El jardín de las milicias
El Fruto de la Empanada ·
antonio mesamadero
Martes, 8 de diciembre 2020, 11:19
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El Fruto de la Empanada ·
antonio mesamadero
Martes, 8 de diciembre 2020, 11:19
Tengo una teoría que muchos 'progrescentes' (vocablo resultante de la comunión espiritual entre progresismo de boquilla y eterna adolescencia) considerarán un ejemplo de nocivo pensamiento reaccionario, por lo que estoy convencido de que dicha teoría es buena, fetén, dabuten, cojonuda en definitiva. Me refiero a ... reinstaurar la mili. Sí, ha leído usted bien, la mili a palo seco, lo que en su día fue hacerse un hombre sin morir en el intento, servir a la patria o simplemente cuadrarse ante aquella castiza imitación del sargento de 'La Chaqueta Metálica' de Kubrick que comprobaba si el cabello del recluta estaba a la misma exigencia de depilación que el bolsillo de un ciudadano raso.
Voy a ilustrarles mi experiencia militar, la milicius interruptus por la que salí excluido de servir a la patria y que tantos años después echo de menos en carne 'progrescente'. Corría el Año del Señor de 1984, que más que orwelliano fue para mí un año mariano porque descubrí las Meditaciones de San Agustín de Hipona, obra que me acompaña desde entonces como bálsamo contra las trivialidades de este mundo. Un libro solo superado por las meditaciones de Íñigo Errejón, que en ocasiones no es de Hipona sino de cortar el hipo: «No es libre quien no tiene tiempo, hay que tener tiempo para cuidar de los nuestros, para ser ciudadano, así que propongo reducir la jornada laboral a cuatro días por semana y 32 horas de trabajo». Y al tercer día, levitó.
Le cuento que por aquel año servidor tenía un cuerpo no para el pecado, sino para el perdón o la disculpa, y que con esas fui a medirme de los pies a la cabeza con una parada en la espalda, raspilla poco apta la mía para colgarse un fusil. No podía ser un novio de la muerte, a lo sumo, su amor frustrado. La cosa se desarrolló de la siguiente manera. Llegué al lugar y allí me desnudé como Kim Bassinger detrás del biombo, solo que Kim era Kim y yo parecía más Doña Rogelia. El médico castrense vio los distintos informes que sugerían la inconveniencia de tratar de hacer un Rambo de aquel escuincle con gafas. Me inspeccionó de arriba a abajo y pasó a otra habitación para deliberar sobre aquella ruina hecha carne. Total, que pasada la máquina de la verdad de la medición fui llevado a una sala donde un hombre lleno de amor me declaró «inutilísimo», o sea, que solo servía de prisionero en caso de guerra o para ser trinchado en la trinchera por el enemigo.
Bueno, todos estos recuerdos con fusil vienen a que regularmente pienso que la disciplina hace mejores a las personas y también más adultas, y que en su época la mili sirvió para que muchos se curtieran en valores de grupo, con lo que eso conlleva de compañerismo y solidaridad. Y ahora, seamos sinceros, ¿habría cambiado la mili la vida de esos capullos tempranos que organizan fiestas multitudinarias en el cogollo de la segunda ola, esquina tercera ola? Yo también lo creo.
La mili no hacía patriotas necesariamente, pero sí convertía a jóvenes de relajada iniciativa a volverse más resolutivos, a los melenudos sección Robinson Crusoe los devolvía a casa estéticamente irreconocibles para sus padres (algunos recurrían a las pruebas de ADN para asegurarse del parentesco), y a otros, simplemente, los retornaba a la vida diaria personificados en Rambo, porque no paraban de decir que aquello era un infierno. Y probablemente lo era, visto lo que se comía en muchas de las cantinas, pero siempre será mejor el rancho que no un cortijo de patanes montando guardia en una fiesta del contagio, por ejemplo. En nuestro cuartel de políticos provinciales, yo me imagino a Sebastián Pérez en la cocina, preparando platillos envenenados con selectiva mano y en su justo punto de sal. A Luis Salvador lo veo de capitán general pidiendo refuerzos económicos infructuosamente, ya que es el enemigo el que tiene que suministrárselos. Y a Paco Cuenca, fijo, lo adivino montando guardia para que no se le escape la ocasión de volver a su garita favorita. Pedro Sánchez sí habría hecho una buena carrera en el Ejército, él solo piensa en las medallas. En la batalla de la Covid-19 los granadinos militamos en la resistencia contra el bicho, pero no descartamos la rendición frente a la destartalada defensa y organización de las autoridades sanitarias. Ya no podemos más con esa tropa.
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