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De Graná
Una clase de hace 25 añosHe vuelto al colegio y una loseta me hizo llorar. Es un rectángulo del tamaño de una mano y sigue en el mismo sitio en ... el que la acaricié por última vez, hace 25 años. Está en la pared de la primera fila, frente a la mesa del profesor y junto al tercer pupitre, en el triángulo entre la ventana, el radiador y el tabique. Ahí se forma un hueco que yo utilizaba para dejar la mochila y estirar las piernas. Ese era mi sitio en clase.
Aquella loseta no era única ni significaba absolutamente nada para mí. No era más que un trozo de cerámica idéntico a todos los que decoraban las aulas de los Maristas. Así que no, desde que salí del colegio en el año 2000 no había pensado en la loseta, ni siquiera era consciente de su existencia. Pero el sábado, al entrar en la que fue nuestra clase, toqué la dichosa loseta y se me saltaron las lágrimas como si hubiera metido la mano en un fuego frío, los dedos en un enchufe, la palabra inesperada en un verso, como si una criatura hubiera estado esperando pacientemente ahí, justo ahí, a que yo la tocara para invadirme con tristeza y alegría y nostalgia y orgullo y miedo y valor y cordones desatados y dictado y examen y las notas y suspenso y sobresaliente.
Nos juntamos un centenar de compañeros para celebrar el 25 aniversario de nuestra promoción. La hostia es increíble. Un puñetazo directo a la boca del estómago que suena como el tictac del Capitán Garfio. Y, sin embargo, qué día más hermoso. Esta no es una sensación exclusiva de mi curso, es un logro que podemos entender y compartir todos los que hemos cruzado la línea.
Es lo que tiene crecer en Granada, que al final conoces a cientos de personas de otros colegios e institutos de tu misma promoción. Esa gente contra la que jugabas al fútbol o al baloncesto, o con la que te cruzabas en Pedro Antonio las noches en las que aprendíamos a ser mayor. Ese vínculo no desaparece nunca y, de una manera u otra, le sigues la pista a completos desconocidos con tu misma edad. Por eso sé que estas semanas son muchos, muchísimos los que celebran un cuarto de siglo fuera de las aulas. Y eso lo hace aún más grande.
Había tintes, canas, arrugas, calvas y viajes a Turquía. Pero al encontrar sus caras fue como si no hubiera pasado el tiempo. Conforme los veía recordaba sus nombres y apellidos, como si permanecieran guardados en una carpeta del disco duro. Fue precioso escuchar sus historias: madres vocacionales, viajes por amor, carreras fascinantes y fracasos, muchos fracasos. Ahí es donde creo que nos encontramos todos: en la pérdida. Ninguna vida que merezca la pena es perfecta ni responde a un algoritmo. Me temo que la belleza y la verdad solo se comprenden desde el error.
¿Saben cuál fue una de las palabras más escuchadas del día? Perdón. Imaginen cargar durante 25 años con una culpa consciente y pesada, con un lastre del que crees que nunca jamás podrás librarte. Imagen volver al lugar donde hiciste daño a alguien, mirarle a los ojos y decir «perdón» como un globo que se desinfla. No se hacen una idea de la cantidad de globos de todos los colores que echaron a volar por el patio del colegio...
En la loseta de mi clase –de todas las clases– podrían encajar los versos del poema 'Ve a los límites de tu anhelo', como en el final de la película 'Jojo Rabbit': «Deja que todo suceda: belleza y terror. Sigue adelante. Ningún sentimiento es final». El autor es Raine Maria Rilke, el mismo que alzó la bandera que guía al barco en esta larga, bella y única travesía: «La verdadera patria del hombre es la infancia».
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