«La pandemia nos unió como una gran familia para siempre»
Héroes 2020 | La calle Afán de Ribera ·
Desde sus balcones crearon el vínculo más fuerte para vencer a la pandemia. Cantaron para resistir juntos y juntos han pasado por todos los estados del alma:del primer cumpleaños al velatorio más triste. Son vecinos y, si uno cae, el resto lanza la mano
Salieron a aplaudir y se conocieron. Eran las ocho de la tarde y hasta un minuto antes no se ponían ni cara. El nombre, en el mejor de los casos, era 'vecino'. Por cada palmada, una mirada nueva: la de enfrente, la de abajo, la de arriba... Tenían miedo, pero había algo en aquellas ocho de la tarde que les hacía valientes para siempre. Dejaron de ser extraños que compartían dirección postal, para ser la gran familia de la calle Afán de Ribera.
«Muchos vieron una frivolidad que saliéramos a cantar, pero no lo era. Era nuestra manera de resistir juntos. Y eso nos unido para siempre». Justa, de 48 años, está orgullosa de su calle. Afán de Ribera es el símbolo de tantas y tantas otras calles de Granada que se hicieron fuertes en el confinamiento; de tantas familias que tendieron puentes invisibles desde sus balcones y ventanas para luchar contra la soledad. Lola, de 12 años, sonríe al recordar a sus vecinos cantando el 'Resistiré': «Lo que más me gustaba era que no conocíamos a nadie y de repente nos conocíamos todos. Era muy divertido, nos lo pasábamos muy bien. Lo recuerdo con alegría».
«Muchos vieron una frivolidad que saliéramos a cantar, pero no lo era. Era nuestra manera de resistir juntos. Y eso nos unido para siempre»
Asun confiesa que nunca le gustó demasiado el 'Resistiré' y que ahora, cuando lo escucha, le da un poco de repelús porque no quiere repetir el encierro. «Pero pese a todo –dice– era el aviso para que saliéramos, era la música de la unión. Y, todavía hoy, las ocho de la tarde sigue siendo el momento de encuentro de los vecinos». Ella, que fue la que sacó un gran altavoz a la calle para que las melodías resonaran en Afán de Ribera, aún tiene fresco aquel 14 de marzo: «Salíamos a aplaudir. Luego empezamos a cantar el 'Resistiré'. Y al poco creamos un grupo de whatsapp en el que los vecinos pedíamos canciones que nos hacían ilusión. Por ahí nos fuimos conociendo y hoy aquel grupo lo seguimos usando para compartir lo que nos pasa en el día a día. Nos cuidamos. Cada cosa que ocurre nos enteramos todo el vecindario. Y de marzo a diciembre hemos vivido de todo... Lo hemos compartido todo».
Los de Afán de Ribera sacaron guitarras y flores para celebrar el Día de la Cruz a lo grande y, en el Corpus, bailaron al sol la primera, la segunda y todas las demás. 28 familias de varios edificios y plantas distintas que decoraron la calle sin salir de casa y que terminaron comiendo y brindando juntos en un ferial que saltaba de un salón a otro. «Fue algo especial. Algo impensable». Aquello sentó los cimientos de un corazón que late en sintonía, del cabo que les mantiene a flote en los días buenos y, también, en la mayor de las tristezas.
«Pasamos momentos inolvidables a las ocho de la tarde», dice Juan, de 72 años. ««La pandemia nos unió como una gran familia para siempre, con una gran amistad y mucho cariño», sigue, con la voz cada vez más quebrada. Juan aprieta los puños, sostiene las lágrimas y pide perdón, pero no quiere quedarse con esto dentro: «Después de aquellos días nos vino una tragedia que rompió la vida que nos queda a mi mujer y a mí para siempre. Mi hijo pequeño, de 43 años, murió por un derrame cerebral. Nos tiene rotos el corazón a toda la familia... A su mujer, que entonces estaba embarazada de siete meses, y dos hijos de cuatro y dos años...». A su alrededor, los vecinos de Afán de Ribera se estrujan por dentro y le abren los brazos: «No pidas perdón, hombre. Suelta lo que te haga falta», le dicen con dulzura. Juan recupera el aliento y, llevándose una mano al pecho, añade: «Toda la calle lo ha sentido. Todos los vecinos que salían a aplaudir, todos lo han sentido. Todos lo están sufriendo como nosotros. Todo están pasando el dolor nuestro».
«Todos los vecinos que salían a aplaudir, todos lo han sentido. Todos lo están sufriendo como nosotros. Todo están pasando el dolor nuestro»
María Ramona, de 90 años, sigue siendo la que mejor viste de la calle. Y María Angustias cocina gloria bendita. Susana tiene una habilidad innata para decorar y a Justa le encanta fotografiar la memoria de la calle. Teresa pasea con su madre del brazo y Emilia disfruta con el ingenio de su nieta, Lola. Cuando Rafael saca a Sol, su perro, todos reconocen sus ladridos y se acercan para acariciarle el lomo. Y Mariano, Paqui, Rosa... Veintiocho familias con sus veintiocho puertas y sus tropecientas maneras de asomarse a la ventana. Porque la calle Afán de Ribera es una forma de vivir. Y la vida es todo: cantar, resistir y llorar. Que ellos, que todos ellos, se abracen a Juan y María Angustias, que sepan lo que sienten y que puedan empatizar con ellos, es fruto de la semilla que plantaron a las ocho de la tarde. Nada les es ajeno. Todo cuenta y todo es propio. De la pérdida más dolorosa al llanto más hermoso del mundo: «Pepe y Elena –dice Susana– han sido padres de Matías, el último bebé de la calle. Nuestra última alegría». Ya ven, la vida entera.
«Pepe y Elena han sido padres de Matías, el último bebé de la calle. Nuestra última alegría»
Ya no salen a aplaudir y esperan no tener que hacerlo más. Cuando se asoman al balcón no ven al de enfrente, al de arriba o al de abajo. Ven nombres propios. Ahora esperan que llegue el día en que puedan cumplir la promesa que se hicieron de un balcón a otro: «Una paella. Voy a cocinar una gran paella para todos, en cuanto podamos –termina Juan, emocionado al cruzar la mirada con sus vecinos–. Una paella para juntarnos más».
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