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Inés Gallastegui
Granada
Miércoles, 8 de enero 2025
A los chavales les gustan cosas tan japonesas como el manga, el anime, las gyozas o los videojuegos. ¿Por qué no aprender también el idioma? La profesora de la Universidad de Granada Kyoko Ito-Morales –está casada con un español– se ha propuesto conseguir que esta lengua entre en las aulas de primaria y secundaria de Andalucía. Está convencida de que estudiar un idioma «raro y difícil» como el suyo es una herramienta increíble para abrir la mente y aprender a apreciar –y no solo tolerar– otras culturas, en una sociedad cada vez más heterogénea donde el rechazo al diferente es una amenaza real. Pero también tira para casa: le encantaría ofrecer más salidas laborales a sus «queridos alumnos» de la UGR. Y, ya de paso, que sus dos hijos adolescentes tuvieran más motivación para aprender la lengua materna de su madre.
Kyoko Ito, que nació en Tokio en 1978 pero pasó su infancia en la prefectura de Aichi, estudió Ciencias Políticas y llegó a Granada en 2002 para perfeccionar el español que había aprendido en una estancia universitaria en Chile. Aquí conoció a su futuro marido, el profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura Jerónimo Morales, y realizó el doctorado. Desde 2017 es profesora de la UGR, donde imparte clases de japonés avanzado a alumnos del grado en Lenguas Modernas y a estudiantes de otras filologías que lo eligen como optativa, junto a las asignaturas de Pensamiento Japonés y Derechos Humanos en Asia en sendos másteres. Además, es presidenta de la Asociación Española de Profesores de Japonés.
En la pared de su despacho de la Facultad de Filosofía y Letras cuelgan varios ideogramas elaborados por sus alumnos del taller de caligrafía y el haiku que uno de ellos le dedicó. Está muy orgullosa de ellos. «Los jóvenes japoneses que vienen de intercambio y trabajan con nosotros como asistentes de conversación me dicen que nuestros alumnos –hay otros tres profesores de japonés en la UGR– son más pacientes y abiertos que sus compañeros de clase: trabajan duro, pero tienen mucha pasión por conocer la lengua y la cultura. Y a pesar de haber sufrido dos o tres años estudiando japonés, que es una lengua muy difícil para un hispanoparlante, no tienen salida profesional. Y quiero ofrecerles una», apunta.
Uno de los problemas a los que se enfrentan estos alumnos es que, como los idiomas que estudian no están dentro del currículo escolar, no pueden acceder al Máster de Enseñanza Secundaria, obligatorio para dar clases en ese nivel educativo. Y sería difícil incluirlo en las aulas porque en España no hay suficientes docentes cualificados. De hecho, relata, diferentes escuelas oficiales que imparten el idioma nipón –como la de Málaga– tienen dificultades para encontrar enseñantes. «Es una pescadilla que se muerde la cola», resume Kyoko, haciendo gala de un clásico modismo español.
En su empeño, Ito cuenta con el apoyo sin fisuras de la Fundación Japón, homólogo del Instituto Cervantes en el país asiático, que estaría dispuesto, por ejemplo, a sufragar la formación del profesorado para impartir el idioma en los centros de enseñanza obligatoria.
De momento está tanteando todas las posibilidades –no descarta hacer su propuesta también a colegios privados– y aún no se ha sumergido en gestiones burocráticas con la Consejería de Educación, pero tiene dos modelos a seguir. Por un lado, el Programa Aulas Confucio, que en 2011 introdujo la lengua china en centros de primaria y secundaria obligatoria andaluces gracias al acuerdo entre la Junta de Andalucía y el Gobierno de Pekín.
Por otro, la decisión de la Generalitat de Cataluña, pionera en España, de llevar el japonés a los institutos a través de un programa piloto que comenzó en 2023 y, por el momento, ha llegado a seis centros públicos. En este caso, matiza Kyoko, la iniciativa no partió de su asociación ni de profesores nativos, sino de docentes españoles de otras especialidades con acreditación para impartir japonés y mucho entusiasmo que han acabado contagiando a sus jóvenes pupilos.
Está convencida de que aprender japonés –o cualquier otra lengua extraña para nuestros oídos– no solo sirve para comunicarse, sino también para ser más receptivo hacia otras culturas.
Lo dice por experiencia: ella también experimentó en carne propia el choque cultural al llegar a España. Y sobrevivió con nota. «Aprecio la flexibilidad y la espontaneidad. Es algo que adoro de la cultura española y que no tenemos en la japonesa. Por ejemplo, estamos tan preparados ante la amenaza de un terremoto que no sabemos improvisar. Aquí he aprendido a adaptarme cuando algo falla. Me he españolizado bastante», bromea.
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