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Barbara Dührkop y Richard Casas Fischer comparten, por primera vez, mirándose a los ojos, algunos de los momentos más íntimos de una vida rota por ... el terrorismo. Los Comandos Autónomos Anticapitalistas, grupo escindido de ETA, asesinaron a su marido y padre, el senador socialista Enrique Casas. Era natural de Guadix (Granada), tenía 40 años y cuatro hijos, Richard, de 17 años, Daniel de 4, Cristina de 3 y Andreas de 8 meses. Cuatro décadas después del 23 de febrero de 1984, sentados en el salón de la misma casa de San Sebastián donde ocurrió el atentado, Richard, hoy médico de profesión y pianista, relata lo que sintió aquellos primeros años: «Te entra miedo. Además el terrorismo se basa en eso. Tú vas por San Sebastián y piensas que hay gente que mata a gente. Este miedo lo he sentido mucho tiempo». Su viuda, europarlamentaria socialista 22 años, lo recuerda como si fuese ayer: «Sobre todo, el horror de ver a Enrique tumbado boca abajo y con la espalda llena de balazos. Y gritar: '¿Respira o no respira?'. No es que me cause trauma ahora, pero no se me borra».
Era jueves de campaña electoral de las autonómicas. Casas encabezaba la lista por Gipuzkoa y estaba a punto de salir a un acto electoral en Altza. A las 15.45, dos terroristas, disfrazados con mono de trabajo, llamaron al timbre del domicilio familiar, en el número 12 del Paseo de la Alondra (hoy Bera Bera), donde estaban Richard estudiando en su habitación, y el pequeño Andreas atendido por su niñera. Casas miró por la mirilla y un presunto operario le pedía que retirara su vehículo para abrir una zanja. No sospechó, giró la llave y abrió. Uno de los terroristas le disparó dos tiros, uno en la cara y otro en el cuello, que le atravesó la yugular. Retrocedió por el pasillo mientras el pistolero le descerrajó hasta trece disparos más por la espalda. Cayó desplomado en el dormitorio.
–Han pasado cuatro décadas y nada más empezar esta charla se percibe en sus miradas y en sus palabras que Enrique sigue igual de presente. ¿Cómo recuerdan a su padre, a su marido?
–Richard Casas: Era muy tranquilo, tenía un aura que irradiaba mucha serenidad. Siempre escuchaba. Había mucha complicidad silenciosa. Para mí era siempre un polo de seguridad, de referencia.
–Barbara Dührkop: Yo le conocí en Alemania. La primera vez que salimos no paraba de contar chistes. Enlazaba uno con otro.
–Su inquietud por la política le llevó a entrar en el Partido Socialista. ¿Cómo entendieron ese paso?
–Richard: Yo no tenía conciencia de su peso político, ni público. Para mí era un padre, sin más. Sabía que se dedicaba a la política, me parecía una cosa exótica, pero tampoco sabía muy bien lo que era. Tampoco me interesaba especialmente. Yo estaba con mis cosas, mis estudios, el deporte, tocaba el piano a todas horas...
–Richard: Ahí tomé más conciencia. Pensé: '¿Pero qué es esto? ¿Cuánta gente viene aquí?'. Llegaron de todos los rincones, de todos los partidos, el presidente del Gobierno y el vicepresidente...
-Barbara: Yo sí sabía de su interés por la política porque cuando le conocí había estado en Rusia porque quería conocer aquel sistema político, pero dijo que no era lo que pensaba para su país. Después estuvo conmigo en Suecia y convino que eso sí era lo que quería para España. Cuando asistió al famoso mitin de Felipe González en Eibar, en 1976, fue cuando ya decidió entrar en el Partido Socialista. Para mí como pareja con tres niños pequeños y un adolescente no era fácil la vida con un político. Tampoco para Richard, que al principio no hablaba ni el idioma. Encima tenía que convivir con tres hermanos pequeños que lloraban...
–Richard: Me encantaba. Me daban mucho equilibrio mis hermanos. Eran mis peluches. Mi padre era como un añadido que de vez en cuando venía, estaba siempre trabajando. La que llevaba la organización de la casa, la dinámica, todo, era Barbara. Además mi padre me decía: 'Tu haz lo que diga Barbara. Y ya está'. Eso sí, como padre era un encanto, muy cariñoso, muy familiar.
–¿Era querido entre sus amigos y compañeros del partido?
–Richard: Sí. Algunas veces iba con él a la casa del pueblo o me llevaba a alguna comida y estaban Txiki, Matu, Ramón Jáuregui... A esta casa venían muchas veces, también los Múgica. Notaba que mi padre era muy querido o al menos era una figura alrededor de la cual la gente estaba muy bien. Y a mí también me querían mucho. Con Txiki (Benegas) jugábamos a pala. Él era buenísimo, ¡Tenía una fuerza...! Me acuerdo de algunos partidos con Txiki, mi padre y yo...
–¿Recuerdan su última conversación con Enrique?
–Barbara: Estuvimos comiendo juntos, como cualquier familia.
–Richard: Sí. Era un día normal...
–Barbara: Y dije que no íbamos a ir al cole porque llovía a mares, pero los niños insistieron en ir.
–Se marcharon al Colegio Alemán y sonó el timbre en casa.
–Richard: Yo acababa de cerrar la tapa del piano y estaba en mi cuarto estudiando, abrieron la puerta y ya empezaron los disparos y los gritos... Por instinto, por protegerme salí a la terraza y cuando acabó el tiroteo me metí a casa. Había mucho humo de la pólvora y tenía mucho pitido en los oídos del ruido de los disparos. No quise verle, ya sabía lo que había pasado... Por lógica era imposible que hubiera sobrevivido. Me fui al hall donde estaba Celina, la chica que estaba con Andreas, la pobre temblaba. Enseguida vino la tía María Jesús (vivía arriba) y ya empezó la vorágine... Me acuerdo que viniste tú con esperanza de que estuviese vivo. Te metiste ahí...
–Barbara: Yo te preguntaba, ¿donde está papá? ¿dónde está papá? Y tú estabas dando patadas a la pared y me dijiste: 'No vayas, no vayas, no vayas...'.
–Richard: Porque no quería que lo vieras así. Porque el recuerdo de una cosa así creo que es peor. Yo solo vi una silueta tumbada en el dormitorio, boca abajo.
–¿Y a los asesinos?
–Richard: Vi desde mi cuarto una cosa que salió y dio un portazo.
–Barbara: María Jesús oyó los disparos, bajó y vio a una persona que resultó ser el asesino, salir tranquilamente. Fue cuando llamó al Colegio Alemán para avisar de que algo había pasado. Allí me enteré. Yo recuerdo ese día como si fuese ayer. Sobre todo el horror de verle acribillado en el suelo y decir: '¿Respira o no respira?'. Un juez me dijo tiempo después si quería ver las fotografías del caso, le dije que la foto la tenía yo en mi memoria. La imagen de Enrique tumbado boca abajo y con la espalda llena de balazos no te la quita nadie, no es que me cause trauma ahora, pero no se me borra.
–Ahí entran en shock...
–Richard: Sí, pero sabía lo que había pasado. Un atentado. Le ha tocado a mi padre. Porque yo sí tenía conciencia de que había atentados, tenía escolta... Sabía que había cierto peligro, pero no se respiraba en la familia. Mi padre no hablaba de política en casa.
–Barbara: Enrique y yo decíamos que con miedo no se puede vivir. Me decía: 'Parienta, no se van a atrever'. Le mataron y pensé: 'Ha pasado lo que creíamos que era imposible. Se han atrevido, se han atrevido...'.
–En la casa quedaron las huellas visibles de la escena del asesinato. ¿Quién se ocupó?
–Barbara: El gobernador civil mandó a la Policía Nacional. Había balas en las puertas, sangre en la moqueta y por todos lados... Un desastre. Vinieron rápido y lo dejaron como si no hubiera pasado nada. Se llevaron las puertas del armario, pusieron una moqueta nueva...
–¿Precisaron ayuda psicológica?
–Barbara: No pensamos en ayuda.
–Richard: Nada de nada. Había que tirar para adelante. Yo vi que el día a día no se frenaba. Mis hermanos pequeños tenían que salir adelante, Barbara tenía que seguir con su vida, yo con la mía, la selectividad, ir a Alemania... Otra cosa es el trauma psicológico, cómo digieres una cosa así, es algo muy individual.
–¿Hablaban de lo que sentían?
–Richard: Poco, poco. Éramos muy conscientes de dónde estaba el otro, qué capacidad tenía y nos entendíamos sin hablar. Yo sabía que ella tenía que salir adelante. Dentro de su fragilidad, yo la veía fuerte. No me quería ni imaginar sus horas solitarias porque es una cosa que no se puede ni pensar.
–Barbara: Cuando mis hijos dormían me ponía los discos que escuchaba con Enrique y lloraba como una Magdalena. Pero lo peor era la mañana cuando miraba por la ventana y decía: '¿Por qué no se ha parado todo? Y la realidad te hablaba diciendo: 'No te hagas ilusiones porque no va a volver'. La ausencia no se quita nunca, es una condena de por vida, pero no tienes más remedio que seguir adelante y la verdad ha sido gracias a mis cuatro hijos tan fantásticos. Verlos juntos es una delicia.
–Richard ha relatado en el libro que ha publicado con Francisco Uzcanga, 'Eso que llamabas paraíso', que sentía «miedo». ¿Nunca se lo había contado a Barbara?
–Richard: Claro, te entra miedo. Además el terrorismo se basa en el miedo. Tú vas por San Sebastián y piensas que hay gente que mata a gente. Este miedo lo he sentido durante mucho tiempo.
–Barbara: ¿Era miedo de que te pasara algo a ti?
–Richard: Sí, no lo sé. Sí. Salía con unos amigos y volvía muchas veces a casa andando por la cuesta de Aldapeta y al llegar al barrio tenía miedo. Es una cosa como irracional completamente, no lo puedo explicar racionalmente.
–¿Temía que hubiera terroristas vigilando?
–Richard: Sí, pero era una cosa instintiva porque no había una razón. Hombre podía haber pensado: 'Ahora van a por el siguiente, a por Barbara, que también seguía en la política o a por el tío'. Y de hecho hubo algún amago de amenazas. Tenía a veces ganas de irme, de verdad. No me apetecía estar en un sitio donde ha habido cosas criminales.
-¿Hablan de la experiencia de los encuentros restaurativos?
-Barbara: Os he contado que estoy en la Universidad con otras víctimas y victimarios. Entre ellos he estado con el que ordenó matar a tu padre. Llevaba escrito un papel en el que pedía perdón. Y yo le dije: '¿Cómo te voy a perdonar si has matado a un padre y has dejado cuatro hijos huérfanos? El perdón se lo tienes que pedir a Enrique, no a mí. ¿Tienen los etarras derecho a una segunda oportunidad? Si, pero nunca seré su amiga.
-¿Se animaría a hacer algo así?
-Richard: No me interesa. Reconozco el mérito de las personas que lo hacen, incluso puedo reconocer la necesidad de hacerlo. Sé que es muy valioso y creo que es muy importante hacer una labor preventiva porque solamente a través de la educación y de la prevención se pueden crear estructuras y muros que impidan que se pueda filtrar el terror que hemos vivido. Yo no tengo mucho interés, me gusta más cultivar otras cosas.
-¿Está pensando en el piano?
-Richard: Sí. Un amigo, Jacobo Bergareche, me hizo una dedicatoria genial en la presentación de su libro 'Las despedidas'. Escribió: «La música, el mejor nepente. Abrazo». Nepente era «la bebida que los dioses usaban para curarse heridas o dolores, que además producía olvido...». Y sí, la música es el nepente, cura las heridas y ayuda al olvido. Soy muy partidario del olvido, pero no perdono.
-Barbara: Pero yo creo que el recuerdo es importante. Yo no puedo olvidar porque forma parte del bagaje que tienes en tu vida.
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