Comienza el trabajo de campo de la auditoría externa que ha contratado Endesa a petición de la Junta para analizar sus instalaciones en Norte. Son veinte días para revisar 18 transformadores y sus circuitos
Sergio González Hueso
Granada
Domingo, 8 de diciembre 2019, 01:47
Una mujer comienza a elevar la voz. Son las 10.40 horas de una mañana de diciembre. Viste una bata rosa, a juego con las zapatillas de estar por casa que lleva y que pisan ya la calle Bermúdez de Pedraza. Sigue a la comitiva por la perpendicular Soto de Rojas, en los confines de un barrio de Cartuja que hoy registra más movimiento del que es habitual. La mujer está enfadada y agita una pequeña hoja de papel en la que tiene apuntada una lista con series numéricas.
«Son las incidencias de Endesa cada vez que se me va la luz», dice delante de dos contenedores color metálico. Tienen las tapas arrancadas y basura alrededor. Un gallo cacarea y desde una ventana se ve a un señor mirando lo que acontece sin hacer ningún gesto. Las voces de la señora comienzan a calentar la atmósfera pese a los seis grados de temperatura que marca hoy el termómetro. En las esquinas hay apostados agentes de Policía Local, y en una arqueta de la calle, técnicos de una subcontrata de la compañía eléctrica. Todos acompañan a Juan, de Applus, la empresa multinacional con sede en Madrid que ha sido contratada por Endesa para elaborar la auditoría externa que medirá la calidad de las instalaciones que la mercantil suministradora de la luz tiene en la zona Norte de Granada.
En ese lugar en el que las condiciones de vida están puestas en cuestión como consecuencia de los continuos cortes que se producen en la red eléctrica. Una «pesadilla» para unos vecinos entre los que se encuentran 109 electrodependientes. O lo que es lo mismo, ciudadanos que no pueden vivir –de manera literal– si no tienen luz en casa. Un problema que ha traspasado las fronteras granadinas por el eco de la voz de un vecindario que lleva años haciendo ruido para que alguien les diga qué está pasando para que la luz les dé la espalda.
Y ahí está Juan para explicarlo. Porta una carpeta y una tablet. Se protege del frío con una braga y de paso se cubre la cara para que nadie le identifique. Minutos antes de que una mujer vestida de rosa le estuviera gritando a escasos metros, visa el transformador que Endesa tiene en la calle Rey Ben Zir. Son poco más de las 9.30 horas y la cosa está tranquila. Este es uno de los 18 centros de distribución que tiene que analizar su empresa. De ellos, once son los que la eléctrica denomina «problemáticos». O lo que es lo mismo, aquellos que generan el mayor número de incidencias. Estefanía es de Endesa, acompaña al trabajador de la empresa Applus porque está obligada a hacerlo. Él necesita hacer uso de las instalaciones para analizar su calidad de manera independiente, pero ella tiene las llaves y además los detalles.
Aún así el que manda hoy es Juan. Y lo hará durante los próximos 20 días, que es a priori el tiempo por el que se prolongará el trabajo a pie de calle que toca hacer una vez que ya ha culminado el «de oficina», como él lo llama. Según cuenta, no cree que haya habido precedentes en España. Al menos no los conoce. Lo que hará hasta el mes de enero o febrero –que es cuando se estima que Applus presente las conclusiones de la auditoría– es analizar las redes de la compañía en un determinado barrio desde el centro de distribución de energía hasta las mismas puertas de las casas.
Fue en el mes de octubre cuando se movió un poco todo. Hartos del problema de los cortes, tanto el Defensor de la Ciudadanía de Granada, Manuel Martín, como el cura de La Paz, Mario Picazo, se encerraron simbólicamente en la parroquia durante una semana. Su acción tuvo un eco mediático sin parangón, lo que contribuyó a que las administraciones dirigieran el foco de sus prioridades hacia la zona Norte. En mitad de este clima, el pasado 9 de octubre la Junta de Andalucía se desmarcó del resto de instituciones y a través de un comunicado le exigió a Endesa que sometiera a sus instalaciones a un análisis concienzudo hecho por una empresa independiente. Una decisión que ha sido puesta en valor por el Defensor del Pueblo Andaluz.
El objetivo no era otro que plantear un diagnóstico de la situ ación. Y al fin y al cabo delimitar culpas a través de dar respuesta a preguntas como por qué hay tantos cortes de la luz o si es verdad que las instalaciones de Endesa están sobredimensionadas en este barrio, tal y como siempre ha defendido la mercantil. Que ve como una oportunidad este análisis independiente. Creen que se demostrará que tienen razón; que Endesa es también parte perjudicada en toda esta triste historia.
De ahí que Juan esté pisando ahora unas fichas de póquer que hay tiradas en el suelo de la calle. La primera recogida de datos sobre el terreno comienza con mediciones en Rey Ben Zir, que entran dentro de la normalidad. Es pronto y no hay aún curiosos. Él es inspector eléctrico. Una vez que Endesa ha facilitado los datos de centros de transformación, clientes o de potencia instalada y contratada, revisa 'in situ' junto a dos técnicos de una subcontrata de Endesa las redes de difusión de baja tensión que abastece a las hogares.
Son varias las cuestiones que tiene que tener en cuenta en su análisis. Las enumera para IDEAL:«El estado de conservación del cableado, la carga de los circuitos (depende en parte de los tipos de conducciones puestas o de cómo se encuentran los fusibles), las protecciones instaladas o la calidad de los contadores». El inspector explica que un cable bien puesto «dura toda la vida», por lo que si todos cumplen con los estándares de calidad no es normal que fallen. Y en esta zona lo hacen mucho, donde no es excepcional que se produzcan episodios como pequeños incendios o 'apagones', por desgracia muy comunes en algunas partes de la zona Norte. Ocurre sobre todo en los barrios de Parque Nueva Granada, Almanjáyar, La Paz o Cartuja, cuyos centros de transformación forman parte del eje vertebral de la auditoría de Applus.
Son once y entre todos abastecen a 2.224 clientes, según los datos que ha facilitado Endesa. Esta cifra hace referencia a las familias que tienen contrato; que pagan la factura. Y en virtud del número, se decide la potencia que se le otorga a cada uno de los transformadores. Lo normal es que esta sea siempre inferior al volumen de energía 'contratada', y así es porque se calcula a tenor de un coeficiente aritmético que tiene en cuenta el uso que se hace del suministro eléctrico. Es decir, se entiende que los domicilios a los que se abastecen no consumirán el máximo de la energía disponible en todo momento y ni mucho menos al mismo tiempo que el vecino.
Es por eso que lo corriente, nunca mejor dicho, es que la potencia instalada sea normalmente menor o similar a la contratada. El problema es que, salvo en dos, en el resto de centros de transformación de estos barrios estas cifras están invertidas. Y en algunos el desfase es brutal. Endesa calcula que en estos lugares se alcanza un porcentaje de fraude en torno al 80%, una tasa que a Juan le importa poco. Él no está pisando este área de Granada para darle la razón a la empresa suministradora de la luz sino para visar la calidad de sus instalaciones con toda la neutralidad posible. Una vez que su empresa concluya la auditoría, tendrá que presentar además de un diagnóstico real de lo que pasa, un plan de medidas de acción para acabar con este problema poliédrico.
Los vampiros del 'hotel luz'
Son las 10.15 de la mañana. El auditor de Applus llega junto a la comitiva al siguiente punto del mapa dispuesto en el 'planning'. En una de las zonas en las que más 'apagones' hay. El germen del problema se encuentra en el transformador de la calle Bermúdez de Pedraza y en sus circuitos. Su imagen nada tiene que ver con el que acaba de visitar en Rey Ben Zir. Lo primero que salta a la vista es que la caseta de obra donde se encuentra el centro de distribución presenta restos de haber sufrido un incendio. Además, alguien ha abierto un agujero en la fachada de la caseta y ha sacado una línea de cables que cruzan hasta la acera de enfrente. Pero nada tiene que ver con un 'enganche' ilegal, es simplemente un parche improvisado por la compañía eléctrica para poder abastecer a ese lado de la calle.
Estefanía explica que bajo tierra ya no hay manera de meter conducciones porque está todo quemado. De ahí esa solución tan poco ortodoxa. Mientras un perro se sienta a mirar y una mujer friega en pijama su portal, los técnicos de la subcontrata de Endesa abren una arqueta de la calle y acercan el termógrafo [aparato que mide los cambios de temperatura] a los cables. «Este de aquí está a 38,9 grados», señala uno de ellos. Esa temperatura 'canta' que existe una actividad por encima de lo normal. Además, el cable en cuestión ha perdido prácticamente su protección, lo que tampoco es buena señal. Pero el auditor no puede sacar conclusiones aún. Se mide la fuente de energía y después el sitio de destino. Si no casan, algo se está perdiendo por el camino. Ora por un uso indebido del suministro eléctrico, ora por problemas en las instalaciones.
Ahora toca hacer el mismo recorrido que hace el cable. El paseo se realiza en un paisaje de miradas hostiles. Cada vez hay más gente en la calle. Las conducciones aéreas son caóticas y se pierden en un mar de ladrillo. De los trenzados que van por las cornisas salen divisiones antinatura. Parece evidente que las redes han sido manipuladas, según los técnicos, mediante un tipo de conector que en la calle se llama vampiro. No hace falta decir más. Con él se 'pincha' la luz a través de instalaciones algo rudimentarias que Juan identifica sin problemas. Pero tiene que hacer las mediciones pertinentes. Por ejemplo en el 'hotel luz', como se denomina a un edificio alto que se encuentra pegado a una cochera en cuyos flancos aparecen dos escudos: uno del Granada y otro del Real Madrid. En frente, casas bajas y detrás, un descampado.
Los técnicos entran en el portal y se dirigen a un cuarto de contadores en el que ya no quedan más que las tomas asomando de una pared en la que están pintados los pisos con bolígrafo. Son las once de la mañana. Evidentemente si no hay contadores tampoco contratos. Juan apunta cuál es la carga de los cables que abastecen a este edificio de varias plantas. «Salen 400 amperios», dice. Teniendo en cuenta que el consumo habitual de una vivienda suele rondar los 3,3, significa que lo que se está demandando vale para alrededor de 300 viviendas. Pero no hay tantas, «a lo sumo unas 80», señala Juan.
Mientras lo apunta en su libreta, uno de sus ayudantes le avisa:«Se ha quedado a cero ahora mismo», dice. La carga ha desaparecido: ha pasado de 200 amperios a nada. Son las 11.30 horas, y se ha ido la luz en mitad de la auditoría. El trabajo ha concluido en este lugar. Mejor trasladarse a otro.
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