Jamar, sanar y enseñar
El Fruto de la Empanada ·
Con la democracia se come, se cura y se educa… siempre que no te sorprenda una pandemia como ladrón en la nocheSecciones
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El Fruto de la Empanada ·
Con la democracia se come, se cura y se educa… siempre que no te sorprenda una pandemia como ladrón en la nocheCon la democracia se come, se cura y se educa… siempre que no te sorprenda una pandemia como ladrón en la noche. Las cosas pintan bastos en materia económica y sanitaria de cara a una Navidad que se presenta con la idílica estampa de las ... familias reunidas al calor del miedo al contagio, una mampara de separación entre comensales, unas mascarillas que solo se bajarán para saludar al pavo y, de postre, ni acercarte a los abuelos, no vaya a ser que cojan la temida autopista hacia el cielo. ¿De verdad merece la pena celebrar algo así? Sinceramente, es desmoralizador a lo que estamos llegando en materia de prevención, pero no queda otra. Lo próximo será hervir el preservativo como la tetilla de un biberón antes del acto, no vayamos a fomentar el contagio mediante el salto del tigre.
Diseccionemos cómo está comiendo el personal durante la pandemia. Los macarrones con tomate –en sus dos variedades, con atún o con salchichas– vuelven a ser 'trending topic' en muchísimas casas, incluida la de este servidor. Y puede que los perros no, pero las longanizas también escasean en los hogares de los asalariados de la hostelería, que ni pueden trabajar de forma telemática desde casa (ya me dirás cómo se sirve un café por Skype), ni tampoco poner un cartelito en la puerta de su maltrecho negocio al estilo 'perros no' y así ampliar este derecho de admisión a otro tipo de bicho mucho más peligroso, con más malas pulgas y cuya mordedura se centra en las dos piernas más frágiles de la sociedad: la economía y la sanidad. El bicho y la bicha se llama Covid-19, y aquí también hay disparidad de opiniones: los que se ponen el bozal porque le temen, y los que dicen que el virus no existe con la mascarilla encajada como una boina en la boca, para que no pase ni un hilo de aire.
Democracia también es curar, y en este caso, curarse del espanto pasado y prepararnos para el espanto futuro, fruto de ese triángulo mágico en plan Bermudas que es el coronavirus, la imprevisión de las autoridades sanitarias y los negacionistas del sentido común. Aderece con la risita de Simón y pasaremos del espanto al terror.
Hawai, Bombay, lindo paraíso que yo me monto en mi piso, sí, pero cuando yo quiero, no a la fuerza. Y el confinamiento es eso, un lindo paraíso vuelta y vuelta donde todos nos achicharramos antes del verano hasta lucir churruscaditos sin necesidad de ir a la playa. ¿Volveremos al tostadero este otoño? Se presiente.
Democracia también es educar, vale, ¿pero cómo se enseña a un sinvergüenza? Porque en la obra de Alfonso Paso, el sinvergüenza es un juerguista y un caradura con remedio, pero a ver quién es el guapo que enseña y disciplina a un sinvergüenza contemporáneo, vivo ejemplo de aquella frase que derivó en tendencia egocéntrica: «¡Porque yo lo valgo!».
De acuerdo, es bueno que la chavalería disfrute porque solo se vive una vez, pero sin dejar cadáveres por el camino, nunca mejor dicho. Porque si un individuo mitad joven-mitad gili decide enfrascarse en una 'fiestuqui' con la actuación estelar del Coro de Contagios de Nuestra Señora de la Pandemia, debe saber que forma parte activa de una correa de transmisión letal para ancianos y enfermos delicados. Lo siento, hijo, te vas de botellón porque tú lo vales, pero si lo haces en estas circunstancias es que no vales ni un pimiento.
Ahora recuerdo quién dijo que con la democracia se come, se cura y se educa. Fue el expresidente argentino Raúl Alfonsín, un hombre honesto. En nuestra pandémica democracia los granadinos comemos cada vez peor, nos curamos gracias al sacrificio no retribuido de los sanitarios, y en materia de educación hay demasiados repetidores. Este es el verdadero estado de alarma.
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