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El hotel Alhambra

Artículo de Juan Bustos publicado en IDEAL 21/12/1998

Juan Bustos

Miércoles, 25 de octubre 2017, 00:43

Desde sus primeros viajes al extranjero, a comienzos de este siglo, el rey Alfonso XIII se dio cuenta claramente de que su país estaba muy atrasado en numerosos aspectos. Por ejemplo, entre otras muchas cosas, en su red hotelera, impropia de una nación con tan grandes atractivos turísticos. España tenía fondas, mesones, casas de huéspedes y hasta unos pocos hoteles decorosos, pero ni siquiera Madrid podía ofrecer las comodidades de un hotel de lujo, con los refinamientos que exigía la gente rica que entonces viajaba. El verdadero alcance de estas limitaciones se puso de relieve cuando se supo la boda del monarca con la princesa Victoria Eugenia de la Casa Real inglesa. No era imaginable hospedar la colección de reyes, príncipes y jefes de Estado que se esperaba, en hoteles sin cuartos de baño suficientes, sin ascensores, sin cocineros de fama y sin otros servicios parecidos. Esta fue la razón por la que el propio rey Alfonso estimuló la construcción de los hoteles Ritz y Palace madrileños, que pudieron abrir sus puertas con el tiempo justo para acoger visitantes tan distinguidos.

Cabe presumir que el duque de San Pedro de Galatino, amigo de Alfonso XIII como lo era, se sintiera contagiado del ejemplo regio y añadiera a sus ambiciosas empresas granadinas el proyecto de construcción del que luego sería suntuoso Alhambra Palace Hotel, como se llamó primeramente. Granada tenía entonces pocos hoteles y ninguno tan elegante, rico y confortable como iba a ser éste. El Real Hotel Washington Irving, El Navío, el Victoriano Fuentes, el Suizo, el Gran Hotel Victoria. El Alhambra los iba a mejorar a todos. El paraje escogido para levantarlo era el conocido con el nombre de Peña Partida. Allí compró el duque hasta una docena de propiedades, las necesarias para la enorme planta del gran hotel con que el duque soñaba.

Pintoresco edificio

El edificio hotelero -«el mejor y de más admirable situación topográfica de Granada y único en su clase con vistas a la Vega y Sierra Nevada», como destacaban sus primeros anuncios-, se ha incorporado plenamente desde hace tiempo al semblante urbano de la ciudad, aunque no deja de ser un visible «pastiche» arabizante, como lo eran también entonces la casa de «a Tortajada», en la plaza de Mariana Pineda, y las callecitas y fachadas de la reconstruida Alcaicería. Lo más curioso del Alhambra es que su arquitectura no sólo toma como referencia la cercana del monumento nazarí, sino que los torreones que enmarcan su puerta principal recuerdan los de las murallas de Avila y su torre poligonal del extremo se da cierto aire a la Torre del Oro sevillana.

El hotel constaba de dos subsuelos y cuatro pisos culminados por azoteas almenadas. Alcanzaba los 50 metros de altura. Su armazón era de hierro y su capacidad inicial de 220 viajeros. Los constructores no pudieron pensar que, muchos años después, la llegada de un huésped de altísimo rango y dimensiones físicas descomunales, el canciller alemán Helmut Köhl, que vino a Granada a una cumbre de jefes de Gobierno reciente, obligaría a ensanchar determinadas puertas de habitaciones. El arquitecto inglés Lowel y el arquitecto conservador de la Alhambra entre 1907 y 1923, Modesto Cendoya, dejaron sus nombres vinculados a la ejecución de este exótico edificio, cuyo enorme volumen y fuertes contrastes no dejan de resultar curiosos, sobre todo vistos desde el Campo del Príncipe, dominando el bello balcón de la privilegiada colina de la Antequeruela.

El duque no escatimó gastos. Se trajo de Francia un cocinero de prestigio, que justificaba los precios de las comidas: 5 pesetas el almuerzo, 7 pesetas la cena. El hotel tenía casino, teatro y cine. Precisamente para que los socios del casino pudieran volver a la ciudad sin problemas, el duque consiguió de la Compañía de Tranvías que el de cremallera que subía por la Cuesta del Caidero prolongara sus horas de trayecto hasta la madrugada. Los precios para las invitaciones a la inauguración fueron de 3 pesetas.

El 31 de diciembre de 1909 Alfonso XIII vino para honrar la inauguración del hotel de su amigo, el duque de San Pedro de Galatino. El domingo 19 de diciembre, sin comunicar oficialmente la visita real, el periódico granadino La Publicidad publicaba esta noticia: «El Gobierno ha indicado al ramo de Obras Públicas la conveniencia de proceder sin demora a reparar el tramo de la carretera de Santa Fe, entre Granada y Láchar». No era preciso añadir nada más para deducir la causa de tal urgencia. «El gobernador civil -subrayaba el periódico- ha pedido al Gobierno que se le envíen 15.000 pesetas para acometer tales trabajos». El 28 de diciembre ya se comunicaba el programa de Alfonso XIII en Granada. Llegaría en tren y, por el Triunfo, Gran Vía, Reyes Católicos, Puerta Real, Carrera, Salón y Cuesta de Escoriaza, iría hasta el Campo del Príncipe para visitar a los soldados heridos en la guerra de Marruecos, que convalecían en el Hospital Real. Después, regresando por el mismo itinerario, el monarca subiría al Alhambra Palace Hotel, donde quedaría hospedado. Al día siguiente, primero de enero, una vez inaugurado el hotel con el rey como invitado de honor, don Alfonso seguiría a Láchar para tomar parte en una cacería en la finca del duque. El alcalde de Granada, Felipe la Chica, había recibido instrucciones para alojar a 200 guardias civiles de a pie y 50 de a caballo, encargados de la seguridad del monarca. El alcalde, con la prontitud exigida, les había buscado hospedaje en el callejón del Tintín, y en las posadas del Sol y de San Juan de Dios. Todo se cumplió con brillantez -Alfonso XIII estaba en su mejor momento de popularidad- y el rey y el duque, una vez inaugurado el hotel, se fueron a Láchar. Pero la carretera no se había podido arreglar, porque el Gobierno -según denunciada La Publicidad- no había enviado las 15.000 pesetas que costaban las obras.

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