La entrada de la crepería La Agüelita Luisa, antes de cerrar; y un caramelito de melón. R. I.
De Graná

Un caramelito de melón de La Agüelita Luisa

El 30 de diciembre de 2021 cerró uno de los restaurantes más queridos de Granada, lugar de cenas y meriendas memorables que acompañaba la factura con un puñado de dulces muy significativos. Luis, su dueño, ahora se dedica a pintar

Domingo, 15 de diciembre 2024, 23:42

A la hora de merendar, los redactores levantan la cabeza del teclado y miran de reojo a la mesa central, por si alguien ha traído bollos o cualquier otra galguería que distraiga la barriga. Como lo normal es que no haya nada, en el periódico todo el mundo sabe que Diego Callejón tiene un tarro de cristal con deliciosos caramelos de limón que hacen el apaño. Ante la creciente demanda de dulces, José Antonio Muñoz se ha traído una preciosa lata con cientos de caramelitos. «Y hay de todos los sabores», dice como gancho publicitario. Hago pinza con los dedos y me toca uno verde. Los verdes son la Cruzcampo de los caramelos pero, a falta de otra cosa, me lo meto en la boca.

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De repente estoy en el número 9 de Casillas de Prats y hace frío. Alguien dice que es la hora de merendar y señala el cartel luminoso de la crepería. Recorremos el pequeño hall esquinado, entramos al restaurante y el aroma dulce y salado nos calienta las manos. La mesa es de madera y redonda, con un cartel que dice «aquí comió la esquiadora Blanca Fernández Ochoa». Yo pido el Menorca, como siempre, con la idea de compartir luego un Habanera. En las mesas pequeñas hay parejas romanticonas y en los sofás del fondo, familias enteras celebrando la vida. Al terminar, nos acercamos a la barra para pagar y sobre la cuenta, como manda la tradición, Luis pone un puñado de caramelitos de melón que echamos al bolsillo del abrigo.

El caramelito de melón. J. E. C.

«Es de melón –dice José Antonio–. Un caramelito de melón, sí, como los de La Agüelita Luisa. ¿Te acuerdas?». La explosión del caramelito verde me trae una ristra de recuerdos preciosos. Las meriendas o las cenas allí no tenían temporada, pero para mí era un lugar idóneo para el invierno y la Navidad. Cada vez que paso por su puerta –ahora el bar Monkey–, pienso en lo que me gustaría volver con mis hijos para pedir unos crepes y contarles que aquí se sentó su abuelo y su abuela y sus padres y sus tíos... Y todos los demás. Pero no. La Agüelita Luisa cerró el 30 de diciembre de 2021.

«¿De dónde sacaría los caramelitos de melón? ¡Nunca se lo pregunté!», exclama José Antonio. De vuelta al ordenador, busco el teléfono de Luis Corpas, el dueño y fundador de La Agüelita Luisa.

Luis, ¿cómo está usted?

–Muy bien, aquí asado de calor. Sudandico.

¿Y eso?

–No hombre, que hace un frío del copón. Un poquito de ironía granaína.

¿Cómo olvida La Agüelita Luisa?

Luis cumple 68 años el miércoles y está «estupendamente». «Los últimos años en el restaurante fueron difíciles... Ahora estoy muy bien. Aunque echo de menos aquello, a la clientela. Hay añoranza». Después de 41 años yendo todos los días a Casillas de Prats, ahora exprime sus días en Alhama, su pueblo, desarrollando su otra vocación. «Pinto todo el tiempo. Le estoy haciendo un retrato a mi hija y acabo de terminar un cuadro de la Alhambra. Después tengo en mente un proyecto sobre las máscaras de Alhama».

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¿Recuerda la carta?

–De principio a fin. Recuerdo todos los crepes. Gustaba mucho la Cresaña, que era como la lasaña pero en crepe. Y también la enchilada.

¿Suele ir por allí?

–Llevo tiempo que no paso por La Agüelita Luisa... Más de dos meses, por lo menos. Todavía conservo la patente de la marca. Si alguien la quiere comprar, aquí estoy para hablar.

Y los caramelitos de melón, Luis, ¿de dónde salían?

–Dame un segundo...

Luis, con algunas de sus obras.

Luis busca en su agenda el teléfono de Aurora, con la que hablaba varias veces al año. Aurora es la delegada en Granada de Caramelos Cerdán, una fábrica murciana especializada en hacer dulces para marcas y empresas. «Sí, la de caramelitos de melón que llevamos a La Agüelita Luisa», recuerda Aurora con gesto divertido. «El pedido mínimo son 50 kilos, así que imagina».

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En la redacción, el traqueteo de los teclados marcha como una locomotora que se frena de golpe con el último punto final. Fuera hace frío y es noche cerrada. Meto las manos en los bolsillos y descubro en lo hondo un pequeño caramelito escondido, como aquellos que nos acompañaban durante semanas después de una merienda en La Agüelita Luisa. El papel cruje y lo aprieto en un puño. Ojalá un Menorca.

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