la tienda», justifica sus temores. La familia se compone de él, su mujer y dos niños. Martina, que suma ya seis añitos y medio; y Antonio, un bebé que ayer justo cumplía un mes de vida.
A Antonio se le cae la baba cuando habla de su Antonio. Por eso quiere despejar dudas y trabajar duro. Pero no le terminan de salir las cuentas. «Aquí en la tienda, en estos momentos, en una semana se pueden facturar cuatrocientos euros. Así que si nos obligan a cerrar mañana (por hoy martes), y durante dos semanas, mis pérdidas serán de mil euros como mínimo», suma el dinero que dejará de entrar en su tienda de reparación de calzado.
Pero la situación hoy es peor que en primavera. Además de que no espera ayuda económica alguna por parte de ninguna administración, para sobrevivir al confinamiento de marzo tuvo que tirar de lo que tenía guardado. «La última vez iban a ser dos semanas y fueron dos meses. Si no hubiéramos tenido ahorros no salimos».
El futuro es sombrío: «Ahora ya nos hemos 'comido' lo poco que se puede tener hoy ahorrado.
La Avenida de Dílar del Zaidín era ayer una arteria bulliciosa de la ciudad de Granada. Todo estaba abierto y la gente llenaba la calle. En una esquina, un escaparate brilla que te brilla. Es la Joyería García y Gálvez. Hay pendientes, collares, gargantillas y anillos. Relojes de muchos tipos y una Juana Mari tras el mostrador que no puede ocultar su enfado por la medida tomada por la Junta de Andalucía.
«¿Te quieres creer que ahora resulta que las floristerías son negocios esenciales y pueden abrir y nosotros no? ¿Qué pasa ahora, que comemos flores?», se pregunta mientras su marido, desde el otro lado del mostrador, asiente con la cabeza. «Él prefiere no hablar, porque está profundamente enfadado. Y si habla, explota», razona Juana Mari.
Cree esta joyera que todo obedece a una sinrazón. «Resulta que cierran unos negocios y otros no. Que hay un confinamiento pero que es voluntario. Tampoco lo entiendo». Así que el cierre obligatorio de su negocio desde hoy martes hasta el próximo 23 de noviembre se lo han tomado de muy mala manera. «Para qué te voy a decir otra cosa. Tenían que haber tomado medidas antes para cortar de forma radical y evitar hacerlo ahora».
¿Por qué les duele tanto ese 'ahora'. Precisamente en estas fechas de noviembre? «Porque es ahora cuando preparamos la campaña de Navidad», explica Juana Mari. Reconoce que noviembre es un mes muy flojo normalmente. Pero es el mes fundamental para preparar la campaña de Navidad para poder hacer una buena caja en diciembre.
«Es cuando decidimos comprar oro, plata y relojes. Pero, tú me dirás para qué voy a comprar ahora nada si luego resulta que tengo que tener cerrado el negocio». Es la incertidumbre. No se atreven a tomar decisiones de compra porque desconocen si estarán abiertos. «Ahora nos cierran dos semanas. Pero nadie nos garantiza que solo sean dos semanas».
Por estas razones, «ya hemos cancelados dos citas que teníamos esta semana con sendos representantes de joyas y relojes». Y, una vez más, la cadena se rompe. La cadena de compra-venta y generación de negocio. Una cadena que no es de oro ni de plata ni de bronce. Una cadena económica que está oxidada. «Fíjate tú que nos han fastidiado la organización de la campaña de Navidad. Y además no llegaremos al 50% de la facturación».
En la misma Avenida de Dílar está Lilian al frente de La Providencia, una tienda de barrio como las de las de toda la vida que vende articulos de mercería, lencería y ropa de bebé. En La Providencia del Zaidín el nombre les sirve para bastante poco, porque con el cierre en ciernes estiman que las pérdidas durante estas dos largas semanas alcanzarán hasta un 70%.
«Aquí, abras o no abras, hay que seguir pagando la basura, la basura industrial -que son 70 euros para tres cajas de cartón que sacamos-, luz, internet, seguros, impuestos...
Dice Lilian que al mes le saca a su mercería para pagar y cubrir gastos. «Y luego vienen los meses buenos, uno de cada tres, que tenemos un pico y con eso vamos complensando». Es decir, un lo comido por lo servido de toda la vida.
Lilian mantiene abierto su negocio porque el local es de sus padres. Así que no tiene que pagar alquiler alguno. Y un local como el suyo en la Avenida de Dílar cuesta unos ochocientos euros al mes. «Y es con esos ochocientos euros con lo que comemos mi marido, en paro desde hace ocho años, y mis dos hijos».
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