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Eva Santiago, en la entrada de su casa, que se quemó por completo el 23 de diciembre. ARIEL C. ROJAS
«Lo intenté, pero no pude salvar a mi nieto»

Fuego en Granada

«Lo intenté, pero no pude salvar a mi nieto»

Eva, la abuela del bebé de 10 meses que falleció en un incendio de Zona Norte, pide auxilio porque llevan 20 días sin recibir «ningún tipo de ayuda», ni económica, ni una alternativa a la vivienda, ni psicológica. «Mi hija todavía no se cree lo que pasó»

Domingo, 12 de enero 2025

Eva mueve los pies tan rápido que parece que no pisa los escalones. Minnie, su perrita, intenta seguirle el ritmo, pero no puede porque está coja. «Se quemó en el incendio», dice la mujer de 42 años sin perder el aliento. El edificio, el número 23 de Henríquez de Jorquera, en Zona Norte, todavía huele a quemado. En el rellano de la sexta planta, además, el aire abrasa por dentro. La puerta del piso está calcinada. Al igual que el suelo, el techo, las paredes, la ropa, los muebles y todas las cosas que una vez fueron un hogar. Eva se queda bajo el dintel de la entrada. Quieta. Petrificada. Conteniendo el aliento. «No puedo, no puedo, no puedo –pisa con la punta del pie el pasillo y lo retira rápido, electrificada–. Entro y el cuerpo me tiembla de pensar que estaba ahí mi nieto y que no lo podía sacar. No podía, no podía, no pude... Lo intenté pero no pude salvarlo –Eva llora y se obliga a recomponerse–. Pero han pasado 20 días y no nos ha ayudado nadie. Necesitamos ayuda».

Eva Santiago Cortés es la abuela de Adú, el bebé de 10 meses que falleció en el incendio que sacudió al barrio el lunes 23 de diciembre. «Fue una estufa», dice la mujer desde la puerta, señalando el aparato ubicado en el centro del salón. «Está tal y como la dejamos. Ahí comenzó todo». El bebé se desprendió de las manos de su madre, Dominga, cuando intentaba coger algo de aire por la ventana, asfixiada por las llamas y el humo. «Estaba acostada y me desperté por el olor –recuerda Eva–. Cuando vi la estufa, le eché un cubo de agua y me cayeron gotas ardiendo en la cara, pero no me importó. Me quise meter en el medio del pasillo para salvar a mi nieto y no pude».

«Ahí me caí. Me mareé un poco. Me volví a levantar, quise entrar, pero la casa ya estaba llena de humo, de humo, de humo. Me sacaron de allí. De pronto estaba en el hospital. Y allí me enteré de que mi nieto iba muerto». Eva cruza los brazos sobre la barriga y mira al techo de su casa, destrozado. «No hemos podido volver. Llevamos 20 días en la calle, de un lugar a otro, porque todavía estamos esperando ayuda».

El piso, completamente destrozado por el fuego. ARIEL C. ROJAS
Imagen principal - El piso, completamente destrozado por el fuego.
Imagen secundaria 1 - El piso, completamente destrozado por el fuego.
Imagen secundaria 2 - El piso, completamente destrozado por el fuego.

El piso incendiado es propiedad de Eva, que tiene cuatro hijas. La mayor es Dominga, de 22 años, que aquel fatídico lunes estaba allí con su bebé «por casualidad». «Se quiso venir conmigo, cosas de los matrimonios», explica Eva. La segunda tiene 20, pero está con su marido y sus dos hijos. Las pequeñas, Maripaz y Juana, de 17 y 14 años, viven con ella. «Estamos muy mal porque no tenemos casa, no tenemos un techo nuestro. Mi techo que tenía, mira cómo está».

Eva, Maripaz y Juana vienen de pasar la noche en casa de un familiar. «Vamos de un lugar a otro. Así no hay manera de rehacerse». La madre y abuela trabaja de vez en cuando en la aceituna, pero es más fácil verla vendiendo pañuelos en la Catedral o fregando casas y escaleras. «Me da para comer. Porque yo no tengo padre, no tengo madre, no tengo abuelo, no tengo a nadie. Y no cobro ayudas, ninguna. No cobro nada, nada, nada».

«Estamos muy mal porque no tenemos casa, no tenemos un techo nuestro. Mi techo que tenía, mira cómo está»

Por eso ha vuelto a su casa, un lugar que le provoca dolor, miedo, rabia y frustración. Ha vuelto para pedir ayuda. «Necesito una casa. Necesito un lugar donde estar con mis hijas. O que me arreglen esta. Algo, lo que sea... No pido otra cosa. Ya no pido más, no pido más».

Los vecinos

Antonio Cortés, Eva y Ángel Rubio, en el rellano de la sexta planta.

Mientras Eva espera en la puerta, Antonio y Ángel entran al piso para ver su estado. Antonio Cortés es el presidente de la Asociación de Vecinos de La Paz. «La situación es extrema –afirma–. Hemos pedido que se activen los protocolos que existan, las ayudas públicas que se puedan para ayudar a esta familia que es del barrio de toda la vida». Ángel Rubio es el presidente de la asociación de Almanjáyar. «Están pasando una desgracia y hay que demostrar que existen mecanismos para ayudar. Si esto sucede en otro barrio, en el centro, la situación sería distinta».

Cortés y Rubio indican que se han reunido con Elisa Campoy, la presidenta de la Junta Municipal de Distrito, y que les ha dicho que ya está haciendo gestiones. «Pero en el centro social todavía no la han recibido y desde el día 23 hasta hoy por aquí no se ha pasado nadie. Nadie. ¿No es raro?», se preguntan.

Eva, en la puerta de su edificio. ARIEL C. ROJAS

«Estamos asombrados. Seguro que hay pisos o zonas de alojamiento preparadas. Además hay dos menores. Esto es un problema de ahora mismo, es el momento de que Asuntos Sociales de Zona Norte haga algo. Pero ya». Desde las dos asociaciones de vecinos aseguran que «la indignación es tan grande» que si no se adoptan medidas harán una manifestación pública. «Nos vamos a la calle, a donde haga falta. Todos. Esto no se puede consentir, queremos una respuesta ya».

Eva se derrumba y Ángel y Antonio la abrazan. «Está destrozada –resopla Ángel, enfadado–. ¿Cómo es posible que no hayan tenido ayuda psicológica? Ni ella ni Dominga, la madre. ¡Nada! ¿Cómo es que no están en tratamiento?». «Mi hija cree que mi nieto no se ha muerto...», susurra Eva. «Por eso no puedo volver a mi casa así. Entro y se me va abajo. Se me va abajo. Abajo».

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