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Esta ciudad que ha sido pionera en el asunto de las tapas gratis con la bebida tuvo un pasado borrascoso en ese aspecto. Cuando mi padre me llevaba de bares, sentándome en la barra para tomarme un 'follasa' que me abriera las ganas de comer, había una frase preferida en algunos camareros, cuando haciendo gala de una colosal malafondinga, algún cliente no avezado osaba pedirle unas patatillas o unos manises de tapa. La respuesta era lapidaria: ¡El que quiera comer, que se vaya a su casa. Aquí se viene a beber, como los hombres machos! Quedando el interfecto 'abucherado', sonrojado, mientras el resto de los parroquianos, beodos acreditados con carnet, reían a carcajadas para avergonzarlo aún más. La crueldad social para con aquellos que se atrevían a pedir algo sólido que acompañara a la bebida era de una saña inusitada, pues enseguida te tildaban de blandengue o maricón sin cortarse un pelo.
Afortunadamente, hoy los tiempos han cambiado y Granada no solo es ya conocida por la riqueza y variedad de sus tapas, sino que ha irradiado a provincias limítrofes esta costumbre de tapa gratis que tuvo a sus propagadores más entusiastas en todos aquellos estudiantes universitarios, de Málaga, Jaén, Almería, Córdoba y otras ciudades que carecían de Universidad, y que obligatoriamente tuvieron que cursar sus estudios superiores en la ciudad de la Alhambra, cuyos bodegueros, para atraerlos como clientes, comenzaron a poner jugosas tapas para acompañar las consumiciones y fidelizar a una clientela que, cortita de 'jandones', tuvo la oportunidad de comer a mediodía, consumiendo dos o tres cañas con sus tapas gratis correspondientes. Así nació la tapa gratis en Granada, que estos chicos y chicas reclamaban en su tierra cuando volvían de estudiar en la nuestra.
De los primeros bares que a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta del siglo pasado comenzaron a ponerle algo sólido al cliente junto a la bebida y con carácter de gratuidad fueron, entre otros, 'Los altramuces', en el Campo del Príncipe, ofreciendo a su distinguida clientela, junto al chato de vino o la caña de cerveza una conchita de 'chochitos de vieja', que era como la chiquillería llamábamos a los altramuces. En las bodegas de Espadafor, un puñadito de manises. En las de Lindaraja, cinco o seis cacahuetes, y en las tres emes (MMM) de Manuel Muñoz Moya, platito de garbanzos tostados. Se trataba, sobre todo, de que lo ofrecido gratis al cliente fuera salado o encurtido para que le diera más sed y así continuara pidiendo más consumiciones.
De hecho, eran famosas las tapas de aceitunas aliñadas de 'El Lara', en la placeta de San Miguel Bajo, o cualquier tipo de verdura en vinagre en Casa Julio, en la Cuesta de la Alhacaba, desde cebollas a 'picuíllos', coliflor o zanahoria. En la derribada Sabanilla, el bueno de Antonio, ante un buen vino costa, te añadía dos o tres alcaparras en vinagre de excelente paladar. En los dos kioscos de madera de Las Titas, junto a la jarra de sangría te añadían unas patatas fritas, compradas en la churrería de Pepe en la calle de la Colcha, de muy acreditada categoría.
Avanzando por los años sesenta de los yeyés, hasta los setenta con pantalones de campana, los granadinos peregrinábamos por bares que competían por ofrecer algo distinto que los diferenciara de los demás para fidelizar a la clientela y hubo muchos que acertaron. Recuerdo las colas hasta llegar a la barra en la albaicinera placeta del Aliatar, donde el bueno de Manolo te servía de tapa una concha de caracoles picantitos para chuparse los dedos, hasta el punto de que su competidor, al fondo de la plaza, El Pañero, tuvo que cambiar la receta de los caracoles para ofrecer otra variedad en el condimento, a base de almendra y otra salsa, con el fin de no perder clientela. De otro aliño muy distinto, disfrutábamos en La Patrona, junto a la bodega de los hermanos Granados, donde olíamos a tomillo y mejorana. Aunque si solo te apetecía el caldo de los caracoles, te ibas a bodegas Navarro, en la calle de Elvira, y el bueno de Paco te daba una tacita caliente que resucitaba a los muertos. No había que perderse la tapa de callos en Los Pinetes, de la calle Boteros, ni la de 'cupidos' –consistente en rodajas de corazón de pollo, ensartadas en un mondadientes y cocinadas al estilo pinchito moruno– en el bar La Oficina, de la calle Bodegones. Estábamos en los setenta y Granada ya competía al máximo nivel de tapas gratis por su calidad y originalidad. Eran los años en los que hacía furor tomarte una rodaja de salchicha o queso de cerdo, en el bar tienda de La Cueva, en calle Monterería, y de camino te llevabas la grasa de cerdo para conservar las botas camperas. O relamerte con la ensaladilla rusa de las Bodegas San Luis, de la calle Sarabia, junto a las taquillas del Granada club de fútbol.
Granada entra en el pórtico de la gloria de la tapa gratis cuando en el San Remo de Puente de Castañeda te ofrecen una original de patatas fritas en rodajas con tomate y te dan la oportunidad de chotearte de un panoli cuando le pides 'La especial', que pica para morirse. Y por fin, llegas a la placeta de Cuchilleros, a La Trastienda, y Fernando Miranda te ofrece con la bebida una tapa de jamón que sabe a gloria. Llegados a ese momento histórico, Granada se adelantó a sus provincias hermanas y fue también pionera en organizar la primera Feria de la Tapa, como queda reflejado en la foto, donde cuatro periodistas de la tierra dan fe de ello.
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